Vaticano

La vocación es una llamada al amor, recuerda el Papa

El 30 de abril se celebra la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, instituida por san Pablo VI en 1964. Su objetivo, como señala el Papa Francisco, es “ayudar a los miembros del pueblo de Dios, personalmente y en comunidad, a responder a la llamada y a la misión que el Señor confía a cada uno en el mundo de hoy, con sus heridas y sus esperanzas, sus desafíos y sus conquistas”.

Paloma López Campos·26 de abril de 2023·Tiempo de lectura: 3 minutos
Plaza san Pedro

La plaza de san Pedro la mañana del domingo de Resurrección (CNS photo/Chris Warde-Jones)

El Papa Francisco ha publicado su mensaje para la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, que se celebra el 30 de abril. Este año, el Pontífice propone reflexionar sobre la idea de que la vocación es gracia y misión, pues “es un don gratuito y, al mismo tiempo, es un compromiso a ponerse en camino, a salir, para llevar el Evangelio”.

El origen de toda vocación es el amor, “porque este es, desde siempre y para siempre, el sueño de Dios: que vivamos con Él en comunión de amor”. Francisco lo recuerda a través de las palabras de san Pablo, “en Cristo, Dios Padre «nos ha elegido en él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor. Él nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad» (Ef 1, 4-5)”.

Voluntad y libertad

Dice el Papa que esta llamada al amor, que se concreta para cada uno en una vocación, está “inscrita en lo más íntimo de nuestro ser y es portadora del secreto de la felicidad”. Pero también puede llegar de manera inesperada. Así lo cuenta el Pontífice: “Fue así para mí el 21 de septiembre de 1953 cuando, mientras iba a la fiesta anual del estudiante, sentí el impulso de entrar en la iglesia y confesarme. Ese día cambió mi vida y dejó una huella que perdura hasta hoy”. Si bien, cada uno recibe la llamada de una manera distinta, pues “la fantasía de Dios para llamarnos es infinita”.

Eso sí, de todos se espera respuesta. En esa armonía entre la voluntad de Dios y la libertad del hombre vive la vocación. Señala el Papa que “el don de la vocación es como una semilla divina que brota en el terreno de nuestra vida, nos abre a Dios y nos abre a los demás para compartir con ellos el tesoro encontrado”.

La vocación como misión

Cada vocación es también un envío al mundo. Dice Francisco que “no hay vocación sin misión. Y no hay felicidad y plena realización de uno mismo sin ofrecer a los demás la vida nueva que hemos encontrado. La llamada divina al amor es una experiencia que no se puede callar”.

De hecho, el Papa recuerda aquello que ya dijo en su Exhortación apostólica Evangelii Gaudium: “cada uno de nosotros, sin excluir a nadie, puede decir: «Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo»”.

Es misión de cada cristiano ser testimonio vivo de la alegría de Cristo y su Iglesia. Esto “se traduce en obras de misericordia material y espiritual, en un estilo de vida abierto a todos y manso, capaz de cercanía, compasión y ternura, que va contracorriente respecto a la cultura del descarte y de la indiferencia”.

Sin voluntarismo, con Cristo

Sin embargo, el Papa avisa de que no podemos caer en el voluntarismo. Nuestro testimonio “no nace simplemente de nuestras capacidades, intenciones o proyectos, ni de nuestra voluntad, ni tampoco de nuestro esfuerzo por practicar las virtudes, sino de una profunda experiencia con Jesús”. Como ejemplo de una experiencia con Cristo, Francisco menciona la próxima Jornada Mundial de la Juventud, que tendrá lugar en agosto y se celebrará en Lisboa.

Pues no testigos de algo, sino “de Alguien, de una Vida”. Y por ello, estamos “marcados «a fuego por esa misión de iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar, liberar» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 273)”.

Vocación personal, espíritu universal

El Papa ha querido recordar que “en la Iglesia, todos somos servidores y servidoras, según diversas vocaciones, carismas y ministerios”. No se puede desdeñar, por tanto, la misión de los laicos, “comprometidos a construir la familia como pequeña iglesia doméstica y a renovar los diversos ambientes de la sociedad con la levadura del Evangelio; en el testimonio de las consagradas y de los consagrados, entregados totalmente a Dios por los hermanos y hermanas como profecía del Reino de Dios; en los ministros ordenados (diáconos, presbíteros, obispos) puestos al servicio de la Palabra, de la oración y de la comunión del pueblo santo de Dios”.

La misión personal de cada uno debe verse también en el conjunto de la riqueza de la Iglesia. “En este sentido, la Iglesia es una sinfonía vocacional, con todas las vocaciones unidas y diversas, en armonía y a la vez en salida para irradiar en el mundo la vida nueva del Reino de Dios”. Para finalizar su mensaje, el Papa cita la oración compuesta por san Pablo VI para la primera Jornada Mundial de las Vocaciones:

«Jesús, divino Pastor de las almas, que llamaste a los Apóstoles para hacerlos pescadores de hombres, atrae a Ti también las almas ardientes y generosas de los jóvenes, para hacerlos tus seguidores y tus ministros; hazlos partícipes de tu sed de redención universal […], descúbreles los horizontes del mundo entero […]; para que, respondiendo a tu llamada, prolonguen aquí en la tierra tu misión, edifiquen tu Cuerpo místico, la Iglesia, y sean “sal de la tierra y luz del mundo” (Mt 5,13)».

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