Pocas personas pueden ver resumida su historia en un solo gesto, como san Martín. El suyo tuvo lugar alrededor del año 335. Como soldado de la guardia imperial, el joven realizaba rondas nocturnas. Y en una de éstas, durante el invierno, se encontró a caballo con un mendigo semidesnudo, cerca de Amiens. Martín tuvo compasión por él, se quitó el manto, lo cortó en dos y le regaló la mitad al pobre.
La noche siguiente se le apareció Jesús en sueños vestido con ese trozo del manto, y decía a los ángeles: “He aquí Martín, el soldado romano que no está bautizado: él me ha vestido”. Este sueño impresionó mucho al joven soldado, que en la fiesta de la Pascua siguiente fue bautizado, cuenta el santoral vaticano.
Nacido en Sabaria (hoy Hungría) cuando era provincia romana de Panonia, hijo de un oficial romano pagano, san Martín, tras recibir el bautismo y abandonadas las armas, fundó un monasterio en Ligugé (Francia). Allí llevó vida monástica bajo la dirección de San Hilario. Luego se ordenó sacerdote y fue elegido obispo de Tours. Evangelizó la región de las Galias y fundó varios monasterios.
Misericordia
Cuando aceptó el obispado, el ex soldado rechazó vivir como un príncipe para que la gente en la miseria, presos y enfermos encontraran una casa bajo su manto. Vivió junto a las murallas de la ciudad, en el monasterio de Marmoutier, el más antiguo de Francia. Otro aspecto importante fue su defensa de la misericordia frente a la violencia. Intervino ante el emperador para frenar la ejecución de herejes, apartados de la doctrina. A sus exequias, en el 397, asistió una muchedumbre que lo reconoció como persona generosa y solidaria.



