La UE ha recomendado a sus ciudadanos que se hagan con un kit de supervivencia ante un posible ataque o desastre natural. Agua, latas de conserva, una linterna, un mechero… cosas básicas para sobrevivir las primeras 72 horas; pero olvidan lo más importante: algo para encontrar sentido a esos primeros momentos de desconcierto y, dependiendo de la gravedad del caso, a la nueva vida que habría que comenzar después. En mi caso, no dejaría de meter en el kit una pequeña biblia y un rosario. En una situación de catástrofe en la que la desesperanza, la incertidumbre y el miedo se apoderarían de nosotros, me parecerían el mayor de los tesoros.
Yo empezaría, por ejemplo, por el Evangelio según San Juan para leer: «En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo»; pasaría por el salmo 34 para escuchar que, «cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias» o que «aunque el justo sufra muchos males, de todos lo libra el Señor»; para llegar a la epístola a los Romanos en la que San Pablo me recordaría que «ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús». El Rosario, sobre todo rezado comunitariamente, es un regalo único de María para encontrar, en ella que es Auxilio de los Cristianos y Reina de la Paz, el consuelo espiritual y esa paz que necesitamos en momentos en los que la vida nos golpea.
Una sociedad tan materialista como la nuestra, que ignora la espiritualidad; está completamente desarmada ante las dificultades de la vida, más aún ante las que pudieran sobrevenir según ese futuro distópico que nos plantea la UE. Si todo el sentido de nuestra vida es tener, ¿qué pasa si lo perdemos todo? Los cristianos contamos con una especie de «entrenamiento para emergencias» cada Cuaresma, cuando tratamos de vivir más austeramente, privándonos de algunas cosas materiales que consideramos imprescindibles el resto del año, renunciando a nuestros gustos en favor de los demás… En este tiempo, recordamos, con Jesús en el desierto, que «no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios».
El Evangelio es esa palabra, comida y bebida, que necesita nuestra alma para continuar viva; es esa linterna que alumbra en la oscuridad del miedo; ese mechero que puede encender el fuego de nuestro espíritu cuando nos venimos abajo y esa navaja multiusos con infinitas utilidades para el día a día como la educación de los hijos, la atención a los pobres y enfermos, el cuidado de los mayores, la relación con el dinero o la organización social. Es también ese botiquín con el que curar nuestras heridas y prevenir enfermedades del alma; esa manta térmica que nos da el calor de un padre bueno cuando todo es frío a nuestro alrededor; ese walkie-talkie que nos pone en contacto con la comunidad, con quienes nos pueden ayudar; esa radio a pilas que nos mantiene en comunicación con Él, que nos trae la Buena Noticia que necesitamos que nos repitan y, entre otras muchas cosas, es también ese carné de identidad imprescindible en todo buen kit de emergencias.
Otro gallo cantaría en esta Europa que ahora se rearma si hubiéramos tenido a buen recaudo nuestra identidad cristiana en una bolsa impermeable protegida del polvo del mercadeo y la humedad de las ideologías que han acabado corrompiéndola. Sus fundadores la llevaban por bandera (literalmente si estudiamos el origen de la insignia de la UE), conscientes de que valores evangélicos como la verdad, la libertad, la justicia, la caridad, la solidaridad o la búsqueda del bien común garantizaban años de unidad, paz y progreso, pero sus sucesores la consideraron poco rentables para sus intereses y la sacaron del kit. Privando al ser humano y a la sociedad de un sentido somos más vulnerables que nunca ante una posible situación límite que pudiera sobrevenir.
El famoso psiquiatra, Viktor Frankl, superviviente de los campos de concentración, en su obra «El hombre en busca de sentido«, sentenció que el ser humano «es ese ser capaz de inventar las cámaras de gas de Auschwitz, pero también es el ser que ha entrado en esas mismas cámaras con la cabeza erguida y el Padrenuestro o el Shemá Israel en los labios». Hoy pocos se saben el Padrenuestro o el Shemá, por lo que la dignidad humana vale solo lo que dos latas de sardinas o un botellín de agua. Mientras algunos ponen a punto sus armas estratégicas, al hombre y a la mujer destinados a la eternidad les garantizan solo eso: 72 horas de vida.
Periodista. Licenciado en Ciencias de la Comunicación y Bachiller en Ciencias Religiosas. Trabaja en la Delegación diocesana de Medios de Comunicación de Málaga. Sus numerosos "hilos" en Twitter sobre la fe y la vida cotidiana tienen una gran popularidad.