Han transcurrido ya varias semanas desde la penosa noticia de la renuncia del titular de Solsona, por motivos, cuanto menos, rarunos, que ha sacudido las redacciones de información general y religiosa en España.
Para la mayor parte del mundo, incluso dentro de la Iglesia, Solsona era una de esas diócesis que hay que buscar en el mapa. Antigua e histórica sede para muchos olvidada que ha protagonizado, y aún a estas alturas sigue en el candelero, portadas, tertulias y opiniones en el mundo entero.
Si algunas cosas ha puesto de manifiesto esta historia es cómo la debilidad siempre puede estar presente en nuestra Iglesia y cómo, para muchos también y especialmente dentro de esta Iglesia, en lugar de ser motivo de examen personal y comunitario, el hecho se convierte en arma y razón de ataque, de escarnio y de humillación pública.
Evidentemente, este hecho, o al menos lo que conocemos de él, ha sido, sin tapujos, un escándalo en su verdadera acepción: por las características, las connotaciones o el desconocimiento… pero no es menos escandaloso el morbo, el cotilleo de sacristía y la “sangre” que se está haciendo con este caso y sus protagonistas, muy especialmente en medios “religiosos”.
Que haya quienes, desde fuera de la Iglesia cojan este tipo de asuntos para atacar o burlarse de la fe es normal, podríamos decir que viene casi de serie. Pero que quienes nos confesamos católicos, y cada domingo nos golpeamos el pecho proclamando nuestra culpa, nos hayamos lanzado, en horas, a la yugular, juzgando intenciones, corazones y vidas ajenas, sin mostrar un mínimo de caridad o sentido sobrenatural, eso sí alimenta el escándalo.
Leía, en la cuenta de Twitter de un reconocido comunicador, cómo la reacción de ciertos medios considerados de información religiosa, ante este caso le había llevado a pensar en el evangélico pasaje de la mujer adúltera. Le doy toda la razón. Con la diferencia coyuntural de que, en la actualidad, hemos cambiado las piedras por los teclados y las cámaras. Cómo sostenía este mismo periodista, especialmente en medios religiosos, la información sobre temas que afectan directamente a las personas, tiene que sostenerse sobre un exquisito respeto a la persona con caridad.
La historia de la Iglesia está escrita con tinta de pecadores y santos, o mejor, con tinta de santos que se saben pecadores y pecadores que pueden llegar a ser santos.
Ante las miserias de unos y otros, la palabra más fuerte y efectiva que podemos decir o escribir es la oración que, por esa comunión de los santos, no se pierde ni aún en los casos que podamos considerar más extremos… aunque el higadillo quiera lanzar el teclado hacia el de enfrente.
Directora de Omnes. Licenciada en Comunicación, con más de 15 años de experiencia en comunicación de la Iglesia. Ha colaborado en medios como COPE o RNE.