Cultura

Francisco Garfias. Por los caminos del alma

Tuvo su momento de esplendor en la lírica española: la segunda mitad del siglo XX, ahora, a propósito del centenario de su nacimiento, se le reivindica como un poeta fundamental español, de enorme e intenso aliento poético, capaz de convertir su experiencia literaria en un modo de acercamiento a Dios.

Carmelo Guillén·15 de octubre de 2021·Tiempo de lectura: 4 minutos
Francisco Garfias (1920-2010)

Según se ha puesto de manifiesto en múltiples ocasiones por quienes lo trataron, Francisco Garfias fue un hombre bondadoso, accesible, nada altivo. Además, gozó en vida de una reputación lírica admirable, descollando con una poesía muy abierta a temas de lo más variados. 

Toda poesía busca a Dios

Sin embargo, su verso más hondo, aquel en el que alcanzó su mejor nivel literario, siempre lo marcó su relación con Dios. De hecho, quienes han conocido y difundido la lírica religiosa del siglo XX, lo han tenido presente en sus trabajos, incluida la propia Ernestina de Champourcín, quien en la tercera edición de su mítica recopilación —Dios en la poesía actual—, editada por la Biblioteca de Autores Cristianos (la BAC), no quiso prescindir de él, un poeta que, ya en la Antología de poesía religiosa de Leopoldo de Luis, dejó muy clara su poética: “Si la poesía no es religiosa, no es poesía. Toda poesía (directísima o indirectísimamente) busca a Dios”. Una idea que, aunque es muy común en muchos autores, en Garfias posee visos de falsilla o hilo conductor en su trayectoria vital y creativa, incluso en su primer libro veinteañero, Caminos interiores, en el que revela una constante orientación escrutadora que, en lo sucesivo, lo va a caracterizar, pero que, sobre todo, se dejará ver de manera notoria en sus tres poemarios más inspirados: La duda, Escribo soledad y Doble elegía

En su afán indagatorio, la presencia de Dios se vislumbra como un pálpito continuo que lo mantiene en ascuas frente a los interrogantes vitales. Así, en su primer libro, el más emblemático de todos, La duda, las citas iniciales de san Pablo y de Unamuno respectivamente dejan constancia de su marcada sed de divinidad y evidencian que la suya es una poesía repleta de preguntas, de hondos desasosiegos encarnados en aquellos sobrecogedores versos en los que expresa su batalla más viva, tras darse cuenta de que su fe de niño se le escapa como el agua: “Ahora, por el valle palpitante / de la memoria, manos, ojos, frente / buscan el rostro aquel, la zarza ardida. Pero el agua no está”, con lo cual se descubre que: “De pronto, sin que nadie lo advirtiera, / sin preceder un grito ni un relámpago, / esta otra luz me ha roto la alegría. / Se me ha secado el gozo. Se me ha / nublado la esperanza. / Súbitamente, manos, ojos, frente, / corazón y silencio / se han quedado sin Dios”. Y es que en ese equilibrio entre la fe (una luz) y la razón (otra luz), parece como si Dios desapareciera de su vida. Es, pues, por tanto una fe pensada la que traza la existencia personal de Garfias; una fe pensada que se desenvuelve en un “cruce subterráneo / que va y viene, Señor, a ti, de ti” y que tiene como síntesis de todo su pensamiento religioso los versos que cierran La duda: “Tengo un miedo indecible a que se vuelva / mi fe de espaldas. Tengo un miedo horrible. / Horrible, os lo aseguro. / Y por mi noche desbocada busco, / vuelvo a buscar, repito la llamada, / tropiezo en Dios, levanto sus banderas, / lucho y caigo vencido en su regazo. / Es ese Dios que ahora / tiene el tamaño de mi duda”.

Tono tensional y confiado

Aunque pueda dar la impresión de que su poesía se queda ahí, en la incertidumbre, en la perplejidad, en una manera agónica de entender la realidad, y, al fin y al cabo, sea la de una persona que busca a Dios entre la niebla, en el decir de Antonio Machado, tiene de positivo que en ningún momento se vuelve incrédula o cae en un desarraigo profundo, sino que se desarrolla permanentemente en un tono tensional, sobre todo porque el poeta, recurriendo a imágenes poéticas de su tiempo —la del “perro”, por ejemplo, estaba ya en Hijos de la ira, de Dámaso Alonso— expresa sus más auténticas congojas interiores tal cual se pueden leer en Ramo dolorido, un significativo soneto que vale la pena reproducir: “Porque me hieres, creo en Ti. Te amo / porque eres una sombra vacilante. / Te busco por errante y discordante. / Porque no me contestas, yo te llamo. / Yo, herido perro junto a Ti. Tú, el Amo. / Yo, el desconcierto y el interrogante. / Tú, el aguafiestas, el desconcertante. / Yo, ramo dolorido, ardiente ramo. / Tú, látigo pendiente en mi crujía. / Escozor en los ojos que me encelas. / Sal viva por mi pecho sin bonanza. / Oh, dueño de mi ser y mi agonía. / Cristo, asido a mi cruz, a las candelas / de mi fe, de mi amor y mi esperanza”. Y, al tiempo que tensional, es poesía que surge de una decidida confianza en Dios, de un enorme deseo de esclarecer la situación interior en la que, con frecuencia, se halla el poeta. Como anuncia el salmo 130, la de Garfias es poesía que nace de lo hondo, como un grito, en perseverante petición de gracia. De ese modo se entiende que convierta sus versos en un reclamo constante cuando implora el favor divino: “Dame tu mano Tú si todavía / estás en mis asombros derramado” o que insista sensatamente en alcanzar la luz de la fe, más que nunca “cuando la luz se va”

Tras La duda (1971), el poeta publica Escribo soledad (1974), dedicado a su hermana; su gran confidente, que acababa de morir. Tanto en uno como en otro libro, Garfias presenta un deje lírico y oracional que, como apuntábamos al principio, constituye junto a Doble elegía (1983), lo más inspirado de su producción poética. Una cita de san Agustín lo abre: “Al final es siempre la soledad, pero tras la soledad está Dios”, y, a continuación, se genera un ramillete de composiciones de sabor familiar en el que tiene cabida tanto la mirada de la madre, su otra confidente, siempre atenta a las actuaciones de sus hijos, como el reencuentro con su infancia y con su pueblo, Moguer. Frente a estos afectos —en especial, el de su madre y el de su hermana— “la respuesta, al fin, vuelvo a encontrarla / en el amor, definitivamente”. 

Apertura a otras realidades

“Que no descanse el caudaloso río, / la paloma de amor, la luz, el cántico” son versos que preludian el final de ese proceso interior. A partir de aquí, la obra poética de Garfias —siempre dentro de una destreza y fluidez inigualables—, se hace menos clamorosa, menos pasional, más sosegada, más proclive a la celebración de paisajes contemplativos hallados en la pintura o en lugares concretos del territorio español. Será poesía que mira hacia fuera de sí mismo, de esa que deja de escudriñar en los laberintos inextricables en los que hasta entonces el poeta se veía envuelto, y se abre a otras realidades aparentemente menos perturbadoras. Eso sí, seguirá teniendo la fuerza emocional y poética de quien se ha dejado la vida —como escribía Garfias en uno de sus primeros poemas publicados— por los caminos del alma.

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