Vaticano

«La Trinidad nos hace contemplar el misterio de amor del que procedemos»

Desde la plaza de san Pedro el Papa Francisco ha reflexionado sobre el misterio de amor que nos muestra la contemplación de la Santísima Trinidad.

David Fernández Alonso·30 de mayo de 2021·Tiempo de lectura: 3 minutos
papa francisco angelus

Foto: ©2021 Catholic News Service / U.S. Conference of Catholic Bishops.

El Papa Francisco ha retomado, tras la semana pasada haber terminado el tiempo de Pascua, el rezo del Angelus desde la ventana del Palacio Apostólico, ante los fieles de la Plaza de San Pedro.

«Hoy celebramos la Santísima Trinidad», ha comenzado el Santo Padre, «el misterio del único Dios en tres Personas: Padre e Hijo y Espíritu Santo. Es un misterio inmenso, que supera la capacidad de nuestra mente, pero que habla a nuestro corazón, porque lo encontramos encerrado en aquella frase de San Juan que resume toda la Revelación: «Dios es amor» (1 Jn 4,8.16). En cuanto amor, Dios, aunque es uno y único, no es soledad sino comunión. El amor, en efecto, es esencialmente don de sí mismo, y en su realidad originaria e infinita es Padre que se da generando al Hijo, que a su vez se da al Padre, y su amor mutuo es el Espíritu Santo, vínculo de su unidad».

«Este misterio de la Trinidad nos fue desvelado por el mismo Jesús», aseguró el Papa. «Él nos hizo conocer el rostro de Dios como Padre misericordioso; se presentó a sí mismo, verdadero hombre, como Hijo de Dios y Palabra del Padre; habló del Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo, Espíritu de la Verdad, Espíritu Paráclito, es decir, nuestro Consolador y Abogado. Y cuando se apareció a los apóstoles después de la Resurrección, Jesús los mandó a evangelizar «a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,19). Por eso, la misión de la Iglesia y, en ella, de todos nosotros, discípulos de Cristo, es hacer que cada hombre y cada mujer puedan «sumergirse» en el amor de Dios y recibir así la salvación, la vida eterna».

La fiesta de hoy, pues, «nos hace contemplar este maravilloso misterio de amor y luz del que procedemos y hacia el cual se orienta nuestro camino terrenal. Al mismo tiempo, nos invita a fortalecer nuestra comunión con Dios y con los hermanos, bebiendo de la fuente de la Comunión Trinitaria. Pensemos en la última gran oración de Jesús, elevada al Padre inmediatamente antes de su Pasión. Al final de esa oración -como un testamento espiritual- en el corazón de Cristo brota una súplica que expresa la voluntad del Padre. Escuchemos de nuevo las palabras de Jesús recogidas en el Evangelio de Juan: «Para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado»(17,21)».

«En el anuncio del Evangelio y en toda forma de misión cristiana, no se puede prescindir de esta unidad invocada por Jesús; la belleza del Evangelio requiere ser vivida y testimoniada en la concordia entre nosotros, que somos tan diferentes».

Reflexionando sobre la actitud de los discípulos de Cristo, Francisco aseguró que «de los discípulos de Cristo se debería poder decir siempre: «¡Son tan diferentes y, sin embargo, mira cómo se aman!». Y no sólo entre ellos, sino a todos, más aun, especialmente a las personas que encuentran como «extrañas» en el camino, heridas, ignoradas, despreciadas. El signo vivo del Dios Trinidad es el amor recíproco y hacia todos; compartir las alegrías y las penas; no imponerse a los demás, sino cooperar los unos con los otros; la valentía y la humildad para pedir perdón y para darlo; valorar los diferentes carismas que el Espíritu distribuye para la edificación común. Así crecen comunidades eclesiales que evangelizan no tanto con las palabras, sino con la fuerza del amor de Dios que habita en nosotros por el don del Espíritu Santo».

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