San Juan de Egipto, ermitaño, vivió en Tebaida, dedicado a la oración y penitencia, y san Ruperto fue obispo de Salzburgo. San Juan ejerció de carpintero y se puso en manos de un monje, que le orientó a la austeridad en la búsqueda de Jesucristo. Se alimentaba de frutos silvestres, dormía poco y expiaba por sus pecados. Era conocido por su sencillez y alegría.
Dios le concedió el don de profecía, de curar enfermedades, y ser guía de almas. Fue consultado por emperadores, y personajes de la política y religiosos. Acudieron a él algunos Padres de la Iglesia como San Jerónimo y San Agustín, que escribió sobre él y es fuente segura para conocerlo. Tras pasar más de 70 años en el desierto, falleció el año 394.
Primer abad-obispo
La vida de San Ruperto fue diferente a la de san Juan. Obispo de Worms (Alemania), tuvo que irse, porque se le pusieron en contra arrianos y paganos. Entonces el duque de Baviera, Teodo II, le invitó a predicar en su territorio, que comprendía entonces una parte de Austria. San Ruperto comenzó en Ratisbona y siguió a lo largo del Danubio.
Reconstruyó una antigua ciudad romana que le dio el duque, Juvavum, a la que puso el nombre de Salzburgo. Edificó una iglesia y un monasterio, dedicado a san Pedro, y fue su primer abad y obispo, según el Martirologio Romano. Falleció el año 718. Sus reliquias se conservan en la catedral de Salzburgo, edificada en el siglo XVII.