La realidad del aborto es una lacra moral en nuestra sociedad. La legalización de la eliminación de una vida humana es una de esas barreras que hemos cruzado que tiene, a mi juicio, consecuencias impredecibles. Por mucho que le cambien de nombre (interrupción voluntaria del embarazo), por mucho que algunos lo justifiquen (progreso, libertad, emancipación de la mujer….) la realidad tozuda e inapelable es que el aborto acaba con la vida de un ser humano en las entrañas de su propia madre.
No es extraño que, por ello, en el corazón de la mujer que va a abortar surja un conflicto interno, una lucha de conciencia, cuando entra en la vorágine de la decisión de abortar o de seguir adelante con la vida que ella siente que tiene en su ser.
La voz potente de la mayoría de los medios de comunicación, de las campañas gubernamentales, de incluso muchos de sus amigos y familiares, dirigen sus pasos en una dirección, la que marca el pensamiento único. Y, dicho sea de paso, alrededor del cual se mueve el multimillonario negocio de las clínicas abortistas. Efectivamente muy pocas voces se alzan para decirle a esa mujer que existen otros caminos, que acabar con la vida de ese niño no es la solución. La voz de los rescatadores que rezan en frente de las clínicas abortistas es una de esas débiles voces que la mujer que va a abortar puede oír in extremis, justo antes del dar el último paso irreversible.
Una voz que se quiere apagar, a la que se le amenaza ahora con la cárcel.
¿Nos damos cuenta del totalitarismo al que estamos llegando? En este, como en otros casos, no se permite ayudar a nadie que esté pasando un trance difícil y que quiera y necesite ese apoyo. Se amenaza con la cárcel a quien preste esa ayuda, simplemente porque va en contra de ese nuevo orden moral que plantea una serie de nuevos derechos humanos, entre los que se encuentra el del aborto.
Simplemente no podemos quedarnos callados. Hemos de alzar la voz y apoyar a aquellos que siguen luchando por salvar la vida de esos niños y de esas madres hasta ese último momento, a las puertas de las clínicas abortistas.
Su presencia salva vidas. Muchas. Es valentía y conciencia. Es apoyo y respeto a las madres. Y es muy, muy importante. De hecho, si no lo fuese, dudo que el Gobierno de la Nación y todo el imperio económico de las clínicas abortistas hubiesen promovido una ley como esta.
El silencio no es una respuesta válida ni neutra.
Delegado de enseñanzas en la Diócesis de Getafe desde el curso 2010-2011, ha ejercido con anterioridad este servicio en el Arzobispado de Pamplona y Tudela, durante siete años (2003-2009). En la actualidad compagina esta labor con su dedicación a la pastoral juvenil dirigiendo la Asociación Pública de Fieles 'Milicia de Santa María' y la asociación educativa 'VEN Y VERÁS. EDUCACIÓN', de la que es Presidente.