A contracorriente

Educar a los hijos en la libertad es ir a contracorriente, porque la auténtica libertad no consiste en hacer lo que a uno le parece en cada momento sino lo que a uno le conviene para acercarse más a Dios.

16 de noviembre de 2023·Tiempo de lectura: 4 minutos

“Si tus amigos se tiran por un puente ¿tú también te tiras?”, era una de las antiguas frases de madre preocupada por los malos hábitos de un hijo influenciable. Hoy son los padres y abuelos los que empujan puente abajo a sus hijos y nietos para que no sean diferentes. ¿Qué nos ha pasado?

De poco o nada sirve citar los datos que relacionan el uso de móviles con un aumento de suicidios y autolesiones por parte de adolescentes, de poco o nada sirve exponer cómo el uso inadecuado de esos dispositivos está detrás de las cifras cada vez mayores de adicción a la pornografía o al juego, de acoso escolar, de problemas de autopercepción o de abusos sexuales. Siempre habrá algún especialista cerca que minimizará los riesgos y alegará que los niños tienen que socializarse y tener libertad. La mención a este último término hace que, enseguida, hasta los padres más responsables transijan con los usos y costumbres más sospechosos no vaya a ser que se les pueda tachar de autoritarios. 

Así pues, bajo la bandera de esa supuesta libertad, tenemos a padres y abuelos generosos derrochando amor hacia sus nietos y comprándoles por su comunión un candado de última generación 5G con cámara de 30 megapíxeles y con batería de 5.000 microamperios, no se les vaya a acabar a mitad del día. Digo “candado” porque como tales están diseñados estos aparatos, para apresar nuestra libertad y atarnos cuantas más horas mejor al universo de servicios que nos ofrecen. 

Muchos de los mejores matemáticos, psicólogos, neurocientíficos e ingenieros del mundo (del mundo libre y de las dictaduras totalitarias que regalan a nuestros hijos las apps que limitan a los suyos) trabajan noche y día por lograr aplicaciones más adictivas, más idóneas para anular nuestra capacidad de decidir, porque su negocio es nuestro tiempo delante de las pantallas. 

Cuando veo a una pandilla de preadolescentes por la calle, todos con sus móviles en la mano, casi sin hablar entre sí, no puedo más que recordar aquella escena que seguro habrán visto en algún documental, de las manadas de ñus cruzando el río Mara infestado de cocodrilos. Siendo, como son, los ñus, animales gregarios, cada año los cocodrilos no tienen más que esperar tranquilamente a que el líder de la manada se adentre en el río para darse el festín, porque todos los demás vendrán detrás en fila india, sin dudarlo. Quizá alguno de los jóvenes de esa pandilla no tenía necesidad de entrar al río por ese vado, quizá podría haber esperado aún algún tiempo, quizá podría haber buscado otra zona con menos carnívoros hambrientos, pero se ve obligado a pasar por donde todos porque le tiene menos miedo al cocodrilo que a salirse de la manada. Una de las escenas más terribles del documental es cuando una de las crías de ñu es atrapada por el hocico entre las fauces de uno de los enormes reptiles ante la mirada resignada de su madre que huye tratando de salvarse y de no perder el ritmo del grupo. 

Volviendo al mundo de los humanos, ya son muchos los padres y madres que están despertando y que no soportan seguir mirando impávidos, cual mamá ñu, cómo otros se meriendan a sus hijos. Han surgido grupos de progenitores que están animándose mutuamente a restringir el uso del celular a sus hijos hasta una edad en la que puedan ser ellos los que dominen el aparato y no viceversa, como hasta ahora. No son grupos especialmente religiosos ni de una ideología determinada. Son grupos, podríamos decir, que simplemente tratan de recuperar el sentido común.

La fe cristiana ha sido siempre una ayuda para los padres a la hora de no perder ese sentido común que protege a quienes lo ejercen de influencias extrañas o modas pasajeras. El Evangelio tiene pautas universales que sirven para familias de toda época y cultura, y saberse amados por Dios ha conferido tradicionalmente a los padres un plus, pues no tienen que buscar el amparo del reconocimiento social, sino que son capaces de vivir a contracorriente y sin miedo.

Educar a los hijos en la libertad es ir a contracorriente, porque la auténtica libertad no consiste en hacer lo que a uno le parece en cada momento sino lo que a uno le conviene para acercarse más a Dios, que es la fuente de la felicidad humana. Y Dios, lamentablemente, no está entre los temas más recomendados por los influencers. Es el motivo por el que a muchas familias cristianas les afecta el fenómeno de la mundanización, que consiste en vivir como todo el mundo, como quienes no tienen esperanza.

El papa Francisco ha dicho que «la mundanidad es probablemente lo peor que le pueda suceder a la comunidad cristiana» y, advirtiendo sobre los peligros de hacer lo que todos hacen, ha afirmado, que «cuesta ir contracorriente, cuesta liberarse de los condicionamientos del pensamiento común, cuesta ser apartado por los que “siguen la moda”», por lo que nos invita a preguntarnos: «¿de qué tengo miedo? ¿De no tener lo que me gusta? ¿De no alcanzar las metas que la sociedad impone? ¿Del juicio de los demás? ¿O más bien, de no agradar al Señor y de no poner en primer lugar su Evangelio?».

Una buena ristra de preguntas para hacernos hoy mientras contemplamos cómo los cocodrilos de turno siguen al acecho de una nueva manada de tiernos ñus adolescentes que ya tienen pedido poder cruzar el río por Navidad.

El autorAntonio Moreno

Periodista. Licenciado en Ciencias de la Comunicación y Bachiller en Ciencias Religiosas. Trabaja en la Delegación diocesana de Medios de Comunicación de Málaga. Sus numerosos "hilos" en Twitter sobre la fe y la vida cotidiana tienen una gran popularidad.

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