George Steiner, reconocido crítico literarío, hablando de la Biblia Hebrea, decía que “todos los demás libros, ya sean historias, narraciones imaginarias, códigos legales, tratados morales, poemas líricos, diálogos dramáticos, o meditaciones teológico-filosóficas, son como chispas, muchas veces desde luego lejanas, que un soplo incesante levanta de este fuego central”.
En efecto, desde hace muchos siglos la Palabra de Dios testimoniada en la Sagrada Escritura es fermento de creatividad en el pensamiento, el arte, el derecho o la economía. También en el mundo contemporáneo, los motivos bíblicos siguen mostrando destellos de su presencia benéfica incluso en contextos muy ajenos a la cultura cristiana.
Ventana de la Paz de Naciones Unidas
Sin duda, una encrucijada máximamente cosmopolita es la sede de la Asamblea General de las Naciones Unidas, en Nueva York. En sus pasillos, oficinas y salas de conferencias se entrecruzan gentes muy variadas, en unos espacios de trabajo y de descanso deliberadamente asépticos desde el punto de vista religioso.
Cuando se accede a ese edificio desde la plaza ajardinada situada en el extremo norte, el gran vestíbulo de entrada ofrece un amplio espacio de bienvenida, tamizado por una luz azul que invita a meditar. Esa iluminación procede de una vidriera, especialmente brillante al amanecer, que representa el anhelo del ser humano por la paz.
Se trata de un vitral de notables dimensiones, 4,6 metros de ancho por 3,7 metros de alto, diseñado por Marc Chagall, con su peculiarísimo estilo, donde se conjugan fantasía, realidad y simbología. En su resplandor se pueden distinguir varios símbolos que, en medio de tensiones, manifiestan una añoranza de paz y de amor.
Simbología
En la parte central brota del suelo un árbol que divide la composición en dos secciones. Podría ser el árbol de la ciencia del bien y del mal, pues tiene a su lado la serpiente astuta que sedujo a Adán y Eva.
A la izquierda se contempla una visión paradisiaca donde ángeles, seres humanos y animales flotan en alegría y paz en un espacio luminoso.
En la parte central superior, en medio de un ramo de flores rojas y violetas, una criatura angelical acerca con ternura su rostro a una niña. Es un beso de paz que simboliza el amor y la armonía entre el Cielo y la Tierra. E incluso hay quienes se atreven a descubrir en ese dulce gesto un significado más profundo que simbolizaría la unión mística con Dios, o la infusión del Espíritu Santo. Esta escena situada en el centro, ¿podría incluso aludir veladamente a la Encarnación, que vino a cambiar el rumbo de una historia marcada por el pecado desde sus inicios?
La zona derecha, más oscura, representa el mundo caído. Una gran multitud de personas, hombres y mujeres, niños y ancianos, por encima de los cuales se adivinan en la parte central unos edificios, muestra a personas que, atrapadas en las tensiones del mundo contemporáneo, anhelan la paz. En la parte inferior, una mujer de gran tamaño se arrodilla en señal de dolor, y en medio de la gente, una pareja sostiene y protege tiernamente a su hijo recién nacido.
La huella de la Biblia
Sobre esas figuras, un ángel, con alas doradas de notables dimensiones, entrega desde el Cielo dos tablas, con un diseño análogo a las que la iconografía clásica pone en manos de Moisés cuando desciende del Sinaí con los Diez Mandamientos. Junto a él, un hombre crucificado asume todo el dramatismo del sufrimiento humano para traer la paz al mundo.
En ese conjunto, dos símbolos bíblicos capitalizan todo el protagonismo: las Tablas de la Ley, que llevan a pensar inmediatamente en la cultura judía, y el Crucificado, que es la imagen cristiana por excelencia. Además, ambas figuras comparten la misma zona superior derecha de la vidriera, estableciendo entre ellas un diálogo del que depende mucho la configuración de una cultura de la paz. Sólo contando con el respeto a la ley natural, sintetizada en el Decálogo, y con la eficacia redentora del misterio pascual de Jesucristo, se podrá retornar a la feliz luminosidad del Paraíso.
Basta contemplar y admirar esa obra del arte contemporáneo para constatar que hasta esa encrucijada nada religiosa del mundo actual han llegado las chispas de luz que proceden de ese gran hogar que es la Biblia.
¿Cómo es posible que el libro de un pueblo de pastores y agricultores, pobladores de una región pequeña, árida en gran parte de su territorio, y zona de paso entre los grandes imperios de la antigüedad, que fue fraguando en medio de persecuciones sangrientas, deportaciones y ocupaciones, haya terminado por capitalizar primero la cultura del imperio romano, y por extender después su influencia en todo el mundo? ¿Por qué su idea de un Dios personal, creador y providente, justo y misericordioso, se expandió por toda la tierra y arraigó por doquier en todo tipo de culturas nativas? ¿Por qué la Biblia ha tenido una influencia tan grande desde hace algo más de dos milenios?
No faltan quienes mantienen que su éxito es consecuencia de una insólita secuencia de acontecimientos fortuitos. Desde el surgimiento de un imperio romano, que fundió un heterogéneo conjunto de elementos de poder en la república de Roma con la idiosincrasia propia de muchos pueblos conquistados para formar una única comunidad política, económica y cultural, que logró un potencial y dimensiones hasta ese momento desconocidos, hasta el acceso casual de Constantino al trono imperial que impulsó desde arriba la expansión del cristianismo, …
Pero sólo eso no explica que los valores judeo-cristianos hayan tenido una fuerza tan irresistible a lo largo de dos milenios y, menos aún, que sigan manteniendo su plena vigencia para la mayor parte de la población mundial.
La Biblia como motor cultural
Una respuesta más profunda habría que buscarla en la huella indeleble que el texto de la Biblia ha dejado en la condición humana: en la ética, el derecho, la literatura, la música o el arte, y todas las manifestaciones culturales que configuran nuestra identidad.
Ahora bien, tampoco eso basta. A pesar del notable impacto de ese gran clásico que es la Biblia en ámbitos tan diversos e influyentes, se podría decir de modo provocativo, como lo hizo T. S. Eliot, que quienes hablan de la Biblia como un monumento literario, a menudo lo admiran solamente como “un monumento levantado sobre la tumba del cristianismo”. También esto merece una reflexión.
El enorme potencial como motor de la cultura y el progreso que este clásico de la literatura universal ha demostrado en el tiempo, ¿es independiente de su valor religioso?, ¿no tiene nada que ver con el papel decisivo de la Biblia Hebrea en la configuración del judaísmo, ni con el testimonio de una revelación divina que el lector cristiano reconoce en una lectura en diálogo del Primer y del Nuevo Testamento?
El carácter fundante de la cultura contemporánea que corresponde a la Biblia no deriva sólo de su fuerza literaria, sino que brota ante todo de que es una palabra verdadera, que viene de Dios y que ha sido donada a la humanidad.
Contenido facilitado por el profesorado del Máster de Cristianismo y Cultura Contemporánea de la Universidad de Navarra.
Profesor ordinario de Sagrada Escritura, Universidad de Navarra




