Albert Camus o la nostalgia de Dios

Según Charles Moeller, Albert Camus crea personajes que son “santos desesperados”, “fieles de la religión de las Bienaventuranzas” a pesar de que no creen en Jesús, hombres capaces de amar desinteresadamente, abiertos a la trascendencia, que practican la honradez y que hablan de “ternura” para no utilizar la palabra “caridad”.

13 de marzo de 2025·Tiempo de lectura: 4 minutos
Albert Camus

Albert Camus en 1946 (Flickr / Ur Cameras)

En el libro “Albert Camus, la nostalgia de Dios” (Javier Marrodán, 2024), el autor se asombra de que personas muy distintas citen a Albert Camus. Se pueden descubrir frases suyas en una publicación anarquista de carácter incendiario, en las actas de un congreso de agnósticos, en una novela ambientada en el desierto argelino o en una solemne homilía de Joseph Ratzinger.

Albert Camus (Argelia 1913 – Francia 1960) se asoma a través de sus personajes a casi todos los abismos del mundo contemporáneo. El Patrice Mersault de “La muerte feliz” es un trasunto del joven inquieto y audaz que explora los caminos de la felicidad. El Sísifo que desciende a recoger la piedra y el doctor Rieux que trata de aliviar a sus enfermos desesperanzados de “La peste” dejan traslucir sus vivencias y aspiraciones más profundas.

Almas agitadas

El Jean-Baptiste Clamence de “La caída” es un espontáneo profeta en el desierto del siglo XX porque su creador también lo era, aunque no siempre le entendieran o le hicieran caso. También son hijos de las incertidumbres espirituales de Albert Camus el Daru que deja libre al árabe de “El huésped” y el ingeniero D´Arrast que hace de cirineo en “La piedra que crece”, y el Kaliayev que retrasa el magnicidio de “Los justos” para evitar la muerte de unos niños.

Tras ellos, con sus anhelos y sus desazones y sus nostalgias, permiten adentrarse en el alma agitada y generosa de su creador. Todos ellos son “exiliados” del Reino. Todos ellos hacen verosímil la posibilidad de un Camus dichoso.

Partido Comunista y anarquismo

Camus empezó a interesarse por las injusticias laborales y sociales de la Argelia francesa donde nació. Se afilió al Partido Comunista en 1935 y colaboró en el “Diario del Frente Popular”, donde se labró fama de intelectual indómito y comprometido. Más tarde fue acusado de trotskista y prefirió abandonar el partido por serias discrepancias antes de que lo expulsaran “de manera escandalosa”. El anarquista Andre Prudhommeaux lo introdujo en 1948 al movimiento libertario. En 1951 publicó su ensayo “El hombre rebelde”, que provocó el rechazo de críticos marxistas y otros cercanos como Jean-Paul Sartre. En esta época comenzó a apoyar distintos movimientos anárquicos, primero a favor del levantamiento de los trabajadores en Poznan, Polonia, y luego en la Revolución húngara. Fue miembro de la Fédération Anarchiste.

Es significativo que bastantes de las reflexiones de Camus sean asumibles para cualquier cristiano. Más aún, muchas de ellas ofrecen estímulos sugerentes para plantearse una vida mejor, también desde una perspectiva cristiana. “Por favor, recen por la felicidad eterna de Brand Blanshard y Albert Camus, dos ateos honestos que me ayudaron a ser mejor católico”, propone en la dedicatoria de “Forty Reasons I Am a Catholic”, el libro del profesor de filosofía Peter Kreeft.

“Cada generación se cree destinada a rehacer el mundo”, dijo Camus en el discurso de recepción del Nobel. Y añadió: “La mía sabe, sin embargo, que no lo rehará. Pero su tarea acaso sea más grande. Consiste en impedir que el mundo se deshaga”.

Pensamiento cristiano

Charles Moeller se ocupa de Camus en el primer capítulo del primer volumen de su obra enciclopédica “Literatura del siglo XX y cristianismo”. Explica allí que el escritor crea personajes, como el Tarrou de “La peste”, que son “santos desesperados”, “fieles de la religión de las Bienaventuranzas” a pesar de que no creen en Jesús, hombres capaces de amar desinteresadamente, abiertos a la trascendencia, que practican la honradez y que hablan de “ternura” para no utilizar la palabra “caridad”.

Cuando en diciembre de 1948 los dominicos le invitaron a que diera una conferencia en su convento parisino de Tour-Maubourg, el todavía joven escritor explicó que no se sentía “en posesión de ninguna verdad absoluta ni de ningún mensaje”, por lo que “jamás” podía partir del principio de que la verdad cristiana es “ilusoria”, sino solamente del hecho de que él no había podido entrar en ella.

Ateísmo y exigencia ética

El filósofo Reyes Mate tiene escrito que Camus “sabía” que el hombre moderno es el resultado de la muerte de Dios, y que sólo es posible darle sentido al sufrimiento -una de sus más irreductibles preocupaciones- si no se pierde de vista la tradición cristiana en cuyo seno él mismo había nacido. Se entiende entonces que en las “Cartas a un amigo alemán” trate de hacerle entender a un pagano nazi cómo de la ausencia de fe no se sigue una arbitrariedad en la determinación del bien y del mal moral, y cómo su ateísmo es perfectamente compatible con una alta exigencia ética para ofrecer un sentido a la existencia humana. En la primavera de 1943 escribió que, a pesar de la “certidumbre” de aquel “Todo está permitido” que hizo célebre Ivan Karamazov, es posible imponerse algunas renuncias: por ejemplo, la de no juzgar a los demás.

Este mismo filósofo está convencido de que “la grandeza” de Albert Camus deriva de su modo de afrontar el misterio del mal y la realidad del sufrimiento. En la atormentada geografía del siglo XX -El Marne, Varsovia, Auschwitz, Hiroshima, Siberia, Argelia, Praga…-, él logra sobreponerse a lo que algunos autores han llamado “el silencio de Dios” para proponer un modo de vivir y de relacionarse con el mundo y con los demás.

Conciencia de lo sagrado

En una entrevista que concedió poco después de que le dieran el premio Nobel le preguntaron a Albert Camus por el cristianismo: “Tengo conciencia de lo sagrado, del misterio que hay en el hombre, y no veo por qué no confesar la emoción que siento ante Cristo y su enseñanza”, respondió, aunque añadiendo poco después que no creía en la resurrección.

Hoy se sabe que en los últimos años de su vida frecuentó una iglesia norteamericana en París y que forjó una amistad profunda y duradera con el pastor metodista Howars Mumma, con quien charló extensamente sobre Dios, la religión, la Biblia y la Iglesia. “He perdido la fe, he perdido la esperanza. Es imposible vivir una vida sin sentido”, le confesó en uno de sus primeros encuentros.

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