Cerca de la Primera Guerra Mundial (1918), en Milán, una joven de apenas 36 años se pone a la cabeza de un grupo de otras mujeres jóvenes que se reúnen semanalmente en el palacio episcopal para profundizar en los problemas teológicos y sociales para crear un dique de contención contra la propaganda marxista que entonces hacía estragos. Esta experiencia se repitió más tarde en todas las diócesis italianas, convocando a muchas jóvenes que, a través de la formación personal y la vida de grupo, vivieron plenamente el bautismo, redescubriendo también su dignidad de mujeres.
Esta mujer -una verdadera pionera en el ámbito del laicado católico en una época en la que la mujer no solía ser la precursora de este tipo de iniciativas- se llama Armida Barelli, devota del Sagrado Corazón, hoy Venerable Sierva de Dios. Pronto será beata por la voluntad del Papa Francisco, quien hace unos días autorizó a la Congregación para las Causas de los Santos promulgar el decreto relativo al milagro atribuido a su intercesión.
En medio del mundo y en la Iglesia
Su apostolado al servicio de la Iglesia y de la sociedad italiana fue realmente incesante: primero en la Acción Católica, luego fundando el Instituto secular de los Misioneros del Reinado de Cristo (ISM) junto con el P. Agostino Gemelli, y estando entre los que dieron vida a la más conocida Universidad Católica del Sacro Cuore de Milán, contribuyendo a su desarrollo en sus primeros treinta años.
Su ejemplo de laica comprometida en medio del mundo y dentro de la Iglesia, al llegar a los honores de los altares, transmite a la época que vivimos un estímulo más para que la voz de las mujeres sea cada vez más escuchada, para que participen en la toma de decisiones y para que se reconozca su importante papel de liderazgo en la formación y espiritualidad de las comunidades.
Estas han sido peticiones que surgieron, entre otras cosas, no hace más de un año y medio, en la clausura del Sínodo sobre la Amazonia, para una implicación activa de las mujeres en las múltiples instancias que conciernen a la misión de la Iglesia.
La primera «madre sinodal»
El Papa Francisco ha demostrado que se toma en serio estas solicitudes surgidas del proceso sinodal: el mes pasado ha nombrado como subsecretaria del Sínodo de los Obispos a la monja javeriana francesa Nathalie Becquart, la primera «madre sinodal» que participará en las próximas Asambleas con derecho a voto.
Comentando la noticia, el Secretario General del Sínodo de los Obispos, el cardenal Mario Grech, habló de un «renovado impulso en el compromiso de una Iglesia sinodal y misionera» y de cómo el nombramiento de Becquart «nos ayuda a recordar de forma concreta que en los procesos sinodales la voz del Pueblo de Dios tiene un lugar específico y que es fundamental encontrar formas de fomentar la participación efectiva de todos los bautizados en ellos».
Sacerdocio bautismal común
Hace semanas fue el turno de la ampliación del acceso al ministerio del Acolitado y del Lectorado también a las mujeres, precisamente en virtud de su participación en el sacerdocio común. Una modificación también impulsada por iniciativa del Papa Francisco, que con el motu proprio «Spiritus Domini» ha modificado el primer párrafo del canon 230 del Código de Derecho Canónico.
También ésta había sido una petición del último Sínodo de los Obispos sobre la Amazonia, que ha permitido dar aún más valor a los ministerios laicales «esencialmente distintos del ministerio ordenado que se recibe con el sacramento del Orden».
Los más nobles valores de la feminidad
Continuando con el tema de las mujeres, no pasó desapercibida la autorización otorgada por el Papa a la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos para incluir en el Calendario General Romano la celebración de la fiesta de la santa Doctora de la Iglesia Hildegarda de Bingen -que vivió a principios del primer milenio- el 17 de septiembre de cada año.
En la Carta Apostólica con la que la proclamó Doctora de la Iglesia el 7 de octubre de 2012, el Papa Emérito Benedicto XVI escribió: «En Hildegarda se expresan los valores más nobles de la feminidad: por ello, también la presencia de la mujer en la Iglesia y en la sociedad queda iluminada por su figura, tanto desde la perspectiva de la investigación científica como de la acción pastoral. Su capacidad de hablar a quienes están lejos de la fe y de la Iglesia hacen de Hildegarda un testigo creíble de la nueva evangelización».
En definitiva, el camino de la Iglesia continúa, al lado de las mujeres, junto a las mujeres.