El Papa Francisco ha querido tratar en la audiencia de este miércoles, -desde la Biblioteca del Palacio Apostólico, retransmitida vía streaming- siguiendo con la catequesis sobre la oración, de un tema profundo, «cómo gracias a Jesús la oración nos abre de par en par al misterio inmenso de la Santa Trinidad, a las profundidades del Dios del Amor». De hecho, ha anunciado que también la semana que viene tratará la misma línea de la oración.
El Santo Padre ha querido apoyarse en los modelos de la Biblia, recordando que «nadie ha visto al Padre, ha sido Jesús quien nos lo ha revelado. Sin Él nuestra oración no sería capaz de alcanzar a Dios, ni siquiera seríamos dignos de mencionar su nombre. La Biblia nos da varios ejemplos de súplicas que Dios no aceptó, porque no todas las oraciones son buenas. Sin embargo, es Jesús que colma nuestro anhelo enseñándonos a orar.
Por eso, nos hace bien reconocer la pobreza de nuestra oración, como el centurión del evangelio.
Es Jesús el que colma nuestro anhelo enseñándonos a orar.
Por eso, nos hace bien reconocer la pobreza de nuestra oración, como el centurión del evangelio.
Dialogar con Dios es una inmensa gracia, teniendo en cuenta -continuó Francisco- «que «una palabra suya» basta para que seamos salvados. Nada hay en nosotros que justifique su amor, no hay proporción. Los antiguos filósofos a malas penas consideraban que fuera posible, con sacrificios y devociones, congraciarse con un dios mudo e indiferente».
Subrayando la figura de la paternidad de Dios, señaló que «Jesús, en cambio, con su vida, nos demuestra en qué medida Dios es Padre y que nadie es Padre como Él. Nos asegura que es el pastor que busca la oveja perdida, el padre misericordioso que sale al encuentro del hijo pródigo.
Jesús nos demuestra en qué medida Dios es Padre y que nadie es Padre como Él. Nos asegura que es el pastor que busca la oveja perdida, el padre misericordioso que sale al encuentro del hijo pródigo.
¿Qué dios estaría dispuesto a morir por los hombres?, ¿a amarlos siempre con paciencia, sin esperar nada a cambio? ¿Cómo podríamos siquiera concebir el abismo infinito del amor de Dios? ¿Cómo creer que ese mar de misericordia se habría extendido hasta llegar a la orilla de nuestra humanidad? Nosotros sólo podemos aceptarlo y comprenderlo gracias al misterio de la cruz».