El aborto sigue siendo un tema polémico -a pesar de que algunos se empeñan en sostener que es un tema zanjado que sólo interesa a unos cuantos radicales fanáticos- desde que en 1920 la Unión Soviética se convirtiera en el primer país del mundo en legalizar esta práctica que hasta entonces se consideró casi unánimemente como un crimen. Un siglo después, su estatus legal varía según los países y ha ido cambiando a lo largo del tiempo. Estas leyes van desde el aborto libre a solicitud de la mujer hasta regulaciones y restricciones de varios tipos o su prohibición absoluta bajo cualquier circunstancia.
El aborto en la legislación
En países como Argentina, Canadá, Colombia, México, Cuba, Uruguay, los países de la antigua Unión Soviética, Asia Oriental y casi toda Europa (excepto Malta, Polonia, Andorra, Mónaco, San Marino y Liechtenstein), el aborto es legal a solicitud de la gestante. En la mayoría de los países de Hispanoamérica, África, Medio Oriente o el Sudeste Asiático, el aborto es ilegal y está penalizado en alguno de los supuestos. También hay países donde el aborto no es legal, pero está de hecho despenalizado casi bajo cualquier circunstancia y los médicos que practiquen abortos no son perseguidos: Barbados, Finlandia, India, Israel, Japón, Reino Unido, Taiwán y Zambia.
Sólo seis naciones del mundo prohíben el aborto bajo cualquier circunstancia y establecen penas de cárcel para toda mujer y persona que lo practique, lo intente practicar o facilite su práctica: Ciudad del Vaticano, El Salvador, Honduras, Nicaragua y República Dominicana.
Alrededor de 56 millones de abortos se realizan cada año en el mundo y en muchos lugares sigue habiendo debates sobre los problemas morales, éticos y legales que conlleva el aborto. Algunos países legalizaron el aborto, lo prohibieron y lo volvieron a legalizar (como algunos de los países que integraban la antigua Unión Soviética). China lo liberalizó por completo en 1970 pero, debido a una profunda crisis demográfica, en 2021 estableció la prohibición del aborto no realizado por razones médicas.
El Estado francés ha aprobado este año por una mayoría del 80 % la consagración del derecho al aborto en su Constitución. Con esta sanción legislativa, aparte de conveniencias políticas de un presidente Macron en horas bajas, se pretende blindar el presunto derecho de las mujeres a acabar con la vida de sus hijos frente a posibles limitaciones que pudieran establecerse por futuros gobiernos, más sensibles con el respeto a la vida humana y que quieran seguir la línea emprendida el 22 de junio de 2022 por el Tribunal Supremo de Estados Unidos al declarar que el aborto no es un derecho constitucional. Desde entonces, el país del otro lado del Atlántico está dividido entre los estados con legislaciones restrictivas del aborto y favorables al derecho a la vida de los no nacidos y los que pretenden proteger el acceso al aborto. El 16 de febrero de 2024 la Corte Suprema de Alabama declaró en un polémico fallo que los embriones congelados son seres humanos y merecen protección, poniendo en peligro el negocio de las clínicas de reproducción asistida de ese estado.
La opinión pública
Como es sabido, en este delicado tema, la opinión pública occidental está actualmente dividida entre los que defienden el derecho de la mujer a decidir si da a luz a su hijo o pone fin a su vida y los que defienden que ni siquiera una mujer puede decidir sobre la vida o muerte de la vida que acoge en su interior. Después de décadas de argumentos sobre el peligro para las mujeres que suponen los abortos clandestinos, muchas personas han llegado a la convicción de que el aborto es un derecho de las mujeres y que es preferible garantizarlo en la sanidad pública a que se realice con riesgos en la clandestinidad.
La objeción de conciencia de la mayoría de los médicos del sistema sanitario público se presenta como un obstáculo para el ejercicio de esta práctica. Muchos se han convencido de que la vida gestante en el vientre de la mujer no es un ser humano sino un conjunto de células e incluso que acabar con su vida puede ser un acto misericordioso para evitar a esa madre y a ese hijo una vida insufrible. Es el proceso psicológico que permite a una persona acabar con la vida de otra sin sufrir un sentimiento de culpa imborrable el resto de su vida.
Parece que, en este aspecto, estamos llegando al final del camino comenzado en la Ilustración hacia la total autonomía del yo. Ahora somos totalmente libres de hacer lo que queramos con nuestros cuerpos y nuestras vidas, incluido el derecho a acabar con nuestra vida y la de los no nacidos presuntamente para que no “estropeen” la futura vida de sus madres. Al mismo tiempo, empeoran los índices de salud mental y cada vez más gente vive y muere sola. Una gran mayoría de jóvenes vislumbran para ellos un futuro sombrío y manifiestan su temor a quedarse solos cuando lleguen a la vejez.
El respeto a la vida
Jérôme Lejeune, de cuya muerte estamos celebrando el trigésimo aniversario, gran científico y genetista francés, defensor de la vida humana desde la concepción (convicción que le costó el premio Nobel), afirmó una vez que “la calidad de una civilización se mide por el respeto que profesa a los más débiles de sus miembros”. Se ha convertido en un tópico decir que estamos en un cambio de época y al final de una civilización. Quizá la forma en la que afrontamos la terrible realidad del aborto sea una especie de encrucijada de la civilización y la frontera que la separa de la barbarie.
No perdamos la esperanza en que, después de haber reconocido en occidente el derecho a la autodeterminación total del individuo, lleguemos a la conclusión de que la realidad es más bien que el ser humano es totalmente dependiente y necesitamos sacrificarnos unos por otros -y no unos a otros- para salir adelante y ser verdaderamente felices.
Como escribió Hölderlin en su famoso poema Patmos, «donde está el peligro, crece también lo que salva».