«La creciente proliferación de armas cede el paso a la distribución de alimentos para todos». Una tarea encomendada «a nosotros». Lo escuchamos en el atractivo discurso que el Papa Francisco ha pronunciado en el encuentro interreligioso en la llanura de Ur como parada de su Viaje Apostólico a Irak, el 33º de su pontificado y también el más difícil.
Ciertamente no es la primera vez que el Obispo de Roma exclama contra esta práctica que siembra muerte y destrucción por doquier, atenta contra la paz, la fraternidad y el propio bienestar de las poblaciones, ciertamente de las más indefensas, restando recursos incluso a la necesidad básica de alimentación.
El día anterior, nada más aterrizar en Baghdad, en el encuentro con las autoridades del país y la sociedad civil, el Papa fue aún más categórico: «Que callen las armas, que se evite su proliferación, aquí y en todas partes».
No sólo en Irak y Oriente Medio, sino en todas partes.
Desperdicio de valiosos recursos
No es casualidad que ya el 25 de septiembre del año pasado, en un videomensaje a la Asamblea de las Naciones Unidas, el Papa Francisco invitara a reflexionar sobre si no sería el momento de repensar el despilfarro de «recursos preciosos» que representa la «carrera armamentista, incluyendo las armas nucleares» para emplearlos más bien «en beneficio del desarrollo integral de los pueblos y para proteger el medio ambiente natural».
Fondo Mundial del Hambre
Al mes siguiente, hablando en la Jornada Mundial de la Alimentación, en un mensaje a la FAO instó a la «decisión valiente» de utilizar el dinero gastado en armas para el establecimiento de un «fondo mundial» orientado a frenar «definitivamente el hambre y ayudar al desarrollo de los países más pobres».
Ciertamente, esta no es una idea nueva del Papa Francisco. San Pablo VI, en la encíclica social Populorum progressio de 1967, ya había propuesto una «solución» similar, que, sin embargo, a más de cincuenta años de distancia sigue siendo, lamentablemente, letra muerta.
Quizá por eso también se entiende la insistencia con la que -habiendo llegado a un punto de no retorno- hay que hablar de ello. Y el actual Pontífice lo hizo también en la última encíclica Fratelli tutti, donde explica que eliminar el hambre y llevar el desarrollo a los países más pobres permite que la gente no «abandone sus países en busca de una vida más digna», además de disminuir la decepción y la violencia.
Pan y no armas
Este concepto se reiteró de nuevo a principios de este año en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, considerando además la necesidad de garantizar las necesidades sanitarias de todos los pueblos, más aún en la situación de pandemia que afecta a la humanidad.
Nos acercamos a la Pascua y precisamente en la homilía de la Vigilia de la Noche Santa de hace un año encontramos simbólicamente otro llamamiento más del Papa a detener «la producción y el comercio de armas, porque necesitamos pan y no fusiles».
De hecho, «no es este el momento para seguir fabricando y vendiendo armas, gastando elevadas sumas de dinero que podrían usarse para cuidar personas y salvar vidas», reiteraría más tarde en el Mensaje Urbi et orbi de la mañana siguiente, el día de la Resurrección del Señor.
No es este el tiempo: ni hace más de cincuenta años (Pablo VI), ni hace un año y ni siquiera hoy. ¡Silencien sus armas! Y pongamos fin al hambre en el mundo. El último grito del Papa Francisco desde Irak.