Traducción del artículo al inglés
El rezo del Vía Crucis tiene su origen en los relatos evangélicos de la pasión y muerte de Jesús. Los distintos evangelistas recogieron la historia de la vida del Señor, pero no del modo que actualmente se concibe una biografía o un estudio.
En los relatos de la Pasión no están recogidos todos los detalles del recorrido realizado por Jesús hasta el Gólgota. De las 14 estaciones que componen el Via Crucis actual, 9 de ellas tienen su anclaje directo en los relatos evangélicos. Las estaciones de las tres caídas de Jesús y el encuentro con la Virgen y la Verónica son fruto de la tradición piadosa del pueblo cristiano.
La Vía Dolorosa de Jerusalén
El evangelio de Juan señala que Cristo fue llevado de casa de Caifás al pretorio. Allí, tras el impresionante diálogo con Pilato, el pretor “sacó afuera a Jesús y se sentó en el tribunal, en el sitio que llaman ‘el Enlosado’ (en hebreo Gábbata). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Y dijo Pilato a los judíos: ‘He aquí a vuestro rey’. Ellos gritaron: ‘¡Fuera, fuera; crucifícalo!’. Pilato les dijo: ‘¿A vuestro rey voy a crucificar?’. Contestaron los sumos sacerdotes: ‘No tenemos más rey que al César’. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran. Tomaron a Jesús, y, cargando él mismo con la cruz, salió al sitio llamado ‘de la Calavera’ (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús”.
Cristo había estado preso, encadenado en casa de Caifás, situada en una zona junto a las murallas de la ciudad, no lejos del palacio de Herodes. Desde allí, cubierto de cadenas, sería llevado a la torre Antonia, lugar del gobierno romano.
Los hallazgos arqueológicos han situado este pretorio mencionado por san Juan en el interior de la torre Antonia, edificada en el extremo oriental de la segunda muralla de la ciudad, al noreste de esta.
En la impresionante maqueta de la Jerusalén en la época del segundo templo (hasta el año 70) que se puede observar en el Museo de Israel, se aprecia cómo sería entonces la ciudad que cruzó Jesús cargado con la cruz.
La ruta partiría desde la Torre Antonia hasta las afueras de la ciudad, donde se encontraba el montículo Gólgota (hoy dentro de la basílica del Santo Sepulcro).
La distancia era de unos 600 metros, en torno a unos 2.000 pasos, que Cristo recorrería cargado con el travesaño -patibulum- horizontal de la cruz, cuyo peso oscilaba entre los 50 y los 70 kilos.
Todo ello tras haber estado preso, (probablemente colgado de las manos), haber recibido decenas de latigazos en el pretorio y con la cabeza sangrante por las espinas de la corona trenzada por los soldados. Los pasos de Cristo, que aún resuenan en la ciudad santa recorrieron el primer Vía Crucis.
En la actualidad, la Vía Dolorosa de Jerusalén recorre sólo una parte de lo que sería el camino que hizo Jesús desde el pretorio al lugar de la ejecución. Entonces, el lugar se encontraba fuera de las murallas de la ciudad, en una especie de descampado. Actualmente la basílica del Santo Sepulcro, en la que se ubican el Gólgota y la tumba donde pusieron a Cristo, se encuentra dentro del barrio cristiano de lo que se conoce como ciudad vieja de Jerusalén.
La Vía Dolorosa no es simplemente una calle, sino una ruta que consta de segmentos de varias calles, y que se reparte entre los barrios musulmán y cristiano.
La historia de la devoción
Las vicisitudes históricas por las que ha pasado lo que actualmente es Israel influyeron en la difusión o merma de esta devoción. Los viajeros de la época nos han dejado descripciones
de diversas estaciones a las que peregrinaba la Iglesia jerosolimitana. Una de las fuentes más ricas es el conocido Itinerarium Egeriae, de final s del siglo IV. Egeria, una peregrina que viaja a Tierra
Santa entre el 381 y el 384 d.C. procedente de la provincia romana de Galicia, escribe su relato de viaje, Itinerarium ad Loca Sancta, hacia final s del mismo siglo, en el que describe su desplazamiento hacia los Santos Lugares en Oriente, y las liturgias y oficios religiosos que se llevan a cabo en dicho territorio
La caída del imperio bizantino y la posterior dominación islámica en la zona dificultó la piedad popular de los cristianos y peregrinos locales. Los cristianos presentes en Jerusalén pasaron momentos complicados y, aunque la devoción a la Pasión de Cristo no cedió, la casi imposibilidad de las peregrinaciones hizo que decayera la práctica del recorrido de los peregrinos tras las huellas de la Pasión.
Tras la conquista de la Ciudad Santa por los cruzados volvería el auge de estas prácticas de piedad. En la primera mitad del siglo XIV, el Papa Clemente VI encomendó a los franciscanos “la guía, instrucción y cuidado de los peregrinos latinos, así como de con la tutela, manutención, defensa y rituales de los santuarios católicos de Tierra Santa” y se desarrolló la práctica de conmemorar el camino que recorrió el propio Jesús.
Las estaciones de la Vía Dolorosa
Desde 1880, cada viernes (con excepción del parón de la pandemia), a partir de las 15:00h., la comunidad franciscana guía solemnemente el rezo del Via Crucis por las calles de Jerusalén.
El recorrido parte junto a la puerta de. los leones, en el patio de la escuela islámica (Omariya School) que ocupa la zona de la antigua fortaleza Antonia.
A escasos metros encontramos dos pequeñas iglesias, una enfrente de otra, dedicadas a las primeras y segunda estación. Los templos, de reducido tamaño, están construidos sobre la probable ubicación del patio del pretorio. Como curiosidad, en el suelo de la capilla que recuerda la carga de Cristo con la Cruz se pueden observar “tableros” de antiguos juegos de dados realizados con punzones, datados de los primeros siglos y que bien pueden ser parte de aquellos juegos con los que los soldados se echaron a suertes las ropas de Jesús. La tercera estación está marcada por una capilla perteneciente al patriarcado católico armenio. Es uno de los puntos más conocidos de la Vía Dolorosa.
Muy cerca encontramos el arco de la puerta que marca la cuarta estación: Jesús encuentra a María, su Santísima Madre. Una pequeña capilla franciscana, no lejos de la iglesia de Santa María del Espasmo (restaurada por los armenios en 1881), recuerda el episodio de Simón de Cirene que contemplamos en la quinta estación.
La sexta estación es una capilla greco-católica. El episodio de la Verónica, fruto de la piedad popular, se recuerda en el mosaico del oratorio. Al sur se pueden ver restos de una antigua muralla y los arcos de un edificio no identificado, considerado por algunos como el monasterio de los santos Cosme y Damián
(construido en los años 548-563). En su exterior, una pétrea columna con la inscripción “Pia Veronica faciem christi linteo deterci” es otro de los puntos más significativos de este camino. A partir de aquí, las estaciones entran dentro del barrio cristiano, sobre lo que sería el cardo máximo de la Jerusalén en tiempos del Señor. Nos encontramos ya muy cerca de la basílica del Santo Sepulcro en el que se rezan las últimas 5 estaciones del Via Crucis.
En el lugar de la séptima estación se encuentra una pequeña capilla franciscana, en la que se halla una columna que, probablemente, formara parte de las columnas que marcaban la calle principal de la Jerusalén romana. El lugar de la octava estación está indicado por una pequeña cruz negra grabada en la pared del muro del convento griego de San Caralambos. En este punto, la Vía Dolorosa “se interrumpe”, por lo que se vuelve al cruce anterior para continuar el camino al Santo Sepulcro.
Casi a la entrada de la curiosa plaza por la que se accede a la basílica del Santo Sepulcro se indica la novena estación, en una columna colocada cerca de la puerta del monasterio copto, detrás del ábside de la basílica del Santo Sepulcro.
En el interior, culminan las cinco estaciones del Vía Crucis, que se refieren a los hechos directamente sucedidos entre el Calvario y el sepulcro de José de Arimatea excavado en roca, en el que pusieron a Jesús tras su muerte.
Hoy, ambas zonas, distantes apenas unos metros, comparten techo, aunque están perfectamente diferenciadas y siguen manifestando, con gritos callados, la grandeza de la salvación obrada por Cristo a través de su muerte y resurrección.
En la Ciudad Santa, la meditación de los misterios de la Pasión cobra una especial intensidad y significado. Sólo en Jerusalén, quienes rezan esta devoción pueden decir “aquí”. Aquí, sobre este suelo, Jesús fue condenado a muerte, “aquí” murió en la cruz y aquí, en este suelo, resucitado, hizo de toda la tierra el hogar de sus hijos.