Al investigar si la Iglesia recomienda o desaconseja el mindfulness para los católicos, se advierte que la mayoría de referencias que hay en los pocos documentos magisteriales en los que se habla de ella, se mueven entre la desaprobación total, o una encarecida llamada a la prudencia a la hora de aplicarlo. Lo mismo ocurre si uno busca opiniones sobre el tema en páginas web de información religiosa fieles al Magisterio de la Iglesia, pues evidentemente se nutren en primer lugar de las opiniones emanadas de los pastores.
Problemas graves
Es cierto que hay muy buenas razones para que muchos obispos, sacerdotes y personas con criterio desaconsejen el mindfulness. Motivos para la preocupación no faltan: por ejemplo, en algunas instituciones de la Iglesia se han sustituido los ejercicios espirituales tradicionales (basados en el silencio exterior, la recepción de los sacramentos y la predicación) por retiros de yoga, meditación zen o mindfulness.
Por otro lado, hay colegios y universidades católicas que ofrecen actividades sobre estas materias como si fueran el reemplazo natural o “moderno” del modo de rezar cristiano. Sólo por estos dos hechos, hay que reconocer que la confusión generada ha sido muy notable e, incluso, especialmente grave en algunos contextos, por lo que es natural que muchas personas hayan hecho saltar todas las alarmas.
La admiración por las prácticas orientales ha ido de la mano del aumento de muchas creencias pseudoreligiosas, esotéricas, mágicas o fantasiosas. Por supuesto, no han afectado únicamente a los cristianos sino a todos los ciudadanos, hasta el punto de que uno puede encontrar clínicas que presentan como terapias de similar eficacia sesiones de fisioterapia o de reiki (una práctica japonesa de curación basada en la idea de que una energía vital fluye por el cuerpo y se puede canalizar por las manos del terapeuta; sus presupuestos son incompatibles con la fe cristiana).
El crecimiento de la celebración de la fiesta de Halloween (la segunda que más gasto genera después de las navidades) o la normalización de muchas supuestas prácticas “espirituales” (horóscopos, tarot, ouija, santería y un largo etcétera) son otras muestras de este fenómeno de diversidad de creencias poco científicas o irracionales
Hasta tal punto se ha minimizado la relevancia que tiene el acercamiento a este tipo de asuntos que ni siquiera los temas relacionados directamente con el diablo se toman con un mínimo de credibilidad. Por eso, no es de extrañar que una de las mayores cadenas comerciales de España pusiera a la venta hace dos meses un juego, para mayores de 14 años, llamado “Invoquemos demonios”. Las protestas que generó en las redes sociales llevaron a su retirada de las estanterías, pero muestra bien hasta qué punto se frivoliza con estos asuntos.
A pesar de este contexto tan preocupante, vale la pena plantearse con profundidad si el mindfulness puede considerarse una práctica terapéutica diferente de las anteriores. La fe cristiana no debe tener miedo a aprovechar todo lo que haya de verdadero y bueno en todas las cosas. Si a esto sumamos que el mindfulness es cada vez más recomendado por muchos psicólogos y psiquiatras para abordar el estrés o la ansiedad, sería bastante contraproducente que la Iglesia se opusiera a ella sin razones muy bien fundadas.
La fe cristiana sostiene la compatibilidad entre la fe y la razón, por lo que el creyente no debe tener miedo a analizar las cosas con tranquilidad y profundidad.
La occidentalización del yoga
El mindfulness, conocido en español como “atención plena”, es una práctica que tiene sus raíces en la filosofía budista, siendo una parte fundamental de la rueda del Dharma, en la que se resumen las enseñanzas fundamentales del budismo. Concretamente, la “atención plena” forma parte del “Noble óctuple sendero”, uno de los pasos del yoga para tratar de eliminar el sufrimiento.
Indudablemente esta perspectiva budista es incompatible con la fe cristiana, pues pretende alcanzar un estado de felicidad plena que no requiere de la ayuda divina. Su herencia gnóstica es evidente, pues el conocimiento y la ascesis personal son las principales causas del desarrollo personal.
Hace 50 años las sociedades occidentales eran mucho menos crédulas y sincretistas que en la actualidad, por eso, no era fácil que el yoga y todas las ideas religiosas y culturales en las que se sostiene, calaran en la opinión pública. Sin embargo, un grupo de médicos pensó que algunas de sus prácticas.
podían ser beneficiosas para la salud mental, con independencia de que se aceptaran sus presupuestos. Uno de ellos fue el doctor Jon Kabat-Zinn, doctorado en el MIT, que en los años 70 desarrolló en Estados Unidos un programa de reducción del estrés basado en mindfulness. Para conseguir su aceptación, eliminó el componente religioso de la práctica oriental, lo que facilitó su aceptación en contextos de salud y bienestar.
En qué consiste el mindfulness
El mindfulness es una práctica que puede realizarse de muchas formas. Para comenzar basta con estar correctamente sentado en una silla, cerrar los ojos y tratar de prestar toda la atención de la mente a la respiración. Otra posibilidad es tratar de advertir otras percepciones de los diferentes sentidos de las que habitualmente no somos conscientes.
Mientras uno trata de concentrarse durante varios minutos en las sensaciones corporales, es fácil que se distraiga hacia otros pensamientos que, seguramente, han ocupado también su atención en otros momentos del día: una compra o una llamada que se debe realizar, un asunto laboral, un problema familiar, etc. Muchos de esos pensamientos pueden ser negativos o resultar estresantes, especialmente si uno los acumula y les da vueltas constantemente.
El mindfulness invita a las personas a dejar marchar los pensamientos, sobre todo si son estresantes o negativos, pero cuando esto no es posible, trata de que el sujeto que lo practica advierta los aspectos positivos de un mal pensamiento. ¿Es realmente tan grave? ¿Sirve de algo que me estrese o me deprima? ¿Puedo ser feliz a pesar de esa mala noticia?
Una vez que el sujeto que practica mindfulness ha relativizado la importancia de sus pensamientos y emociones, intentará volver a prestar atención a las sensaciones corporales. Hacer esto una vez sirve de poco, pero si uno lo repite a diario y adquiere cierto hábito, logrará aumentar su capacidad de atender al momento presente y dejará de distraerse continuamente con otros pensamientos hipotéticos que producen estrés. Como es lógico suponer, uno de los efectos de la práctica del mindfulness es un aumento de la capacidad de concentración.
Actitudes que se desarrollan
Como hemos visto, el mindfulness tiene como objetivo prestar la mayor atención posible al momento presente, al facilitar que los pensamientos negativos no colonicen la mente y la acaben agotando. La práctica regular de esta terapia trata de fomentar una serie de actitudes en las personas, especialmente:
-Aceptación: aceptar el momento presente aunque sea malo o, en la medida de lo posible, poniendo el acento en lo positivo.
-No juzgar: muchas veces uno no puede cambiar sus circunstancias, pero lo que sí puede hacer es decidir qué actitud tomar ante ellas, intentando no realizar juicios duros o negativos que no solucionan nada y sólo producen insatisfacción.
-No obsesionarse: si uno no consigue algo no tiene porqué alimentar inútilmente la ansiedad por no lograrlo. Es más positivo tratar de disfrutar el camino que uno recorre hasta que logra un objetivo.
-Paciencia: no buscar siempre lo que nos agrada, no tratar de hacer las cosas perfectamente. Lo importante es mejorar poco a poco.
-Confianza: creer que uno es capaz de conseguir lo que se proponga, por lo que es importante no rendirse.
Valoración
De manera análoga a cuando uno va al gimnasio regularmente, si uno practica 15 o 30 minutos de mindfulness a diario puede desarrollar una buena “musculatura mental” para afrontar el día a día. Ahora bien, al igual que en el deporte uno puede lesionarse si hace
esfuerzos desproporcionados, con el mindfulness también hay que encontrar un equilibrio entre la aceptación de las propias limitaciones y una actitud proactiva para tratar de cambiar lo que se puede cambiar. Viene bien aquí traer a colación aquello de Aristóteles: la virtud se encuentra en el punto medio entre los extremos viciosos.
Este artículo no pretende establecer un juicio médico sobre el mindfulness, valorando hasta qué punto es eficaz, para qué problemas es más útil recomendarlo, etc. Los profesionales de la salud son los que deben valorar ese asunto.
Lo que sí es interesante es advertir cómo esta terapia es recomendada cada vez por más terapeutas (también algunos que son buenos católicos) y mucha gente admite que tiene efectos positivos en su vida.
Así pues, viendo en qué puede consistir exactamente la práctica del mindfulness y cómo es perfectamente desligable de las raíces religiosas y sincretistas del yoga, cabe preguntarse si tiene algo que atente directamente contra el dogma o la moral católica.
Mindfulness y cristianismo
Si se ha entendido correctamente lo expuesto anteriormente, no parece que haya algo intrínsecamente malo en la práctica del mindfulness. Otra cosa es que uno acuda a cursos, libros o terapias que mezclen el mindfulness con otras cuestiones esotéricas. Ahora bien, en ese caso conviene saber que esas propuestas serían desviaciones respecto a lo que la mayoría de terapéutas entienden que es el mindfulness.
Otro riesgo que puede plantearse para una persona creyente, es que la práctica del mindfulness despierte en él cierta curiosidad o atracción por los métodos orientales de meditación (yoga, zen, etc.) o métodos naturales alternativos (como el reiki). Si una persona tiene poco conocimiento y práctica de la fe y tendencia a la credulidad, puede sentir fascinación ante lo desconocido y pensar que en otras culturas hay tanta sabiduría como en el cristianismo; que la falta de pruebas en otras tradiciones religiosas es comparable a la falta de evidencias que tiene para un cristiano aceptar el relato del Génesis, etc. Ahora bien este tipo de problemáticas deberían animar a los líderes católicos a impulsar la formación en este tipo de cuestiones. No es buena actitud no hacer el esfuerzo por discriminar qué aspectos pueden ser positivos y cuáles no.
El mindfulness no es oración
La primera razón por la que el mindfulness se confunde con la oración cristiana es porque muchas veces se utiliza la misma palabra para describir ambas prácticas: “meditación”. Por ejemplo, por un lado se habla de la “meditación” en un contexto cristiano como un modo de rezar personal, diferente de las oraciones vocales formales (como el rosario o el breviario). Por otro lado, cuando uno practica mindfulness también dice que va a dedicar tiempo a la “meditación”. Se usa el mismo concepto, pero su significado es muy diferente.
Pero no acaban aquí los paralelismos entre las dos prácticas, puesto que desde fuera las dos pueden resultar indistinguibles. Una persona no puede saber si otra está rezando tranquilamente tratando de hablar con Dios o está tratando de concentrarse en sus sentidos y pensamientos. Ahora bien, estas dos actividades son en realidad muy diferentes. La oración es un diálogo del hombre con Dios, mientras que el mindfulness es una introspección psicológica con uno mismo. En la oración uno trata de buscar la voluntad de Dios e identificarse con Él, mientras que el mindfulness busca encontrar un bienestar físico y psicológico.
Entender estas diferencias es esencial para entender la diferencia entre una sana práctica de meditación para mejorar la salud y la meditación cristiana. La primera puede desarrollar actitudes positivas para el bienestar personal, mientras que la segunda se abre a una relación personal con Dios a través del diálogo. Las recomendaciones de los pastores de la Iglesia siempre han subrayado este aspecto en sus comentarios de las dos últimas décadas.
Posturas problemáticas
Sin pretender dar nombres concretos, es bueno saber que algunos sacerdotes con gran influencia mediática han fomentado determinadas prácticas de meditación en las que no se distingue con claridad a dónde llevan sus metodologías. Algunas de esas posturas resultan preocupantes porque no dejan claro si la introspección personal es un fin en sí mismo o, más bien, son sólo un medio para mejorar la concentración y alejarse del ruido del ajetreo diario, que luego busca desarrollar una relación personal con Dios.
Otras propuestas, todavía más desviadas, sostienen que hay que trascender las limitaciones de los dogmas y sacramentos cristianos para entrar en una relación directa con Dios. Como es natural, este tipo de ideas, sostenidas por sacerdotes u otras personas relevantes en la Iglesia, han despertado la preocupación de la jerarquía y provocado sus pronunciamientos.
Por supuesto es bueno que estas llamadas de atención hayan ocurrido, aunque en ocasiones puede que se hayan realizado juicios excesivamente taxativos contra el mindfulness. En este sentido, puede resultar todavía mejor investigar un poco más si la meditación que propugnan muchos profesionales de la psicoterapia resulta siempre problemática para un creyente o puede ser aceptada como un medio para mejorar la salud y bienestar emocional (sabiendo que son siempre limitadas).