El anteproyecto de Ley de Familias de la ministra Belarra anuncia nuevos tambores de guerra.
Tanto es el “cante”, que hasta el gobierno más ideológico de nuestra reciente historia democrática se está dando cuenta de que no es el momento de llevarla al parlamento.
Está cerca un período preelectoral plagado de nubarrones de incertidumbre para este ejecutivo. No hace falta echar más leña al fuego que ya arde -y abundantemente- después de la aprobación, sin ningún tipo de debate social, de leyes como la eutanasia, la ampliación del aborto, o la chapucera ley del “solo sí es sí”.
Siempre me ha gustado tratar de hacer una lectura positiva de todo lo que cae en mis manos. Del mismo modo que un cuadro lleno de sombras permite ver con mucha más claridad una figura llena de luz, las ocurrencias de este anteproyecto no hacen más que arrojar resplandor sobre la única familia que lo es en plenitud.
Por más que se empeñen en inventar múltiples tipos de familia -cada vez aparecen más: hasta 16, parece que ha alcanzado a destilar el laboratorio ideológico de Belarra-, siguen sin poder evitar que todos tengan como única posible referencia la familia natural. Es decir, una mujer, un hombre y los hijos que sólo pueden proceder de la unión de ambos.
Todo lo demás son simples imitaciones construidas a imagen y semejanza de ese único modelo. Y los tipos varios que se sigan inventando en el futuro sólo servirán para poner en evidencia la genuinidad y autenticidad de la única familia capaz de llevar en plenitud ese nombre.
Pretenden hacernos creer que formar una familia es como ir al supermercado o a unos grandes almacenes y elegir el modelo que se nos antoje. La realidad es que nadie elige a priori formar un determinado tipo de familia. Y también que ninguna familia es perfecta.
Por eso la apariencia de diversidad -mucho más reducida que la que la aprendiz de ingeniera social vislumbra- no es más que la manifestación de la imperfección humana y de nuestra creciente limitación para amar de verdad.
En lugar de encerrarse en su cuarto oscuro ideológico a elucubrar sinsentidos, sería mucho más útil a la sociedad que nuestros gobernantes fuesen capaces de observar la realidad.
Lo que verían son los millones de familias españolas que cada día se esfuerzan por sacar lo mejor de ellas mismas para sostener y atender a los suyos.
Y lo que esperan y se merecen todas ellas es la ayuda del Estado para atender sus necesidades reales: educar a sus hijos y cuidar de sus mayores. Que tomen nota, para la próxima vez, las becarias del laboratorio.
Catedrática en la Facultad de Derecho de la Universidad Internacional de Cataluña y directora del Instituto de Estudios Superiores de la Familia. Dirige la Cátedra sobre Solidaridad Intergeneracional en la Familia (Cátedra IsFamily Santander) y la Cátedra Childcare and Family Policies de la Fundación Joaquim Molins Figueras. Es además vicedecana en la Facultad de Derecho de UIC Barcelona.