La audiencia ha comenzado con las palabras introductorias del Decano del Cuerpo Diplomático, el Excmo. Sr. Georgios F. Poulides, Embajador de Chipre ante la Santa Sede, que destacó la presencia del Papa durante esta época de dificultades marcada por la emergencia sanitaria. «A pesar de las dificultades, su acción, Santidad, ha continuado sin cesar, llevando a los que están necesitados y angustiados, el consuelo y el aliento de su palabra también a través del uso inteligente de los medios de comunicación. A pesar de las limitaciones impuestas por la pandemia, a través de los medios de comunicación y otros, su guía espiritual nunca ha fallado. Hemos sentido su presencia muy cerca y su oración por la humanidad que sufre«.
Tras las palabras del Excmo. Sr. Georgios F. Poulides, el Santo Padre ha pronunciado su discurso, agradeciendo en primer lugar, los amables saludos del Decano del Cuerpo Diplomático.
Un signo de cercanía
Francisco ha hecho referencia a la situación exigida por la emergencia, que ha obligado a mantener una distancia física, pero no espiritual, entre los miembros del Cuerpo Diplomático con el Santo Padre. «Nos encontramos esta mañana en el marco más espacioso del Aula de las Bendiciones, para respetar la exigencia de un mayor distanciamiento personal, al que nos obliga la pandemia. Sin embargo, la distancia sólo es física. Nuestro encuentro simboliza, más bien, todo lo contrario. Es un signo de cercanía, de esa proximidad y mutuo apoyo a los que la familia de naciones debe aspirar. En este tiempo de pandemia, este deber es aún más apremiante porque está claro para todos que el virus no conoce barreras ni puede ser fácilmente aislado. Derrotarlo es, por lo tanto, una responsabilidad que nos involucra a cada uno de nosotros personalmente, como también a nuestros países«.
El diálogo interreligioso
El Papa les ha agradecido el compromiso por mantener y estrechar las relaciones entre sus países y la Santa Sede. Ha expresado sus deseos de retomar los encuentros presenciales y viajes apostólicos que son «de hecho, un aspecto importante de la solicitud del Sucesor de Pedro por el Pueblo de Dios extendido por todo el mundo, así como del diálogo de la Santa Sede con los Estados. Además, suelen ser una oportunidad favorable para profundizar, en un espíritu de intercambio y diálogo, la relación entre las diferentes religiones. En nuestra época, el diálogo interreligioso es un componente importante en el encuentro entre pueblos y culturas. Cuando se entiende no como una renuncia a la propia identidad, sino como una oportunidad para un mayor conocimiento y enriquecimiento mutuo, este constituye una buena ocasión para los líderes religiosos y para los fieles de las diversas confesiones, y puede apoyar los esfuerzos de los líderes políticos en su responsabilidad de construir el bien común«.
La introducción de su discurso ha concluido con una llamada a afianzar los acuerdos internacionales, «que permiten profundizar los lazos de confianza mutua y posibilitan a la Iglesia cooperar más eficazmente al bienestar espiritual y social de sus países«.
El derecho al cuidado
Tras esta introducción, el Papa ha querido tratar algunos temas de particular relevancia para las relaciones diplomáticas. En primer lugar, ha subrayado de nuevo las características que ha generado en la sociedad esta pandemia global. «La pandemia nos recuerda también el derecho al cuidado, que es prerrogativa de todo ser humano«.
Acceso equitativo a las vacunas
«Desde esta perspectiva, renuevo mi llamado para que se le ofrezca a cada persona humana el cuidado y la asistencia que necesita. Para ello, es esencial que todos los que tienen responsabilidades políticas y de gobierno se esfuercen para favorecer, antes que nada, el acceso universal a la atención sanitaria básica, fomentando asimismo la creación de centros de salud locales e instalaciones de atención médica conformes a las necesidades reales de la población, así como la disponibilidad de tratamientos y medicamentos. En efecto, no puede ser la lógica del lucro la que guíe un sector tan delicado como el de la asistencia y los cuidados sanitarios«.
Y como ya ha hecho en otras ocasiones, ha reclamado el acceso equitativo a las vacunas, afirmando que «también es esencial que los importantes progresos médicos y científicos realizados a lo largo de los años, que han permitido sintetizar en un brevísimo espacio de tiempo vacunas que se perfilan eficaces contra el coronavirus, beneficien a toda la humanidad. Por consiguiente, exhorto a todos los Estados a que contribuyan activamente a las iniciativas internacionales destinadas a asegurar la distribución equitativa de las vacunas, no según criterios puramente económicos, sino teniendo en cuenta las necesidades de todos, en particular las de las poblaciones menos favorecidas«.
La economía al servicio del hombre
El Santo Padre también se ha referido a lo largo de su discurso a la crisis ambiental, económica, social y política que sufren algunos países. «La crisis actual es, por tanto, una ocasión propicia para replantear la relación entre la persona y la economía. Lo que se necesita es una especie de “nueva revolución copernicana” que ponga la economía al servicio del hombre y no al revés, «empezando a estudiar y practicar una economía diferente, la que hace vivir y no mata, que incluye y no excluye, que humaniza y no deshumaniza, que cuida la creación y no la depreda»«.
Países en dificultad
Por supuesto, también se ha acordado de hacer mención a las situaciones que viven países como Líbano, Tierra Santa, Siria o Libia. «¡Cómo quisiera que el 2021 fuera el año en que se escribiese finalmente la palabra fin al conflicto sirio, que ya hace diez años que comenzó! Para que eso suceda, se necesita un renovado interés también de parte de la Comunidad internacional para afrontar con sinceridad y valentía las causas del conflicto y buscar soluciones por medio de las cuales todos, independientemente de la pertenencia étnica y religiosa, puedan contribuir como ciudadanos al futuro del país«.
Crisis de las relaciones humanas
Por último, el Papa ha hablado de una «crisis de las relaciones humanas, expresión de una crisis antropológica general«, y en este sentido ha hecho referencia a la importancia de la educación, ya que «asistimos a una suerte de “catástrofe educativa”, ante la que no podemos permanecer inertes, por el bien de las generaciones futuras y de la sociedad en su conjunto. «Hoy es necesario un nuevo periodo de compromiso educativo, que involucre a todos los componentes de la sociedad»,[13] porque la educación es «el antídoto natural de la cultura individualista, que a veces degenera en un verdadero culto al yo y en la primacía de la indiferencia. Nuestro futuro no puede ser la división, el empobrecimiento de las facultades de pensamiento e imaginación, de escucha, de diálogo y de comprensión mutua»«.
La dimensión religiosa
Además, también ha destacado que «las exigencias para contener la difusión del virus también se ramificaron sobre diversas libertades fundamentales, incluida la libertad de religión, limitando el culto y las actividades educativas y caritativas de las comunidades de fe. Sin embargo, no debemos pasar por alto que la dimensión religiosa constituye un aspecto fundamental de la personalidad humana y de la sociedad, que no puede ser cancelado; y que, aun cuando se está buscando proteger vidas humanas de la difusión del virus, la dimensión espiritual y moral de la persona no se puede considerar como secundaria respecto a la salud física.
Por otra parte, la libertad de culto no constituye un corolario de la libertad de reunión, sino que deriva esencialmente del derecho a la libertad religiosa, que es el primer y fundamental derecho humano. Por eso es necesario que sea respetada, protegida y defendida por las autoridades civiles, como la salud y la integridad física. Además, un buen cuidado del cuerpo nunca puede prescindir del cuidado del alma«.
La fraternidad, antídoto
Finalmente, el Santo Padre se ha despedido subrayando la fraternidad como medicina para esta situación, «el 2021 es un tiempo que debemos aprovechar. Y no será desaprovechado en la medida en que sepamos colaborar con generosidad y esfuerzo. En este sentido considero que la fraternidad es el verdadero remedio a la pandemia y a muchos males que nos han golpeado. Fraternidad y esperanza son como medicinas que hoy el mundo necesita, junto con las vacunas«.