Los datos conocidos de la vida de san Ignacio de Antioquía, mártir, comienzan cuando los apóstoles San Pedro y San Pablo le designaron obispo de la ciudad, relevante en el Imperio Romano. Transmitió con fidelidad la doctrina de los primeros apóstoles.
El Martirologio Romano escribe: “Memoria de san Ignacio, obispo y mártir, discípulo del apóstol san Juan y segundo sucesor de san Pedro en la sede de Antioquía. En tiempo del emperador Trajano le condenaron al suplicio de las fieras, y consumó su glorioso martirio en Roma.
Siete epístolas
Durante el viaje, mientras experimentaba la ferocidad de sus centinelas, semejante a la de los leopardos, escribió siete cartas dirigidas a diversas Iglesias. En ellas exhortó a los hermanos a servir a Dios unidos con el propio obispo, y a que no le impidiesen poder ser inmolado como víctima por Cristo. († c.107)”.
Al enterarse de que viajaba preso a Roma, para ser martirizado, le salían al encuentro, como san Policarpo en Esmirna o Eusebio de Cesarea. Éste puso de manifiesto el afán apostólico del santo, que daba a conocer a Cristo en todo momento.
Dar la vida por Cristo
En las siete epístolas que escribió a distintas iglesias, exhortó a los cristianos a dar la vida por Cristo, y ser fieles a las enseñanzas recibidas. A mantenerse firmes y a vivir la caridad y unidad entre todos. Recibió el martirio el año 107, en tiempo del emperador Trajano.
Las Actas de los mártires reflejan el sacrificio del obispo, cuyo sobrenombre de “Theophoros” (portador de Dios) resume su vida. En sus obras muestra que la doctrina de la Iglesia procede de Cristo por medio de los apóstoles. Sus restos se llevaron a Antioquía.