El título no es pacífico: “Una mitra humeante. Bernardino Nozaleda, arzobispo de Valencia: casus belli para el republicanismo español”. Su autor, Vicente Escrivá Salvador, jurista con amplia experiencia, docente e historiador, asegura que fijarse en el personaje fue un hecho casual, al investigar sobre la reforma del matrimonio civil impulsada por el conde de Romanones en 1906, replicada por el arzobispo de Valencia, Victoriano Guisasola, con una dura respuesta pastoral.
Una mitra humeante
“Ante las presiones y amenazas de muerte de los republicanos valencianos, Guisasola se vio obligado a abandonar, temporalmente, su sede episcopal, y entonces me topé con la figura de su predecesor y paisano asturiano, Bernardino Nozaleda”, explica Vicente Escrivá,
El arzobispo Bermardino Nozaleda (1844-1927), que permaneció en Filipinas hasta 1902, fue “legal y legítimamente nombrado por el Gobierno español con la aquiescencia y beneplácito de la Santa Sede, y se vio impedido de tomar posesión de la mitra valentina debido a una furibunda oposición política que lo envileció y calumnió. Caso único que yo conozca, en la reciente Historia contemporánea de España”, añade Escrivá.
Omnes conversa con el autor al filo de la presentación de su libro este miércoles en Madrid. Los beneficios de su venta serán donados por Vicente Escrivá a la fundación CARF, que organiza el acto junto a la editorial EUNSA y Troa.
Sorprende que el arzobispo Nozaleda fuera nombrado por el gobierno de Antonio Maura. ¿Era prerrogativa gubernamental el nombramiento para la sede valenciana?
–Me gustaría aclarar que no es un libro de temática religiosa, ni una biografía del dominico Nozaleda. Es una obra de Historia política, enmarcada en aquella España de la Restauración alumbrada por la Constitución de 1876, con hitos de tal magnitud como el llamado “desastre del 98”.
Efectivamente, las llamadas “regalías” -entre ellas el derecho de patronato regio (facultad de proponer, nombrar o vetar altos cargos eclesiásticos por parte del Estado)-, fue uno de los “privilegios” que el liberalismo español heredó del Antiguo Régimen, y quiso mantener a toda costa. Fue una de las grandes contradicciones de los liberales españoles que no pretendían más que domeñar a una Iglesia que contaba con un amplísimo respaldo popular y que como decían aquellos, adoctrinaban desde el púlpito y el confesionario a la gente sencilla. Un instrumento eficaz para ello fue conocido como “presupuesto del culto y el clero”, un mecanismo de control al albur de los gobiernos liberales de turno. Su fijación y dotación, a modo de “espada de Damocles”, siempre pendía amenazante y así fue utilizada por los gobiernos liberales, para “encaminar” a la Iglesia católica por la senda liberal.
La Santa Sede intentó en repetidas ocasiones ya desde el pontificado de Pío IX librarse de ese yugo regalista. No lo consiguió. Recordemos que este modo de proceder se mantuvo hasta el final del régimen franquista.
¿Puede sintetizar las graves acusaciones que se realizaron contra Bernardino Nozaleda? Esta animadversión se ha visto pocas veces en la historia española.
–Fueron muchas y graves. La prensa republicana y gran parte de la liberal armaron un relato de falsedades contra el que fuera el último arzobispo de Manila. Se le acusó de traidor a la patria, de mal español, de convencer a las autoridades civiles y militares para rendir las Filipinas, de no facilitar auxilios espirituales a los soldados españoles, de connivencia con las tropas estadounidenses, etc.
Es llamativo que las graves acusaciones que se vertieron sobre la persona y conducta de Nozaleda lo fueron, en su gran mayoría, de orden civil-patriótico, más acordes con las tipificadas en un Código de Justicia militar que en uno de Derecho Canónico. Su comportamiento como eclesiástico, como alto dignatario de la Iglesia católica apenas sufrió tacha o enmienda en el juicio mediático y político al que se le sometió.
¿Cómo “encajaron” el nombramiento los adversarios del líder conservador?
–Hecho público el nombramiento de Nozaleda como arzobispo de Valencia por Maura a los pocos días de acceder a la presidencia del Consejo de ministros en el mes de diciembre de 1903 (Gobierno corto), los adversarios políticos del líder conservador y especialmente los republicanos, lo consideraron como una verdadera provocación, una bravata de aquél a quien identificaban con el clericalismo más rancio. Se declaró una verdadera “caza de brujas” contra Maura y contra el prelado dominico, tanto desde amplísimos sectores de la prensa como desde la tribuna parlamentaria.
El objetivo inmediato era impedir que el nombramiento de Nozaleda se hiciera efectivo, como finalmente sucedió. Pero el punto de mira estaba puesto en el político conservador. Maura era la pieza que tanto la oposición liberal como la republicana ansiaban cobrarse. Todo el asunto, el llamado “affaire Nozaleda” se convirtió en un verdadero circo mediático.
¿Por qué entonces se eligió a Nozaleda para ocupar una de las sedes arzobispales más importantes de España?
–Desde el descubrimiento de las islas Filipinas por Magallanes (1521) y su definitiva incorporación a la Corona española tras la llegada de López de Legazpi en 1565, se inició el proceso de evangelización de tan lejano y vasto territorio. Los primeros en llegar fueron los agustinos. Les seguirían franciscanos, dominicos y, más tarde jesuitas. A diferencia de otras posesiones de ultramar como Cuba, la predicación y organización misional fue llevada a cabo por el clero regular, no secular. Se crearon miles de parroquias-misión en las que los frailes, además de auxilio espiritual, ejercían ciertas potestades de orden civil y administrativas, dada la escasez de tropas y laicos. Las relaciones de las autoridades militares con las Congregaciones religiosas asentadas en la colonia nunca fueron del todo fáciles.
Nozaleda llegó a Filipinas con otros compañeros dominicos en 1873. Como profesor dio clases en la prestigiosa Universidad de Santo Tomás de Manila, fundada a principios del siglo XVII, de la que llegó a ser vicerrector, y que hoy pervive como una de las Universidades Católicas más importantes de Asia. El 27 de mayo de 1889, con cuarenta y cinco años, León XIII lo nombró arzobispo de Manila. Pronto denunció las actividades anticristianas y antiespañolas de la masonería y el Katipunan (asociación secreta revolucionaria). Con ocasión de la guerra hispano-norteamericana de 1898, durante el asedio de Manila por las tropas estadounidenses el religioso permaneció todo el tiempo en la ciudad sitiada, auxiliando en la provisión de alimentos y otros recursos a las tropas españolas.
¿Pudo viajar a Roma desde Manila para ver a León XIII?
–Bajo el gobierno de los estadounidenses, Nozaleda permaneció en su sede arzobispal hasta 1902, aunque en abril del año anterior viajó a Roma para presentar su renuncia al Santo Padre y darle cuenta del estado de la diócesis. Sin embargo, obedeciendo la decisión de León XIII, permaneció en el cargo un año más. En diciembre de 1903 fue propuesto y preconizado a la prestigiosa archidiócesis de Valencia.
De los informes del nuncio se desprende que la opinión de la Curia romana hacia Nozaleda era excelente, considerándole muy inteligente, instruido y dotado de gran sentido pragmático. Gozaba en Manila de una reputación excelente.
–El catedrático Aniceto Masferrer subraya que los republicanos, a través de una prensa anticlerical de raíz jacobina y movilizaciones, arremetieron contra el régimen constitucional y en particular contra la monarquía y la Iglesia católica. ¿Qué había detrás de esta reacción?
–Entiendo que de esa pregunta cabe deducirse otra: ¿fue el liberalismo español notoriamente y en todo momento anticlerical? La respuesta, en base a un análisis de los hechos históricos, debe ser claramente negativa. O por lo menos, no más anticlerical que en otros países europeos en los que el Estado liberal se implantó y afianzó (basta recordar la III República francesa o el II Reich alemán con Bismark al frente, por poner dos ejemplos).
Ahora bien, ello no es óbice para afirmar, que hubo momentos concretos, a veces prolongados, donde el fenómeno anticlerical tuvo un protagonismo importante, y que determinados gobernantes de aquella España liberal fueran anticlericales convencidos, que adoptaron políticas en perjuicio de la Iglesia católica, no tanto llevados de un odio hacia la misma –que también lo hubo-, como por una pretensión de secularizar una sociedad en la que percibían un peso excesivo de la Iglesia. La presencia pública del anticlericalismo se manifestó de formas diversas en la centuria decimonónica, distando de ser homogénea. A modo de Guadiana, aparece, desaparece y vuelve a reaparecer en periodos más o menos concretos: “Trienio Liberal” (1835-1837), “Bienio Progresista” (1854-1856), o el “Sexenio Democrático” (1868-1874).
El anticlericalismo fue producto del jacobinismo…
–Sí. A finales del siglo XIX y comienzos del XX, aquel jacobinismo revolucionario hijo de la Revolución Francesa encontrará su alter ego en el republicanismo, ese republicanismo de corte rabiosamente anticlerical, antimonárquico, de raíz volteriana, muy influido por la masonería y que actuará no sólo fuera del sistema de la “Restauración”, sino también, dentro y contra el mismo.
Ese anticlericalismo exacerbado buscaba contrarrestar un hecho incuestionable: durante el pontificado de León XIII (1878-1903), el catolicismo logrará una expansión apostólica y un florecimiento que se plasmó en nuevas y numerosas fundaciones de instituciones religiosas y seglares. Muchas de las implantadas en Francia, tras las políticas antirreligiosas de la III República francesa, se asentarán en España.
Con el cambio de siglo, el anticlericalismo en España fue en ascenso, escribe usted. ¿Qué influencia tuvo en Valencia, y quizá en toda España, el periodista y político Blasco Ibáñez?
–Sin lugar a dudas, uno de sus puntos álgidos, en los que el fenómeno anticlerical desborda las orillas del orden público, fue la primera década del siglo XX en España, y en especial, en la Valencia republicana. “Ciudad sin ley” se gritará en el Congreso. Los republicanos se convertirán en el partido gobernante de las principales capitales de provincia, entre ellas y de forma abrumadora en el Consistorio municipal valenciano. Desde ese momento pondrán todas sus energías en llevar a la práctica una política acelerada de secularización de la vida civil. Cualquier excusa era propicia para que los seguidores de Blasco Ibáñez se adueñaran de la calle y alteraran el orden público.
El amedrentamiento de cualquier manifestación de culto religioso formaba parte de su actuación política. Envalentonados por su creciente presencia en las calles y sus iniciales éxitos políticos, desde el diario El Pueblo (secundados desde Madrid por El País o El Motín, entre otros) se lanzarán continuas. soflamas incendiarias que alentaban alborotos y manifestaciones callejeras con heridos y fallecidos y causaban escándalo en las conciencias católicas cuya prensa las reproducía en un intento de despertar aquéllas: “Las órdenes religiosas son la vanguardia de Dios, y a Dios hay que declararle la guerra”.
Y ante estos ataques, ¿cómo reaccionaron los católicos españoles? ¿La Santa Sede veía con preocupación estas manifestaciones anticristianas?
–Aprobada la Constitución de 1876 y disipadas algunas dudas iniciales, los prelados españoles aceptaron el régimen liberal articulado por Cánovas del Castillo. Así, con ocasión de los funerales de Alfonso XII, los obispos españoles suscribieron una carta pastoral apoyando la legitimidad de la regencia de M.ª Cristina. El episcopado español secundó incondicionalmente las directrices del magisterio de León XIII que se caracterizó por tender puentes, por entablar un diálogo positivo y fructífero entre la Iglesia y el mundo, entre el catolicismo y los “nuevos tiempos”.
León XIII, en su prolífico magisterio, siempre rechazó ese clericalismo, entendido en el sentido más peyorativo del término, es decir, el que avasalla los legítimos derechos del Estado. En el haber de los obispos españoles en aquellos años finiseculares de la “Restauración”, alentados por los documentos del pontífice, figuran numerosas las iniciativas, tanto en el ámbito eclesial como secular: nuevas fundaciones, actividades apostólicas de muy diversa índole, impulso de las misiones, expansión de los Círculos católicos.
La llamada “cuestión religiosa” ha puesto a prueba en el último siglo y medio, según Masferrer, nuestra convivencia y la unidad como nación. ¿Es el caso Nozaleda que usted analiza, el grito ‘Muera Nozaleda’, un ejemplo de esto?
–Sin duda. La cuestión religiosa, o diríamos hoy tras el Concilio Vaticano II, los conceptos de libertad religiosa y de laicidad, en el marco de las relaciones Iglesia-Estado, sigue siendo ampliamente incomprendido por amplios sectores de la población y de los políticos.
Un Estado secular no tiene por qué ser hostil al fenómeno religioso. Para ello es necesario que se dé un presupuesto: que no vea en la presencia de este fenómeno en el espacio público, en el ágora, un peligro al que combatir. Y aquí entra en juego la llamada “secularización conflictiva”: el papel que debe jugar la religión en la comunidad política. Muchos políticos actuales deberían tomar en consideración las palabras del filósofo Jürgen Habermas: “Los ciudadanos secularizados, en la medida en que actúen en su papel de ciudadanos del Estado, no deben negarles en principio a las visiones del mundo religiosas un potencial de verdad, ni negarles a sus conciudadanos creyentes el derecho a hacer aportaciones a los debates públicos utilizando un lenguaje religioso”. Y en ello estamos.