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La crisis de la Iglesia en Holanda en la segunda mitad del s. XX

En este segundo artículo sobre el catolicismo en Holanda se aborda el papel de la Iglesia en la Segunda Guerra Mundial y la posguerra.

Enrique Alonso de Velasco·20 de noviembre de 2024·Tiempo de lectura: 6 minutos
Holanda

Como vimos en un primer artículo sobre la Iglesia en Holanda, tras la reforma protestante empezó un largo periodo (1573-1795) en el que la provincia eclesiástica holandesa pasó a ser tierra de misión, y los católicos fueron severamente discriminados, lo cual resultó en una disminución paulatina de su número y un bajón en su nivel de educación, su posición económica y, por tanto, su influencia en la sociedad. Cuando en 1853 la jerarquía fue restituida (38% de la población era entonces católica), los obispos y sacerdotes católicos, ayudados por las órdenes y congregaciones religiosas, pusieron en marcha numerosas iniciativas para ayudar a la población católica a salir de su grave situación de ignorancia religiosa, subdesarrollo y pobreza. 

Pocos laicos tenían la formación debida, el poder económico y la influencia social necesarias para contribuir a este resurgimiento espiritual y social de los católicos. Así, desde el comienzo del ‘resurgir católico’, un papel primordial fue desempeñado –por necesidad– por los clérigos y religiosos. ¿Contribuiría esto a cierta pasividad del laicado en la construcción de una sociedad más justa y cristiana, y también en su responsabilidad personal como ciudadanos y cristianos? Probablemente.

Revitalización católica

Sea como fuere, la tarea de revitalización católica se abordó con vigor y los resultados no tardaron en materializarse: construyeron iglesias, fundaron colegios y hospitales, editaron periódicos y otros medios de información, y se agruparon en un partido político que hiciera valer sus derechos. A mediados del siglo XX, los católicos habían recuperado gran parte de sus derechos en el terreno cultural, social y económico frente a sus compatriotas protestantes. Se habían organizado de tal manera, que llegaron a formar un grupo o proyecto bastante uniforme de presión política, social y mediática, ligado a la «columna católica», que algunos denominaron «la Causa Católica» («de Roomsche Zaak») en el que la vida espiritual fue pasando paulatinamente a un segundo plano y el movimiento social de ayuda a los católicos a un primero. 

En este proyecto, la Iglesia –y el clero en particular– adquirió mucho poder, muy útil para ayudar a la población católica, aunque no exclusivamente en el terreno espiritual. En algunos casos se dieron excesos y partidismos, y se creó un espíritu de grupo que fácilmente podía asfixiar el legítimo deseo de libertad en asuntos temporales. Esto no favoreció el desarrollo de la libertad interior en los católicos, libertad tan arraigada en la idiosincrasia holandesa. En muchos aspectos, los laicos holandeses desarrollaron una dependencia del clero poco sana, ya que les eximía –o eso pensaban–  de su responsabilidad personal.

Verdadera libertad

Si la libertad nos ayuda a vivir la moral de Cristo, es lógico que la falta de libertad interior (y una excesiva dependencia del clero) pueda llevar primero a una vivencia abrumada, amargada de la fe, vista primariamente como obligación y, a la larga, al rechazo de la vida y la moral cristianas.

Con todo, las perspectivas de la Iglesia en Holanda aparentaban ser inmejorables a mediados del siglo XX: se ordenaban unos 400 sacerdotes por año (regulares y seculares, datos de 1936-1945), había unos 4 millones de fieles obedientes a la jerarquía, con una asistencia media a misa superior al resto de Europa; había un sacerdote o religioso/a por cada 100 católicos (en España 0.42, en Bélgica 0.79, en Francia 0.45) , con unas estructuras de eficacia y organización imponentes, siempre a las órdenes del episcopado. La Iglesia holandesa aparentaba ser una fortaleza indestructible al servicio de Roma, y esta situación continuó así al menos externamente hasta bien entrados los años 60 .

La II Guerra Mundial

La II guerra mundial, con la invasión del país por el ejército alemán, fue una dura prueba para todos los holandeses. Los obispos, liderados por el primado de Holanda y arzobispo de Utrecht, Johannes de Jong, apenas recibían noticias de que los pro-nazis se infiltraban en las asociaciones católicas con el fin de utilizarlas para sus propios fines, decretaban que todos los católicos se retiraran de ellas, lo cual sucedía inmediatamente. Esta manera de ofrecer resistencia al invasor no hizo más que aumentar el prestigio de los obispos. 

Mons. de Jong no tenía pelos en la lengua, y emitió diversos mensajes para que los católicos no colaboraran en absoluto con medidas injustas del invasor: el domingo 21 de febrero de 1943 se leyó en todas las iglesias católicas una declaración de protesta ante los crímenes nazis contra los judíos y contra los ciudadanos holandeses. Como represalia, las autoridades de ocupación alemanas reaccionaron muy duramente: el Comisario del Reich en Holanda, Arthur Seyss-Inquart, ordenó la deportación de todos los judíos bautizados católicos (que hasta ese momento se habían librado). Aunque bastantes de ellos consiguieron ocultarse, para otros muchos (entre los que se contaron Edith Stein y su hermana Rosa) esta «razzia» significó la muerte. A pesar de la firmeza de Mons. de Jong y otros líderes protestantes, tres cuartas partes de los judíos residentes en Holanda murieron durante la guerra, mayoritariamente en campos de concentración.

Posguerra

Durante la guerra, los diferentes grupos de la población sufrieron juntos y tuvieron que cooperar mutuamente para sobrevivir y resistir al opresor. Para muchos –no sólo los católicos– esta experiencia fue decisiva para respetar y valorar más a los pertenecientes a «las otras columnas». Aunque tras la guerra las asociaciones confesionales comenzaron de nuevo a funcionar y reemprendieron sus actividades, las primeras grietas en las columnas se habían causado ya. Especialmente entre los intelectuales empezó un proceso –conocido como «doorbraak» (ruptura)– de apertura, de acercamiento a protestantes, liberales y –sobre todo socialistas, que con frecuencia iba unido a una actitud crítica hacia la Jerarquía, que parecía seguir aferrada a la «columna» católica.

En 1954 los obispos holandeses promulgaron el «Mandement» (literalmente «mandamiento» o «mandato»), un documento en el que exhortaban a los católicos a mantenerse unidos y fieles a su fe y, para lograrlo, seguir apoyando –incluso con su voto en caso de elecciones– a las instituciones confesionales. Los obispos prevenían a los fieles contra los enemigos del catolicismo, nombrando expresamente el liberalismo, el humanismo sin Dios, el marxismo y la Asociación Holandesa para la Reforma Sexual. La exhortación finalizaba amenazando con penas canónicas a los católicos afiliados o simpatizantes de sindicatos socialistas. 

«Mandement»

Una de las razones que motivaron la publicación del «Mandement» la formaron los síntomas de enfermedad que desde algunas décadas se empezaban a vislumbrar entre los católicos. Con este escrito, los obispos creyeron poder parar el proceso de «ruptura» o disolución de la columna católica que se estaba consumando. Pero según algunos prominentes católicos, la evolución en la Iglesia católica holandesa era imparable, y el «Mandement» estaba ya anticuado desde el día de su publicación.

Independientemente del «Mandement» de los obispos, cierto es que el periodo de la posguerra se caracterizó por un nuevo optimismo: la convicción –o el deseo– de que lo antiguo, lo anticuado, lo cerrado (¿las «columnas»?) había pasado y ahora llegaba una nueva etapa, una nueva sociedad moderna, abierta. A este optimismo contribuyeron en gran medida la marcada cooperación internacional y el desarrollo económico, facilitado por el Plan Marshall, que trajo prosperidad y perspectivas de una paz duradera tras muchos años de renuncias debidos a las dos grandes guerras y la crisis económica de entreguerras.

Época de cambios en la Iglesia

Esta actitud de apertura hacia lo nuevo ciertamente no era exclusiva de Holanda; también tuvo influencia sobre el pensamiento científico, filosófico y teológico a nivel mundial. La postura de los católicos ante las ciencias humanas dio un giro notable, y las ciencias sociales y la psicología pasaron a ser tema obligado de estudios y publicaciones, especialmente en algunos países de mayor tradición filosófica. 

Durante la década de los 1950, una serie de innovaciones ideológicas captó la atención de numerosos teólogos y filósofos, también holandeses. La «nouvelle théologie» francesa y más tarde, paralelamente, la teología transcendental de la escuela de Karl Rahner en Alemania, fueron leídas efusivamente y transmitidas al público holandés de forma divulgativa, gracias al arsenal de publicaciones y cadenas de radio y televisión de que disponía la «columna» católica. 

Ambas corrientes teológicas deseaban establecer un diálogo entre la tradición católica y «el mundo». Para ello, buscaban un nuevo fundamento científico en el método histórico-crítico aplicado a la teología bíblica y dogmática. Uno de los teólogos que más asimilaron estas nuevas ideas, y que mayor influencia ejercieron en la opinión pública en Holanda fue el dominico belga Edward Schillebeeckx, catedrático de Nimega. 

Consecuencias de la nueva teología

El gran respeto de los católicos holandeses a sus instituciones y obispos, y la escasa tradición especulativo-teológica del pueblo fiel, explican quizás cómo fue posible que estas ideas tan innovadoras fueran aceptadas tan repentinamente por las grandes masas sin apenas sentido crítico y sin ser capaces de integrarlas en la tradición de la Iglesia, derivando en numerosos casos hacia posiciones no precisamente católicas y ni siquiera cristianas.

Además de los teólogos, los intelectuales católicos más influyentes –incluyendo ya algunos laicos– fueron cambiando en poco tiempo sus esquemas de pensamiento filosófico. El nuevo marco de referencia pasó a consistir casi exclusivamente en la fenomenología existencial. Así se denominó en Holanda al conjunto de corrientes filosóficas y psicológicas de corte empírico, en las que las ciencias sociales y la antropología tenían un lugar prominente, pero sin el ancla ontológica de la metafísica. 

Además de contribuir a la renovación del pensamiento y de la teología –un mérito innegable–, la fenomenología existencial y las nuevas ideas teológicas causaron en muchos pensadores una ruptura con el legado cultural católico tradicional. Este cambio de marco de referencia intelectual empezó ya antes de los años 1950 a erosionar los fundamentos teológicos, hasta entonces neo-tomistas, que habían quedado anticuados por no haber sido realmente asimilados, sino quizás únicamente repetidos mecánicamente. 

Resumen de la Iglesia en Holanda

Resumiendo, no se puede reprimir la impresión de que el catolicismo holandés, en medio de la exuberancia de organizaciones y aparato exterior, adolecía de interioridad. Ya en 1930 se podía leer en una revista católica un interesante análisis del catolicismo holandés: «¿Qué es lo que nos falta? ¿No podría ser ‘el Espíritu que da vida’? ¿No es posible que nos hayamos dejado aletargar por el éxito externo, y que por eso hemos descuidado demasiado lo interior?».

Podríamos concluir diciendo que la Iglesia en Holanda se mostraba hasta la década de los 1960 como un edificio imponente, pero en su interior se estaban desarrollando una serie de cambios impetuosos que llegarían a tener consecuencias desastrosas: una crisis de la que trataremos en un siguiente artículo.

El autorEnrique Alonso de Velasco

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