Hoy te he visto, Señor, embarrado y muerto, ahogado bajo el cieno de Paiporta, y he querido preguntarte por qué. ¿Por qué Señor? ¿Por qué?
Buscando respuesta en los Salmos te he preguntado: ¿Dónde estabas mientras las nubes descargaban sus aguas, retumbaban los nubarrones y tus saetas zigzagueaban? ¿Dónde mientras nos cercaban olas mortales, cuando torrentes destructores nos aterraban, nos envolvían las redes del abismo y nos alcanzaban los lazos de la muerte?
¿Es que eres sólo del mismo barro que te cubre y no sientes ni padeces? ¿Eres uno de esos seres de polvo que no pueden salvar; que exhalan el espíritu y vuelven al polvo? ¿Uno de esos ídolos de los gentiles que son de oro y plata, hechura de manos humanas, que tienen boca y no hablan, tienen ojos y no ven, tienen orejas y no oyen y no hay aliento en sus bocas?
Algunos se han reído de ti, y de mí por confiar en ti. ¿Por qué me olvidas? ¿Por qué voy andando, sombrío, hostigado por mi enemigo? Se me rompen los huesos por las burlas del adversario; todo el día me preguntan: «¿Dónde está tu Dios?». Nos has hecho el escarnio de nuestros vecinos, irrisión y burla de los que nos rodean; nos has hecho el refrán de los gentiles, nos hacen muecas las naciones.
El Viernes Santo
Mientras seguía tratando de hallar respuesta a estas preguntas, me he fijado bien en tu foto, y en esos rayos dorados, aunque también enfangados, que salen de tu cabeza. Dicen los entendidos en arte sacro que se llaman potencias y que quieren expresar, no tanto tu divinidad, sino tu más alto grado de humanidad. Ellas dicen que tú, verdadero hombre, el ser humano por excelencia, dominaste en grado máximo las tres potencias humanas (entendimiento, memoria y voluntad) para obedecer el mandato del Padre y aceptar, por nosotros, la flagelación; por nosotros, la corona de espinas; por nosotros, la burla y el escarnio; por nosotros, la cruz; y, ahora, también por nosotros, la inundación.
Verte lleno de lodo es contemplar de nuevo tu cuerpo en el sepulcro, a medio lavar pues el sábado se les vino encima a las mujeres aquel Viernes Santo. Mientras lloramos asustados, tú estás descendiendo a los infiernos de cada ser humano, rescatando a los muertos para la vida eterna, haciéndote solidario con toda víctima de la inundación, pero también con todos los arrastrados por las torrenteras de la vida, por las olas de la enfermedad o la discapacidad, por las aguas bravas del desprecio y el descarte, por el violento caudal de la precariedad, el miedo y la incertidumbre.
Tu foto es un abrazo a toda víctima, a toda persona que ha perdido a un ser querido, a los que han perdido su hogar, y a los que hemos perdido hasta la esperanza. Es un abrazo que nos dice: “estoy aquí, no me he apartado ni un segundo de ti, estuve contigo aquel día y lo seguiré estando todos los días de tu vida, porque no puedo hacer otra cosa más que amarte hasta dar la vida. Cuenta conmigo si hay que mancharse de barro, cuenta conmigo si estás sufriendo, agarra mi mano si te arrastra la corriente que yo no te la soltaré, aunque tengamos que ahogarnos los dos juntos”.
Señor del barro de Paiporta
Hoy te he visto, Señor, embarrado, y me he acordado que del barro nos hiciste. Nos modelaste, pero éramos seres inertes hasta que soplaste en nuestra nariz tu espíritu de vida. Hoy también estamos como muertos, abatidos por la desgracia, aturdidos por el remolino, y por eso necesitamos de nuevo tu aliento. Insúflanos, Señor del barro de Paiporta, tu espíritu de vida.
Hoy te he visto, Señor, embarrado, junto a los pies también embarrados de dos personas que pasan a tu lado en un suelo lleno de pisadas. Y he visto en ellas los pies cansados de nuestros padres, los israelitas en Egipto, pisando el barro para hacer ladrillos para el Faraón. Y me he acordado de cuantos faraones quieren aprovecharse de la desgracia de muchos para su propio interés. Capacita, Señor del barro de Paiporta, a nuestros dirigentes para que, como Moisés, mantengan al pueblo unido y se pongan a su servicio, abran para nosotros las aguas y nos lleven a pie enjuto, a vivir en paz en una tierra que mane leche y miel para todos.
Cristo embarrado
Hoy te he visto, Señor embarrado, sostenido por un brazo anónimo, uno de tantos que estos días, dentro y fuera de tu Iglesia, trabajan por sacar adelante al pueblo. Y he visto, en ese brazo, el del alfarero a cuyo taller bajó Jeremías y que le enseñó que, del mal, tú puedes hacer que salga el bien. De una vasija de arcilla torcida por el torno, si se modela de nuevo, puedes sacar otra bellísima. Ayúdanos, Señor del barro de Paiporta, a reconstruir nuestros corazones malheridos, nuestras familias rotas, nuestros pueblos destruidos y nuestros hogares anegados.
Hoy te he visto, Señor embarrado, y me he fijado especialmente en tus ojos. Y he visto en ellos los del ciego de nacimiento que tú untaste de barro para que recobrara la vista. Ayúdanos, Señor del barro de Paiporta, a abrir los ojos de la fe para poder ver el misterio de tu amor en medio de esta tragedia que parece, sólo parece, no tener sentido.
Hoy te he visto, Señor embarrado, y me he dado cuenta finalmente del guiño que nos lanzas con tu ojo derecho. No sé si es intención del artista que te plasmó o es solo un efecto casual del barro, pero parece vislumbrarse tu pupila queriendo abrirse paso entre los párpados. ¿Estás burlándote de la muerte? ¿Estás a punto de decir que esta es solo un paso a la vida? Ayúdanos, Señor del barro de Paiporta, a verte como anuncio de la Resurrección, a no perder la esperanza de que volveremos a resurgir, a no dudar de que estás con nosotros en esta historia, de que, de la muerte y el lodo, sacas la vida. Ayúdanos tú, porque sabes que llevamos este tesoro en frágiles vasijas de barro, de barro de Paiporta.
Periodista. Licenciado en Ciencias de la Comunicación y Bachiller en Ciencias Religiosas. Trabaja en la Delegación diocesana de Medios de Comunicación de Málaga. Sus numerosos "hilos" en Twitter sobre la fe y la vida cotidiana tienen una gran popularidad.