Vaticano

¿Qué es la comunión de los santos? El Papa lo explica

Francisco reflexiona en la primera audiencia de esta Pascua sobre la relación entre la oración y la comunión de los santos.

David Fernández Alonso·7 de abril de 2021·Tiempo de lectura: 3 minutos
audiencia comunión De los Santos papa Francisco

Foto: ©2021 Catholic News Service / U.S. Conference of Catholic Bishops.

En la primera audiencia general de la Pascua 2021, el Papa Francisco reflexiona sobre la relación entre la oración y la comunión de los santos.

Francisco comenzó la catequesis afirmando que nunca rezamos solos: «Hoy quisiera reflexionar sobre la relación entre la oración y la comunión de los santos. De hecho, cuando rezamos, nunca lo hacemos solos: aunque no lo pensemos, estamos inmersos en un majestuoso río de invocaciones que nos precede y continúa después de nosotros.

La oración es difusiva

«En las oraciones que encontramos en la Biblia» dice el Papa, «y que a menudo resuenan en la liturgia, vemos la huella de historias antiguas, de liberaciones prodigiosas, de deportaciones y tristes exilios, de regresos conmovidos, de alabanzas derramadas ante las maravillas de creación… Y así estas voces se difunden de generación en generación, en una relación continua entre la experiencia personal y la del pueblo y la humanidad a la que pertenecemos. En la oración de alabanza, especialmente en la que brota del corazón de los pequeños y los humildes, resuena algo del cántico del Magnificat que María elevó a Dios ante su pariente Isabel; o de la exclamación del anciano Simeón que, tomando al Niño Jesús en sus brazos, dijo así: «Ahora Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz» (Lc 2,29)».

Ha recordado en la audiencia que «las oraciones —las buenas— son “difusivas”, se propagan continuamente, con o sin mensajes en las “redes sociales”: desde las salas del hospital, desde las reuniones festivas y hasta desde los momentos en que se sufre en silencio… El dolor de cada uno es el dolor de todos, y la felicidad de uno se derrama sobre el alma de los demás».

Rezar con los santos

«Las oraciones siempre renacen: cada vez que juntamos las manos y abrimos nuestro corazón a Dios, nos encontramos en compañía de santos anónimos y santos reconocidos que rezan con nosotros, y que interceden por nosotros, como hermanos y hermanas mayores que han pasado por nuestra misma aventura humana. En la Iglesia no hay duelo que se quede solo, no hay lágrima que se derrame en el olvido, porque todo respira y participa de una gracia común. No es una casualidad que en las iglesias antiguas las sepulturas estuvieran en el jardín alrededor del edificio sagrado, como para decir que la multitud de los que nos precedieron participa de alguna manera en cada Eucaristía. Están nuestros padres y abuelos, nuestros padrinos y madrinas, los catequistas y otros educadores…»

Los santos nos remiten a Jesucristo, añade el Papa, «los santos todavía están aquí, no lejos de nosotros; y sus representaciones en las iglesias evocan esa “nube de testigos” que siempre nos rodea (cf. Hb 12, 1). Son testigos que no adoramos —por supuesto—, pero que veneramos y que de mil maneras diferentes nos remiten a Jesucristo, único Señor y Mediador entre Dios y el hombre. Nos recuerdan que también en nuestra vida, aunque débil y marcada por el pecado, la santidad puede florecer. Nunca es tarde para convertirse al Señor, bueno y grande en el amor (cf. Sal 102, 8)».

Nuestros fallecidos nos cuidan desde el Cielo

«El Catecismo explica», continúa Francisco, «que los santos «contemplan a Dios, lo alaban y no dejan de cuidar de aquéllos que han quedado en la tierra. […] Su intercesión es su más alto servicio al plan de Dios. Podemos y debemos rogarles que intercedan por nosotros y por el mundo entero» (CCE, 2683). En Cristo hay una solidaridad misteriosa entre los que han pasado a la otra vida y nosotros los peregrinos en esta: nuestros seres queridos fallecidos continúan cuidándonos desde el Cielo. Rezan por nosotros y nosotros rezamos con ellos».

El vínculo de oración ya lo experimentamos aquí, dice el Papa, en la vida terrena: «Oramos los unos por los otros, pedimos y ofrecemos oraciones… La primera forma de rezar por alguien es hablar con Dios de él o de ella. Si lo hacemos con frecuencia, todos los días, nuestro corazón no se cierra, permanece abierto a los hermanos. Rezar por los demás es la primera forma de amarlos y nos empuja a una cercanía concreta».

Pedir ayuda a los santos

«La primera forma de afrontar un momento de angustia es pedir a los hermanos, a los santos sobre todo, que recen por nosotros. ¡El nombre que nos dieron en el Bautismo no es una etiqueta ni una decoración! Suele ser el nombre de la Virgen, de un santo o de una santa, que no desean más que “echarnos una mano” para obtener de Dios las gracias que más necesitamos. Si en nuestra vida las pruebas no han superado el colmo, si todavía somos capaces de perseverar, si a pesar de todo seguimos adelante con confianza, quizás todo esto, más que a nuestros méritos, se lo debemos a la intercesión de tantos santos, unos en el Cielo, otros peregrinos como nosotros en la tierra, que nos han protegido y acompañado».

Concluye el Papa la catequesis rezando precisamente al Señor: «Bendito sea Jesucristo, único Salvador del mundo, junto con este inmenso florecimiento de santos y santas, que pueblan la tierra y que han hecho de su vida una alabanza a Dios. Porque —como afirmaba san Basilio— «el santo es para el Espíritu un lugar propio, ya que se ofrece a habitar con Dios y es llamado templo suyo» (Liber de Spiritu Sancto, 26, 62: PG 32, 184A; cf. CCE, 2684)».

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