Asistimos a un período de rupturas familiares frecuentes con todas sus dolorosas consecuencias. Buscando la felicidad, seducidos por el canto de las sirenas, nos apartamos del camino seguro y cierto que ofrece una familia funcional, en donde cada miembro de ella es amado por sí mismo. Hemos dejado de lado nuestras responsabilidades y privilegiado tanto nuestros derechos que la balanza perdió equilibrio.
En torno al mes de marzo nos toca vivir la cuaresma. El calendario litúrgico nos marca un compás en nuestro andar cristiano, y este tiempo es un periodo sensible en que podemos orar como san Agustín pidiendo: “Padre mío, conózcase y conóceme”.
40 días de penitencia. 40 días preparándonos para el acontecimiento más extraordinario que se ha dado en la historia de la humanidad: la muerte y resurrección de Jesucristo.
Es un camino de purificación, de conversión, tiempo para mirarnos dentro, recapacitar y mejorar como hijos de Dios y hermanos entre nosotros.
Hoy quiero proponerte una cuaresma muy especial, dirigida a mejorar tu matrimonio. Creo que en el origen de las problemáticas sociales y de salud mental, hay padres de familia que han dejado de cumplir su sublime misión: la formación de hijos íntegros, felices y santos, de futuros buenos ciudadanos de la tierra y del cielo.
Estamos demasiado preocupados por los bienes materiales y en verdad despreocupados por los bienes eternos.
Que esta cuaresma nos ayude a reflexionar en los cambios que hemos de llevar a cabo para cumplir esa misión que Dios nos ha confiado al darnos hijos.
Un principio básico es: “El mejor regalo para los hijos es el amor visible de sus padres”.
Si nuestro matrimonio no anda muy bien, es necesario aportar todo lo necesario para cambiar el rumbo. En el tiempo cuaresmal la Iglesia nos propone tres prácticas que nos ayudarán a un cambio personal en dirección del cielo. Apliquemos estas prácticas en nuestro matrimonio y vivamos la experiencia de buscar primero el reino de Dios.
Dichas prácticas son:
- Oración, que perfecciona nuestra relación con Dios;
- Limosna, que perfecciona nuestra relación con los demás;
- Ayuno, que perfecciona nuestra relación con nosotros mismos.
Algunas formas concretas de llevarlas a nuestro matrimonio son:
- Oremos por nuestro matrimonio, pidamos a Dios que nos ayude a convertirnos en ayuda y estímulo ideal para nuestro cónyuge. Oremos por él (ella), por su salud física, mental y espiritual, por sus necesidades, su economía, su trabajo, etc.
- La limosna es una manifestación de caridad, es decir, de amor genuino por nuestros hermanos. Aplicarla al matrimonio supondría tener actos llenos de bondad por el otro. No esperar a que nuestro cónyuge haga algo para merecer nuestra atención y cariño, dárselos, regalárselos. Hacerlo en el nombre de Dios. Esto no impide que pongamos límites saludables a las conductas violentas, agresivas o egoístas de parte del otro; implica más bien, que pedimos de buena manera lo que deseamos, sin ofender, sin buscar venganza, por el contrario, diciendo con palabras y actos que deseamos estar bien a su lado, que lo valoramos y haremos lo que esté en nuestras manos para que se sienta amado y bien apreciado por nosotros.
- El ayuno nos forja en el dominio propio. Ayunar como nos lo pide la Iglesia (miércoles de ceniza y viernes santo, absteniéndose parcial o totalmente de tomar alimento o bebida), pero además, podemos ofrecer en favor de nuestro matrimonio: ayunar de malos pensamientos acerca de nuestro cónyuge, elegir mencionar una cualidad cuando he pensado en un defecto; elegir traer un buen recuerdo cuando ha llegado uno negativo al pensamiento; escoger hablar bien de él (ella) cuando he pensado en quejarme o en juzgarlo negativamente. Ayunar de gritos y palabras ofensivas, evitarlas decididamente y cuando “salen sin pensar”, pedir disculpas de inmediato.
Confieso que esto es algo que me gusta mucho de la cuaresma, que me recuerda el sentido de cargar la cruz y esto me lleva a dejar de señalar al otro como culpable de todo, me dirige a mirarme a mí misma con la mirada de Dios que ha entregado a Su propio hijo por mí. Miro mi pequeñez, reconozco que me falta mucho para ser digna de tanto amor de este Dios misericordioso y me decido a ofrecerle mis esfuerzos, mis pequeños sacrificios de cada día, en reparación de mis culpas y por el bien de los que amo.
Las neurociencias confirman que podemos cambiar caminos neuronales si procuramos nuevos hábitos por 40 días. Realmente estaremos renovando nuestro cerebro, y está comprobado también, que cambiando nuestros pensamientos, cambiaremos nuestros sentimientos.
La palabra de Dios dice: “Por lo demás hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo digno, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo honorable, si hay alguna virtud o algo que merece elogio, en eso meditad”. ( Fil. 4, 8). No os conforméis a este mundo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestra mente, para que, mediante la prueba, podámosle discernir cuál es la voluntad de Dios, lo que es bueno, aceptable y perfecto. (Rom. 12, 2).
Hagamos un gran bien al mundo cuidando esta institución tan importante: el matrimonio.