Adolescencia, un análisis de la serie de moda

Lo que nos enseña la serie "Adolescencia" es que en ausencia de los padres, se ha ido robando la inocencia de nuestros niños prácticamente sin que nos demos cuenta.

8 de abril de 2025·Tiempo de lectura: 4 minutos
Adolescencia

(Unsplash / Zhivko Minkov)

Ha sido demoledor el éxito de la miniserie “Adolescencia”. Su excelente guión, realización y actuación son parte relevante de ello, pero sobre todo, el tema atrapa, conmueve y lleva a una profunda reflexión que ha de llevarnos a la acción.

Hay controvertidas posturas frente a ella, yo voy a concentrarme en el mensaje que recibí de forma personal.

Me he dedicado por 30 años a la orientación familiar y he visto el cambio radical en las problemáticas que presentan las familias. En los matrimonios, las separaciones y divorcios se multiplican. Ambos padres, aún cuando estén juntos, trabajan tantas horas al día y tienen tantos compromisos sociales o de negocios que se convive poco, realmente muy poco, con los hijos.

Una distracción de la que no somos conscientes

En ausencia de los padres, se ha ido robando la inocencia de nuestros niños prácticamente sin que nos demos cuenta. Dicen los magos que hacen sus trucos a través de la distracción. Procuran que el espectador vea otra cosa, que se concentre en otra dirección, mientras el mago quita o pone aquello con lo que nos impresionará.

¿Qué es lo que nos distrae de nuestra labor educativa? ¿Qué nos está apartando del camino de la realización plenamente humana que pasa por forjar nuestro carácter en el seno de la familia?

Para el año 2000, las consecuencias de esta tendencia en nuestros hijos se veían graves: incremento de trastornos alimenticios, híper sexualización del ambiente, promoción de sexo prematuro “con protección”, aumento en el consumo de sustancias (alcohol y drogas). Para 2020 estaban puestas las bases de una devastación emocional y moral en las almas de nuestros adolescentes que se agravó con el impacto de la tecnología. Los consultorios se llenan con adolescentes que tienen francas adicciones digitales. La gran mayoría enfrenta presión social por tener una imagen perfecta, o la vida perfecta. Aumentan la violencia y el acoso en línea y en la vida real. Incrementan la baja autoestima, la depresión y la ansiedad.

La miniserie a la que me refiero, desvela los graves daños de este abandono en el que se encuentran nuestros hijos. Se refugian en las pantallas, hay poca convivencia familiar, los padres les permiten encerrarse con sus pantallas por horas, se justifican sus malas conductas porque “se sienten” tristes, irritables, enojados… nos olvidamos que dar lugar a los sentimientos, es conocerlos, comprenderlos y elegir sabiamente lo que haremos con ellos; no se trata de dar el control de nuestras vidas a esos sentimientos. Se trata de conocerlos para gestionarlos de la manera más conveniente posible.

La adolescencia y el engaño de la sociedad

Nuestros adolescentes son llamados a experimentar con su cuerpo y se les dice que es normal, se les lleva a practicar tocamientos, a experimentar sensaciones…están viviendo algo para lo que no están preparados integralmente; sus cuerpos reaccionan a estímulos eróticos, pero sus mentes y corazones aún no tienen la madurez para enfrentar los retos de una vida afectivo-sexual activa. No les estamos hablando de su valor como personas, del valor de la sexualidad misma que es tan alto e importante. Platicamos tan poco con ellos, que no nos revelan esos “secretos” de las redes sociales. No sabemos de los lamentables iconos que significan insultos destructivos y lastiman el auto concepto tan incipiente en este periodo de vida.

Nuestra sociedad nos llama vigorosamente al hedonismo y hemos dejado aquellos ideales que nos mueven al heroísmo. La noción de Dios es nula en la serie y en la vida de gran parte de las familias de hoy. Sin Dios, desconocemos la diferencia entre el bien y el mal. El protagonista repetía: “yo no hice nada malo”. Asesinar a una compañera con un puñal no le resultaba malo.

Verdadera reconciliación

La verdadera reconciliación entre hombres enfrentados y enemistados sólo es posible, si se dejan reconciliar al mismo tiempo con Dios, dijo san Juan Pablo II, no hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón.

Nuestra fe nos llama a imitar a Cristo, que se sacrificó a sí mismo por amor. Sonó muy fuerte para mí escuchar esta frase: “los padres de familia actualmente no se sacrifican ni siquiera por sus hijos”… pero creo que tiene el peso de la verdad en muchos casos.

No queremos hablar de esfuerzo, de donación y de obediencia a un Dios que nos hizo por amor y para amar. Estamos distraídos y necesitamos amar más, sacrificarnos más, comprometernos más.

Familia, ¡sé lo que eres!

¡Volvamos a casa y demos nuestro tiempo y escucha a esos pequeños que necesitan ser amados y valorados por sus padres! ¡Nada vale más que tu familia!. Que nuestros pequeños no necesiten obtener reconocimiento en las redes, que se sientan tan seguros de su valor que no se desbaraten por comentarios temerarios y enfermos. Que juntos, en familia, salgamos a hacer el bien. Que ellos mismos sean agentes de cambio. El Papa Francisco ha dicho a los jóvenes que son la esperanza de la Iglesia y de la humanidad. Les pidió que cambien el mundo como María lo hizo: llevando a Jesús a los demás, cuidando de los otros.

San Juan Pablo II, en su carta a las familias nos recordó la misión sublime que tenemos como padres: encauzar a los hijos para que se forjen como hombres y mujeres de bien. Y nos llamó a hacerlo desde la vida ejemplar, respetándonos mutuamente, viviendo y sembrando la fe, haciendo el bien. Invitó con voz potente: ¡Familia, sé lo que eres!

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