Traducción del artículo al inglés
Hace un año que el arzobispo Arthur Roche es Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, donde ya trabajaba desde 2012. En este año, gran parte del trabajo del Dicasterio ha girado en torno a las nuevas normas que restringen la posibilidad de usar la forma litúrgica anterior a la reforma de los años sesenta (la “Misa tridentina”), y a la creación del nuevo ministerio laical de catequista. Ahora, Mons. Roche ha recibido a Omnes en la sede de la Congregación, y hace balance de estas y otras cuestiones.
Hace ya casi un año, “Traditionis Custodes” limitó las posibilidades de usar la liturgia anterior a la reforma del Concilio. El documento explicaba que su objetivo era “buscar la comunión eclesial”. ¿Se ha avanzado hacia esa meta?
– Hay que comenzar diciendo que la razón que motiva esa decisión es la unidad de la Iglesia, y eso es lo que ha movido al Papa. Nunca los Papas anteriores, Juan Pablo II o Benedicto XVI, habían pensado que las posibilidades existentes tuvieran como objetivo promover el rito tridentino, sino solamente atender a las personas que tienen una dificultad con la nueva forma de la oración de la Iglesia.
Pero, al final, estamos formados por la liturgia, porque la liturgia lleva en sí la fe y la doctrina de la Iglesia. “Lex orandi, lex credendi”. Pienso que, en realidad, ésta no es solamente una dificultad para la liturgia, sino una dificultad para la eclesiología, para la doctrina. Por primera vez en la historia, desde el Concilio Vaticano II tenemos en el magisterio una inserción de la naturaleza de la Iglesia, pues es la primera vez después de dos mil años que tenemos una constitución dogmática como la “Lumen Gentium”. “Lumen Gentium” lleva consigo que no es sólo el sacerdote quien celebra la misa, sino todos los bautizados. Obviamente, no es posible que todos hagan lo relativo a la consagración de las especies eucarísticas sin el sacerdote; pero todos los bautizados, como el sacerdote, tienen una posición de celebrar. Todos participan del sacerdocio de Jesucristo y por esto, como recuerda “Sacrosanctum concilium”, tienen el derecho y el deber de participar en la liturgia. Esto está en contraste con el rito que recoge en el misal de 1962, donde el sacerdote era visto como el representante de todos los demás que están presentes en la celebración de la misa. Esta es la gran diferencia entre las dos formas: la Iglesia tal y como es entendida en la eclesiología de hoy, y la naturaleza de la Iglesia como era concebida por la eclesiología anterior.
Al mismo tiempo, Traditionis Custodes destaca la continuidad entre el rito actual y el antiguo: afirma que el nuevo Misal romano “contiene todos los elementos del rito romano, especialmente el canon romano, que es uno de los elementos más característicos”.
– Desde luego, hay que subrayar también la continuidad. La liturgia es un don vivo que la Iglesia ha recibido. Pero no hemos de canonizar lo antiguo por antiguo, de lo contrario encontraríamos personas que quieren volver a las cosas simplemente porque son más antiguas, y eso podría significar volver también a expresiones litúrgicas anteriores incluso a las tridentinas, por ejemplo. En realidad, el punto en el que estamos ahora, con el nuevo misal de Pablo VI, supone que hemos tenido la posibilidad de estudiar todos los elementos más fundamentales, aprovecharnos de las fuentes de la liturgia, que no eran conocidas durante el Concilio tridentino en los años 1545-1563.
El Papa Francisco ha dicho que le “duelen los abusos” de algunas celebraciones actuales. ¿Qué le parece?
– Creo que en este momento hay una falta de formación litúrgica. Es muy interesante recordar que en los años previos al Concilio existía el movimiento litúrgico, con fundamento patrístico, bíblico, ecuménico; y el Concilio ofreció la posibilidad de una renovación de la Iglesia, también en lo relativo a la liturgia.
Pienso que en este momento se pretende sólo el cumplimiento de las rúbricas de la Liturgia, y eso me parece un poco pobre. Teológicamente, la razón era la celebración del Misterio.
Por eso, hace dos años el Santo Padre pidió a esta Congregación que hiciera una reunión plenaria de todos sus miembros para debatir sobre la formación litúrgica en toda la Iglesia: desde los obispos a los sacerdotes y los laicos. Y, en efecto, en este momento está en preparación un documento sobre este asunto. Posiblemente se concrete en una carta a la Iglesia sobre la importancia de la formación. ¿Qué hacemos cuando nos reunimos cada domingo para esta celebración ¿Qué sentido tiene esa asamblea? No solo una obligación de hacer algo cada semana, pero ¿qué es lo que hacemos? ¿Qué celebramos en ese momento?
¿Será fácil hacer llegar el contenido de esa carta hasta los laicos, hasta el pueblo en sentido amplio?
– Como usted sabe, con motivo de la publicación del motu proprio “Traditionis Custodes” el Papa Francisco escribió una carta solamente a los obispos explicando lo que debían hacer. Creo que, en este momento, en la Congregación tenemos la responsabilidad de pensar en cómo llegar a una audiencia más amplia.
La catequesis “mistagógica”, que introduce en los misterios celebrados, es uno de los instrumentos de la formación litúrgica. Una ocasión especial son sacramentos como el bautismo, la comunión o el matrimonio. ¿Cumplen ese papel?
– La catequesis mistagógica es muy importante. Hay un parágrafo en “Sacrosanctum Concilium”, el número 16, que dice que la formación litúrgica está entre las materias más importantes en la formación de los seminaristas, y que los profesores de otras asignaturas han de tenerla en cuenta cuando enseñan las materias bíblicas, patrísticas, dogmáticas, etc.
Hay una abadía en América, Mount Angel, junto a Portland, donde todas las materias de la formación teológica en el periodo del seminario tienen siempre el foco en la liturgia del día. Todo está orientado en función de los grandes tiempos fuertes de la liturgia, del calendario litúrgico. Esto hemos de considerarlo también en relación con la formación: que se trata de la celebración. No se trata solamente de hacer cosas o de participar en algunas partes de la celebración, sino de celebrar dignamente con una participación profunda, activa como recordaba el Concilio. A través de las palabras y los gestos llegamos al misterio. Más que realizar actividades, como leer las lecturas u otras cosas, hemos de procurar una profunda participación, cuasi-mística, de la contemplación de la liturgia. Se trata de identificarnos con Cristo a través de las palabras y los gestos de la celebración.
El sacramento de la Penitencia es un referente de este pontificado. Francisco ha hablado de la misericordia y el perdón desde el inicio; ha invitado a celebraciones de la confesión, y ha mostrado gestos semejantes. ¿Cómo revalorizar este sacramento?
– Pienso que obviamente el sacramento de la Penitencia está, en cierto sentido, en un periodo de crisis en este momento, porque hay una pérdida del sentido del pecado. Los pecados no son menos hoy de lo que eran antes, pero falta el conocimiento del pecado individual; pienso que es un reto para tantas personas. El Papa como gran pastor, antes de su elección como Papa, ha evidenciado esto en su diócesis, en las parroquias y en su pastoral.
Le contaré una experiencia interesante: hace algunos años recibí una invitación de la Sagrada Penitenciaria para pronunciar una conferencia para los diáconos que preparaban para recibir la ordenación presbiteral. Cuando llegué y vi que había 500 personas, pregunté al cardenal Piacenza: ¿hay tantos para ordenarse este año? No era así, sino que casi dos tercios de los asistentes ya estaban ordenados presbíteros y habían venido a ese curso, en algunos casos después de bastantes años de la ordenación, para aprender de nuevo cómo celebrar el sacramento de la penitencia. Esto nos habla de una falta de formación de los sacerdotes. En particular, para el sacramento de la confesión es importante la disponibilidad del sacerdote, pero no sólo en cuanto a la dedicación de tiempo, sino también como disponibilidad de una persona que acoge a los penitentes, que habla de la misericordia, que habla como un padre a una persona que tiene necesidad de una reconciliación con Dios. Todos estos elementos son muy importantes, pero también son elementos integrantes de la formación.
¿Cómo evoluciona, en sus primeros pasos, el ministerio de catequista que se estableció el 10 de mayo del año pasado?
– En este momento lo más importante es que la Conferencia Episcopal defina quiénes son los catequistas. Se trata de un ministerio, y no únicamente de una participación en el ministerio como la que tenemos en todas las parroquias del mundo, donde algunas personas preparan a los muchachos para la primera comunión, la confesión, etc. Este es un ministerio más importante, pero que hay que definir. La persona que recibe este ministerio es un punto de referencia en la diócesis, para la organización de los programas, de los niveles, etc., pero depende de cómo haga la definición el obispo: esta es ahora la responsabilidad de las conferencias episcopales.
Hay por ejemplo algunas religiosas que desarrollan su apostolado como catequistas… pero este ministerio no está previsto para ellas. Aún más importante: tampoco está previsto para los seminaristas, que están en preparación para el sacerdocio. Ellos reciben el acolitado, el lectorado, y luego el diaconado, pero este ministerio de catequista no está previsto para él: es sólo para los bautizados en general. Para la Iglesia es un signo de la importancia de que los laicos anuncien el Evangelio y formen a los muchachos.
Hablemos de otros aspectos del trabajo de la Congregación para la Liturgia. La Constitución “Praedicate Evangelium” subraya que promueve la liturgia “según la renovación emprendida por el Concilio Vaticano II”.
– Ciertamente, una de sus tareas es promover la liturgia. Al mismo tiempo, también ha de convertirse en un punto de referencia para todos los obispos del mundo en su relación con el ministerio petrino. La Congregación (en el futuro, el Dicasterio) está para servir no solamente al Sumo Pontífice, sino también a todos los obispos del mundo, en el campo litúrgico. Y esta es una dimensión que debemos considerar atentamente. Se trata de una apertura de la Curia romana, que no debe entenderse como una estructura burocrática, sino como un servicio a la Iglesia universal.
¿Cómo colabora con otros Dicasterios?
– En lo relativo a sus competencias, colabora con todos los organismos de la Curia, desde la Doctrina de la Fe, al Clero o a casi todos los demás. También la nueva evangelización, las misiones, la práctica de la caridad, y todas las demás actuaciones tiene un aspecto litúrgico. Porque la liturgia es la vida de la Iglesia entera; es el alma de la Iglesia.
Pronto se cumplirán 60 años de “Sacrosanctum Concilium”. Este documento del Concilio sobre liturgia deseaba que el misterio pascual llegase a ser el centro de la vida cristiana. ¿Cómo se plantea hoy ese enfoque?
– Sesenta años es poco tiempo en la historia de la Iglesia. Después de Trento, hubo un gran periodo en el que se daban circunstancias de dificultad para que toda la Iglesia recibiera la reforma –una reforma es algo serio-; pero también ahora tenemos muchas dificultades.
Una dificultad importante en la Iglesia es el aumento del individualismo. Las personas plantean sus deseos como seres individuales, pero no como comunidad. Ahora bien, la Iglesia es precisamente una comunidad, y celebra todos los sacramentos en un sentido comunitario; entre ellos, también la misa, porque no está previsto que se celebre sin la presencia de otra persona, y normalmente los fieles se congregan en un número elevado.
En este momento el liberalismo, el individualismo que existen esta sociedad son un reto para la Iglesia. Es fácil pensar en mi preferencia personal, en un tipo específico de liturgia, en una expresión particular de la celebración, en este sacerdote en lugar de este otro sacerdote; pero este individualismo no es del carácter de la Iglesia. Y debemos considerar los efectos de estas influencias en la vida espiritual de la Iglesia, como está subrayado claramente en “Sacrosanctum Concilium”, pero también en “Lumen Gentium”.
¿Ha reforzado la pandemia la tendencia al individualismo?
– Pienso que esta tendencia no perdurará para siempre, porque sabemos que la necesidad de relacionarnos con Dios y con los demás está dentro de nosotros, y no es algo que tengamos la posibilidad de alejar indefinidamente, por medio de la televisión o de internet. Nosotros necesitamos estar presentes en la celebración, dado que los sacramentos se refieren a la relación personal con Cristo, y no son un programa o una película de cine. En línea o por la televisión seguimos algo durante un momento, pero no estamos allí; podemos verlo todo, pero no estamos presentes, y esto es lo más importante: la presencia de la gente.
Permítame mencionar dos aspectos particulares de “Sacrosancutm Concilium”. El primero es la inculturación litúrgica .
– Se trata de que hay algunas culturas, en determinadas sociedades fuera de Europa, especialmente en los países de misión, en las que el rito romano puede enriquecerse con el genio de cada lugar, lo cual no siempre es fácil.
Sobre este tema, he dicho muchas veces a los obispos que nos hemos pasado los últimos cincuenta años preparando la traducción de los textos litúrgicos; y ahora hemos de pasar a la segunda fase, que ya está prevista por “Sacrosanctum Concilium”, y es la inculturación o adaptación de la liturgia a las otras culturas diferentes, manteniendo la unidad. Pienso que habría que comenzar con este trabajo en este momento. Pero quiero precisar que hoy existe solamente un “uso” litúrgico, no un “rito”, y es en el Zaire, en África.
Es importante entender lo que significa que Jesús haya compartido nuestra naturaleza, y en un momento histórico. Tenemos que considerar la importancia de la Encarnación y, si podemos decirlo así, de la acción de la gracia que se encarna en otras culturas, con varias expresiones que son completamente diversas de lo que hemos visto y apreciado en Europa durante tantos años.
El segundo aspecto es la belleza, en particular en la arquitectura sagrada. Dice el Papa “la Iglesia evangeliza y se evangeliza a sí misma con la belleza de la liturgia” (“Evangelii Gaudium”, 24).
– La belleza es una parte de la naturaleza de Dios, y una parte de la existencia humana. Es muy importante para el hombre, porque lo atrae: somos atraídos por la belleza. Y nos habla no solo de una manera única, sino también individual.
Este aspecto de la liturgia, también en lo relativo a los templos, fue previsto por los documentos emanados nada más terminar aprobarse “Sacrosanctum Concilium” y respaldados también por los obispos participantes en el Concilio. Esos textos señalaban lo que ha de tenerse en cuenta en la configuración del templo de manera que ayude a la celebración, y el significado e importancia de los diversos elementos. Pienso, por ejemplo, en el altar, que significa el Cuerpo de Cristo; para los ortodoxos es el sepulcro, de donde la resurrección pertenece a la celebración de la Eucaristía. O en la importancia del ambón, por sí mismo y en relación con el altar. En nuestras celebraciones tenemos dos “mesas”: la Sagrada Escritura y las Sagrada Eucarística; pero sin la Sagrada Escritura no hacemos la Eucaristía. Las dos están en equilibrio, y ambas son la misma cosa. La Palabra conduce a la Eucaristía y ésta se profundiza y entiende con la Palabra.
¿Desea añadir algo más?
– Sí. Pienso que es muy importante que en este momento pensemos una vez más la voz del Concilio al mundo entero, una voz profética para el futuro de la Iglesia. Que profundicemos en lo que contiene “Sacrosanctum Concilium”, y también los demás documentos, pero sobre todo “Lumen Gentium”, sobre la santidad de la Iglesia y de nuestra vocación, porque sin la santidad careceremos de una voz auténtica para predicar el Evangelio.