Una vez más, el Papa Francisco sorprendió al cambiar el rumbo del avión que, antes de llevarlo a México, lo condujo nuevamente –en menos de seis meses–, a Cuba. Esta vez para cumplir una cita histórica con el Patriarca de la Iglesia rusa.
El cálido ambiente cubano abrió puertas que estuvieron cerradas mil años. El abrazo de Francisco y Kiril demostró que la unidad es posible. Así quedó plasmado en la declaración conjunta que suscribieron. En 30 puntos los líderes religiosos pidieron el cese de la guerra en Ucrania y destacaron la importancia de las raíces del cristianismo y sus enseñanzas en la paz mundial, la defensa de la vida humana y la convivencia.
Pero la expectativa mundial del encuentro desinfló el interés de algunos en Europa que, al conocer la declaración, se quedaron en anécdotas: esperaban un texto político en contra de Rusia, de la Unión Europea, de Estados Unidos o de los tres. Importantes medios de comunicación no se atrevieron a reseñar, por ejemplo, el numeral 21 que advierte de los millones de abortos y otros ataques a la vida humana como la eutanasia. Tampoco se conoció el 8 sobre libertad religiosa, ni el 19 sobre la familia, o el 20 sobre el matrimonio. Luego, en México y en el avión de regreso a Roma, Francisco aprovechó para insistir en estos temas.
Francisco reclamó alternativas a la crisis migratoria en la frontera sur de Estados Unidos. Sin hacer directa referencia al pre candidato Donald Trump, el Papa expresó que “una persona que piensa sólo en hacer muros, sea donde sea, y no hacer puentes, no es cristiano”. Una declaración que despertó la polémica en plena campaña presidencial. Francisco recordó la naturaleza política del ser humano, que bien define Aristóteles, pero que tampoco convenció a los implicados, tal vez los mismos que desconocieron las conclusiones del encuentro de La Habana.
Ex-embajador de Colombia ante la Santa Sede.