“¿Quién nos correrá la piedra del sepulcro?”, se preguntaban las santas mujeres. ¿Quién nos librará de los miedos y de las amarguras, del sufrimiento y de la muerte abriéndonos el camino de alegría y de la esperanza?, nos preguntamos nosotros. El tiempo de la Pascua actualiza la fuerza de Dios, la victoria de la vida sobre la muerte, el triunfo de la luz sobre las tinieblas, el renacimiento de la esperanza entre los escombros del fracaso. Y de esa manera, inaugura nuestro camino con Jesús resucitado. Es lo que el Papa ha predicado desde la vigilia pascual. Luego nos ha indicado cómo hacer nuestras las actitudes de Jesús hacia los demás: no sólo en relación con el sufrimiento y la vulnerabilidad de las personas, sino también en las tareas científicas y educativas, que deben realizarse como un servicio de solidaridad cristiana a la humanidad.
Acoger a Jesús resucitado
En su homilía de la vigilia pascual (30-III-2024), Francisco nos ha transportado al corazón de las mujeres que iban al sepulcro a la luz del amanecer. Su corazón sigue transido por la oscuridad de la noche, paralizado a los pies de la Cruz. Sus ojos apenas pueden ver, nublados por las lágrimas. Su pensamiento está bloqueado por una gran piedra: “¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?” (Mc16, 3). Pero al llegar, miran, y ven que ya había sido corrida.
También nosotros, dice el Papa: “A veces sentimos que una lápida ha sido colocada pesadamente en la entrada de nuestro corazón, sofocando la vida, apagando la confianza, encerrándonos en el sepulcro de los miedos y de las amarguras, bloqueando el camino hacia la alegría y la esperanza”.
Pero Jesús ha resucitado, ha vencido a la muerte y ha llenado nuestra vida con la luz y la fuerza del Espíritu Santo.
Y por eso nos aconseja el sucesor de Pedroque miremos y acojamos a Jesús resucitado: “Mirémoslo a Él, acojamos a Jesús, Dios de la vida, en nuestras vidas, renovémosle hoy nuestro ‘sí’ y ningún escollo podrá sofocar nuestro corazón, ninguna tumba podrá encerrar la alegría de vivir, ningún fracaso podrá llevarnos a la desesperación”. “Mirémoslo a Él –insiste–, el Resucitado, y caminemos con la certeza de que en el trasfondo oscuro de nuestras expectativas y de nuestra muerte está ya presente la vida eterna que Él vino a traer”.
Jesús ante el sufrimiento humano
Quien mira a Cristo y vive con Él, camina con Él y participa de sus actitudes. En un Discurso a la plenaria de la Pontificia Comisión bíblica (11-IV-2024), el sucesor de Pedro nos exhorta a participar de las actitudes de Jesús, concretamente ante la enfermedad y el sufrimiento humano.
“Todos vacilamos bajo el peso de estas experiencias y debemos ayudarnos a atravesarlas viviéndolas ‘en relación’, sin replegarnos sobre nosotros mismos y sin que la rebelión legítima se convierta en aislamiento, abandono o desesperación”.
Por la experiencia de los sabios y de las culturas, sabemos que el dolor y la enfermedad, sobre todo si los situamos a la luz de la fe, pueden convertirse en factores decisivos en un camino de maduración; pues el sufrimiento, entre otras cosas, permite discernir lo esencial de lo que no lo es.
Sostiene el Papa que es sobre todo el ejemplo de Jesús el que muestra el camino, la actitud que hemos de tomar ante la enfermedad y el sufrimiento propio y ajeno, y traducirlo en pasos provechosos: “Él nos exhorta a cuidar a quienes viven en situaciones de enfermedad, con la determinación de superar la enfermedad; al mismo tiempo, nos invita con delicadeza a unir nuestros sufrimientos a su ofrecimiento salvífico, como semilla que da fruto”. Cuidar e intentar superar, unir y asumir.
Concretamente, señala Francisco, la visión de fe nos puede llevar a afrontar el dolor con dos actitudes decisivas: compasión e inclusión.
Compasión que asume
“La compasión indica la actitud recurrente y caracterizadora del Señor ante las personas frágiles y necesitadas que encuentra. Al ver los rostros de tantas personas, ovejas sin pastor que luchan por encontrar su camino en la vida (cfr. Mc 6, 34), Jesús se conmueve. Se compadece de la muchedumbre hambrienta y extenuada (cfr. Mc 8, 2) y acoge sin descanso a los enfermos (cfr. Mc 1, 32), cuyas peticiones escucha: pensemos en los ciegos que le suplican (cfr. Mt 20, 34) y en los numerosos enfermos que piden ser curados (cfr. Lc 17, 11-19); siente ‘gran compasión’ -dice el Evangelio- por la viuda que acompaña a su único hijo al sepulcro (cfr. Lc 7, 13). Gran compasión. Esta compasión se manifiesta como cercanía y lleva a Jesús a identificarse con el que sufre: ‘Estuve enfermo y fueron a visitarme’ (Mt 25, 36)”.
Fijémonos bien: Jesús se conmueve, se compadece, se acerca hasta identificarse con el que sufre.
¿Qué nos revela esta actitud de Jesús? El modo de acercarse Jesús al dolor: no con explicaciones –a las que solemos tender–, o con ánimos y consuelos estériles, o con buenas palabras o un recetario de sentimientos, como se ven a veces en las historias de la Sagrada Escritura, como es el caso de los amigos de Job, que intentan teorizar el dolor vinculándolo con el castigo divino.
“La respuesta de Jesús es vital, está hecha de ‘compasión que asume’ y que, al asumir, salva al ser humano y transfigura su dolor. Cristo ha transformado nuestro dolor haciéndolo suyo hasta el final: viviéndolo, sufriéndolo y ofreciéndolo como don de amor. No dio respuestas fáciles a nuestros ‘porqués’, sino que en la Cruz hizo suyo nuestro gran ‘porqué’ (cfr. Mc 15, 34)”.
Así, señala Francisco, asimilando la Sagrada Escritura podemos purificarnos de ciertas actitudes equivocadas, y aprender a seguir el camino indicado por Jesús: “Tocar el sufrimiento humano con la propia mano, con humildad, mansedumbre y, serenidad para llevar, en nombre del Dios encarnado, la cercanía de un apoyo salvador y concreto. Tocar con la mano, no teóricamente”. Es claro y directo el Papa.
Inclusión solidaria
Sin ser una palabra bíblica, el término inclusión, puntualiza Francisco, expresa bien un rasgo sobresaliente del estilo de Jesús: ir en busca del pecador, del perdido, del marginado, del estigmatizado, para que sea acogido en la casa del Padre y curado totalmente, en cuerpo, alma y espíritu (por ejemplo, el hijo pródigo o los leprosos). Además, Jesús desea compartir con los discípulos esa misión y actitud de consolación: les manda que cuiden de los enfermos y los bendigan en su nombre (cfr. Mt 10, 8; Lc 10, 9; Lc 4, 18-19).
“Por eso, a través de la experiencia del sufrimiento y de la enfermedad, nosotros, como Iglesia, estamos llamados a caminar junto a todos, en solidaridad cristiana y humana, abriendo, en nombre de la fragilidad común, ocasiones de diálogo y de esperanza”. Un claro ejemplo es la parábola del buen samaritano, que muestra “con qué iniciativas se puede rehacer una comunidad a partir de hombres y mujeres que hacen propia la fragilidad de los demás, que no dejan que se erija una sociedad de exclusión, sino que se hacen prójimos y levantan y rehabilitan al caído, para que el bien sea común” (encíclica Fratelli tutti, n. 67).
Identifica el Papa un principio clave: “La Palabra de Dios es un poderoso antídoto contra toda cerrazón, abstracción e ideologización de la fe: leída en el Espíritu en que fue escrita, acrecienta la pasión por Dios y por el hombre, desencadena la caridad y reaviva el celo apostólico”. Y por eso la Iglesia tiene una necesidad constante de beber –y dar de beber– en las fuentes de la Palabra.
Ante las personas con discapacidad
Esas mismas actitudes de Jesús, cuidado e inclusión, debemos tenerlas, por ejemplo, ante las personas con discapacidad, como enseñó Francisco en su Discurso a la Academia de Ciencias sociales (11-IV-2024), teniendo en cuenta los factores sociales y culturales: “sus vidas están condicionadas no sólo por limitaciones funcionales, sino también por factores culturales, jurídicos, económicos y sociales que pueden obstaculizar sus actividades y su participación social”.
Como fundamento de estas actitudes está “la dignidad de las personas con discapacidad, con sus implicaciones antropológicas, filosóficas y teológicas”.
Teniendo en cuenta que “la vulnerabilidad y la fragilidadpertenecen a la condición humana y no son exclusivas de las personas con discapacidad”, el Papa dirige nuestra mirada de nuevo hacia los relatos evangélicos:
En los numerosos encuentros de Jesús con estas personas, observa Francisco, podemos ver las actitudes que nosotros también hemos de cultivar. Jesús entra en contacto con ellos (no los ignora ni niega, ni los margina ni los descarta); también cambia el sentidode su experiencia vital, con “una invitación a tejer una relación singular con Dios que haga florecer de nuevo a las personas”, como vemos en el caso del ciego Bartimeo (cfr. Mc 10, 46-52).
La actual cultura del descarte y del despilfarro, lamenta el Papa, conduce fácilmente a estas personas a considerar la propia existencia como una carga para sí mismas y para los seres queridos. Y así esta mentalidad se abre a una cultura de la muerte, al aborto y la eutanasia.
Por una cultura de inclusión integral
Por eso, propone el sucesor de Pedro, “luchar contra la cultura del descarte significa promover la cultura de la inclusión –deben estar unidos–, crear y reforzar los lazos de pertenencia a la sociedad”, trabajar, sobre todo en los países más pobres, “por una mayor justicia social y por eliminar las barreras de diversa índole que impiden a tantos disfrutar de los derechos y libertades fundamentales”. Los resultados de estas acciones son más visibles en los países económicamente más desarrollados.
Entiende que esta cultura de inclusión integral se promueve más plenamente “cuando las personas con discapacidad no son receptores pasivos, sino que participan en la vida social como protagonistas del cambio”. Por eso sostiene que “subsidiariedad y participación son los dos pilares de una inclusión efectiva. Y bajo esta luz se comprende bien la importancia de las asociaciones y movimientos de personas con discapacidad que promueven la participación social”.
Enseñar y servir a la humanidad
Este caminar con Jesús resucitado, haciendo nuestras sus actitudes, se refleja incluso en la manera de enfocar las cuestiones históricas. Lo explicó el obispo de Roma en su Discurso al Pontificio Comité de Ciencias históricas, en su septuagésimo aniversario (20-IV-2024).
Tanto la Iglesia como los historiadores, observó, están unidos en la búsqueda y el servicio de la verdad. Y concretamente, como señalaba san Pablo VI, el vínculo entre la verdad religiosa y la verdad histórica es el hecho de que “todo el edificio del cristianismo, de su doctrina, de su moral y de su culto, todo reposa en definitiva sobre el testimonio” (Discurso 3-VI-1967). Añade Francisco que, desde el testimonio que los apóstoles dieron de Jesús resucitado, la Iglesia desea vivificar con este testimonio todas las culturas hasta construir con ellas la civilización del encuentro.
Así lo proclamaba san Pablo VI al inaugurar la tercera sesión del Concilio Vaticano II el 14 de septiembre de 1964:“No se piense que (…) la Iglesia se detiene en un acto de complacencia de sí misma olvidando, de un lado, a Cristo, de quien recibe todo y a quien todo debe, y de otro, la humanidad, a cuyo servicio está destinada. La Iglesia se coloca entre Cristo y el mundo, no replegada sobre sí misma ni como diafragma opaco, ni como fin de sí misma, sino fervientemente solícita de ser toda de Cristo, en Cristo y para Cristo, y toda igualmente de los hombres, entre los hombres y para los hombres, humilde y gloriosa intermediaria”.
Así también los historiadores deben ser maestros y servidores de la humanidad.