Ahora que han concluido los trabajos de la primera sesión de la Asamblea General del Sínodo de los Obispos sobre la Sinodalidad, Omnes ha tenido la oportunidad de conocer, de primera mano, las impresiones de una de las decenas de personas que han trabajado “entre bastidores” para garantizar el apoyo a toda la organización. Monika Klimentová, jefa de la oficina de prensa de la Conferencia Episcopal Checa, trabajó en el Sínodo durante todo el mes de octubre como parte del grupo de profesionales encargados de la comunicación.
¿Qué significó para usted, como fiel laico, participar en este importante encuentro eclesial?
—No fui delegada en la Asamblea Sinodal, pero contribuí al equipo internacional de comunicación, compuesto por el personal de comunicación de la Secretaría del Sínodo, el Dicasterio para la Comunicación y varios miembros de todos los continentes. Nuestro papel consistía en escuchar durante la Asamblea los informes de los grupos de trabajo o las intervenciones individuales y, si era necesario, recomendar los temas que resonaban durante el día para una rueda de prensa diaria. También sugerimos algunos miembros o participantes del Sínodo que podrían hablar en las ruedas de prensa, en sintonía con las Iglesias locales, incluidas las Conferencias Episcopales. Por voluntad del Papa Francisco, no fue posible difundir el contenido de los informes, pero en cambio pudimos transmitir el “ambiente” que vivían los distintos delegados. Debo decir que para mí fue una experiencia edificante participar en toda la Asamblea y ser testigo de primera mano de este proceso de escucha, discernimiento e intercambio mutuo deseado por el Santo Padre. Ciertamente, hubo diferencias de opinión, pero todo se desarrolló en un clima de respeto y caridad que me impresionó mucho.
Por primera vez se utilizó una metodología especial, que favoreció el intercambio entre miembros, participantes y expertos. ¿Cómo se vivió este “nuevo procedimiento”?
—Como ya he dicho, todo se desarrolló en un clima de amistad y dignidad, empezando por los círculos más reducidos en los que obispos, sacerdotes, religiosos/religiosas y laicos se sentaban a la misma mesa y cada uno podía expresar su opinión sobre un tema concreto. Creo que esta metodología funcionó muy bien. También hablé de ello con el obispo que ha representado a la República Checa, y me confirmó cómo estos debates superaron sus expectativas. Todos se escuchaban; por supuesto, podían no estar de acuerdo con todo lo que se decía, pero nadie insultaba a los demás por una diferencia de opinión, sino que siempre intentaban llegar a un consenso común.
El Papa Francisco estuvo presente, como un miembro más, en esta Asamblea. ¿Cómo percibió esta presencia del Santo Padre?
—Poder sentarse en el mismo auditorio junto al pastor de toda la Iglesia no es algo que ocurra todos los días y es una emoción significativa. Evidentemente, el Papa no participó en los “círculos menores”, pero siempre estuvo en la Asamblea cuando se presentaron los resultados de los grupos de trabajo, escuchando atentamente todo lo que se decía. Por supuesto, durante las pausas también tuvimos ocasión de saludarle.
Se ha dicho en varias ocasiones que el sínodo no es un parlamento y que lo que cuenta es “caminar juntos”. Desde dentro, ¿puede confirmar que las cosas fueron exactamente así?
—Sí, puedo confirmarlo. En un sínodo la diferencia con un parlamento es evidente. No hay clubes parlamentarios, por ejemplo. Los delegados rezaron juntos, los días siempre empezaban y terminaban con la oración y después de tres o cuatro informes había un espacio para el recogimiento silencioso. Al comienzo de cada nuevo módulo se celebraba la Eucaristía, cuya preparación se encomendaba a los distintos continentes o ritos. Los delegados no sólo pudieron “caminar juntos” en el Aula Pablo VI, sino que realizaron una peregrinación comunitaria a las catacumbas, a las raíces del cristianismo. Al final, es cierto, hubo una votación sobre la síntesis final. Quizá sea éste el único elemento de comparación -aunque un poco forzada- con un parlamento.