Se ha publicado la tan esperada declaración del Dicasterio para la Doctrina de la Fe «Dignitas infinita» sobre el tema de la dignidad humana. El prefecto, el cardenal Fernández, en su presentación, recuerda que se han necesitado cinco años para preparar el documento, con una sustancial modificación final «para responder a una petición del Santo Padre, que explícitamente instaba a centrar la atención en las graves violaciones actuales de la dignidad humana en nuestro tiempo, en la estela de la encíclica ‘Fratelli tutti’»: el drama de la pobreza, la situación de los emigrantes, la violencia contra las mujeres, la trata de personas, la guerra.
La Declaración recuerda que «el respeto de la dignidad de todas y cada una de las personas es la base indispensable para la existencia misma de toda sociedad que pretenda fundarse en el derecho justo y no en la fuerza del poder. Es sobre la base del reconocimiento de la dignidad humana como se defienden los derechos humanos fundamentales, que preceden y fundamentan toda convivencia civilizada. A cada persona individual y, al mismo tiempo, a cada comunidad humana corresponde, por tanto, la tarea de la realización concreta y efectiva de la dignidad humana, mientras que es deber de los Estados no sólo protegerla, sino también garantizar las condiciones necesarias para que florezca en la promoción integral de la persona humana».
La Declaración está estructurada en cuatro partes: «En las tres primeras, recuerda principios fundamentales y supuestos teóricos para ofrecer importantes aclaraciones que puedan evitar las frecuentes confusiones que se producen en el uso del término ‘dignidad’. En la cuarta parte, presenta algunas situaciones problemáticas actuales en las que no se reconoce adecuadamente la inmensa e inalienable dignidad que corresponde a todo ser humano. Denunciar estas graves y actuales violaciones de la dignidad humana es un gesto necesario, porque la Iglesia alimenta la profunda convicción de que no se puede separar la fe de la defensa de la dignidad humana, la evangelización de la promoción de una vida digna y la espiritualidad del compromiso por la dignidad de todos los seres humanos».
Dignidad humana
El documento, publicado con ocasión del 75 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, recuerda en primer lugar que «la dignidad infinita» de toda persona humana, hecha a imagen y semejanza de Dios, está «inalienablemente fundada en su propio ser». Es la «dignidad ontológica» que «nunca puede ser borrada y sigue siendo válida más allá de cualquier circunstancia en la que los individuos puedan encontrarse». A continuación, la Declaración hace referencia a otros tres conceptos de dignidad: moral, social y existencial, que pueden fallar pero nunca borrar la dignidad ontológica de todo ser humano.
La Iglesia «proclama la igual dignidad de todos los seres humanos, independientemente de su condición en la vida o de sus cualidades». Un anuncio basado en tres convicciones: el amor de Dios Creador, la Encarnación de Cristo y el destino del hombre llamado a la comunión con Dios a la luz de la Resurrección. No obstante, la dignidad humana puede verse empañada por el pecado: aquí radica la respuesta personal de cada uno para hacer crecer y madurar su dignidad, con la aportación decisiva de la fe a la razón.
A continuación, el documento del Dicasterio recuerda «algunos principios esenciales que deben respetarse siempre» de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y aclara malentendidos que han surgido en torno al concepto de dignidad. Como la propuesta de utilizar la definición de dignidad personal, que implicaría que sólo se reconocería como personas a aquellas capaces de razonar. La consecuencia sería que «el niño no nacido y el anciano no autosuficiente no tendrían dignidad personal, ni tampoco los discapacitados mentales». En cambio, la Iglesia insiste en el reconocimiento de una «dignidad intrínseca» de todo ser humano. A continuación, critica el uso indebido del concepto de dignidad para «justificar una multiplicación arbitraria de nuevos derechos, muchos de los cuales se contraponen no pocas veces al derecho fundamental a la vida, como si se quisiera garantizar la capacidad de expresar y realizar cada preferencia individual o deseo subjetivo. La dignidad se identifica entonces con una libertad aislada e individualista, que pretende imponer como «derechos», garantizados y financiados por la comunidad, ciertos deseos y propensiones subjetivos. Pero la dignidad humana no puede basarse en criterios meramente individuales ni identificarse sólo con el bienestar psicofísico del individuo. Por el contrario, la defensa de la dignidad humana se basa en las exigencias constitutivas de la naturaleza humana, que no dependen ni de la arbitrariedad individual ni del reconocimiento social. Los deberes que se derivan del reconocimiento de la dignidad del otro y los correspondientes derechos que de ello se derivan tienen, por tanto, un contenido concreto y objetivo, basado en la naturaleza humana común. Sin tal referencia objetiva, el concepto de dignidad queda de hecho sometido a las más diversas arbitrariedades, así como a los intereses del poder».
El documento recuerda que la dignidad del ser humano incluye también la capacidad de asumir obligaciones hacia los demás y la importancia de la libertad, abordando lo que la condiciona, limita y oscurece, así como la cuestión del relativismo.
Durante la presentación, Fernández calificó la dignidad humana como «un pilar fundamental de la enseñanza cristiana». El cardenal argentino partió de la anterior declaración sobre las bendiciones, «Fiducia supplicans», que «ha tenido siete mil millones de visitas en internet», citando una encuesta que mostraba que en Italia, entre los menores de 35 años, el 75% de los encuestados estaba de acuerdo con ese documento. «El de hoy es mucho más importante y desearíamos que tuviera el mismo nivel de impacto, porque el mundo necesita redescubrir las inmensas implicaciones de la dignidad humana». Precisó, sin embargo, que estas palabras no eran una autodefensa tras la encendida polémica de las últimas semanas sobre “Fiducia supplicans”.
El Prefecto destacó el «crecimiento de la Iglesia en la comprensión de la dignidad, hasta el rechazo total de la pena de muerte, culminación de la reflexión sobre la inviolabilidad de la vida humana» y contó dos anécdotas. La primera sobre la elección del título: habían pensado en «Más allá de toda circunstancia», porque es la clave para entender toda la Declaración, pero luego eligieron la cita de un discurso a los discapacitados de Juan Pablo II en 1980, durante su primer viaje a Alemania. La otra fue personal, cuando en un momento personal difícil en Buenos Aires, con motivo de su nombramiento como rector de la Universidad Católica, Bergoglio le dijo «No, Tucho, levanta la cabeza porque no te pueden quitar la dignidad…».
La última sección de la Declaración «aborda algunas violaciones concretas y graves» de la dignidad humana, empezando por la «tragedia de la pobreza», que afecta no sólo a los países ricos y pobres, sino también a las desigualdades sociales: «Todos somos responsables, aunque en mayor o menor medida, de esta desigualdad flagrante». También está la guerra que «con su estela de destrucción y dolor atenta contra la dignidad humana a corto y largo plazo». Además de hacerse eco del llamamiento «nunca más la guerra», el documento reitera que «la íntima relación que existe entre la fe y la dignidad humana hace que sea contradictorio que la guerra se base en convicciones religiosas».
Migrantes
Y de nuevo los migrantes, «entre las primeras víctimas de las múltiples formas de pobreza»: su acogida «es una forma importante y significativa de defender la dignidad inalienable de toda persona humana». La trata de personas también «se considera una grave violación de la dignidad humana» y se define como un «crimen contra la humanidad»: «La Iglesia y la humanidad no deben renunciar a la lucha contra fenómenos como el comercio de órganos y tejidos humanos, la explotación sexual de niños y niñas, el trabajo esclavo, incluida la prostitución, el tráfico de drogas y de armas, el terrorismo y la delincuencia internacional organizada». Se reafirma el compromiso de la Iglesia en la lucha contra la lacra de los abusos sexuales.
Violencia contra las mujeres
Se hace mucho hincapié en la violencia contra las mujeres: «Es un escándalo mundial, cada vez más reconocido. Si bien se reconoce de palabra la igual dignidad de la mujer, en algunos países las desigualdades entre mujeres y hombres son muy graves, e incluso en los países más desarrollados y democráticos, la realidad social concreta atestigua que a menudo no se reconoce a la mujer la misma dignidad que al hombre». Además de condenar las diversas formas de discriminación, «entre las formas de violencia ejercidas sobre las mujeres, ¿cómo no mencionar la compulsión al aborto, que afecta tanto a la madre como al hijo, tantas veces para satisfacer el egoísmo de los varones? ¿Y cómo no mencionar también la práctica de la poligamia?». «En este horizonte de violencia contra las mujeres, nunca se condenará lo suficiente el fenómeno del feminicidio. En este frente, el compromiso de toda la comunidad internacional debe ser compacto y concreto».
Aborto
A continuación, se reitera la condena sin exclusión del aborto, recordando las palabras de san Juan Pablo II en «Evangelium Vitae», y se reafirma que «hay que afirmar con toda fuerza y claridad, también en nuestro tiempo, que esta defensa de la vida naciente está íntimamente ligada a la defensa de todo derecho humano». En este sentido, «merece ser recordado el generoso y valiente compromiso de santa Teresa de Calcuta por la defensa de toda persona concebida».
Maternidad subrogada
Expresa la condena de la «práctica de la maternidad subrogada, mediante la cual el hijo inmensamente digno se convierte en un mero objeto»: «Viola, ante todo, la dignidad del hijo» que tiene «derecho, en virtud de su dignidad inalienable, a tener un origen plenamente humano y no inducido artificialmente, y a recibir el don de una vida que manifieste, al mismo tiempo, la dignidad del que la da y del que la recibe». El reconocimiento de la dignidad de la persona humana implica también el reconocimiento de la dignidad de la unión conyugal y de la procreación humana en todas sus dimensiones. En esta dirección, el deseo legítimo de tener un hijo no puede transformarse en un «derecho al hijo» que no respete la dignidad del propio hijo como destinatario del don gratuito de la vida». Luego va contra «la dignidad de la propia mujer que se ve forzada a ello o decide libremente someterse a ello. Con tal práctica, la mujer se desvincula del niño que crece en ella y se convierte en un mero medio al servicio del beneficio o del deseo arbitrario de otros».
Eutanasia
Otro capítulo clave está dedicado a la eutanasia, «un caso particular de violación de la dignidad humana, más silencioso pero que está ganando mucho terreno. Tiene la particularidad de utilizar un concepto erróneo de la dignidad humana para volverla contra la vida misma». «Está muy extendida la idea de que la eutanasia o el suicidio asistido son compatibles con el respeto a la dignidad de la persona humana. Frente a este hecho, hay que reafirmar con fuerza que el sufrimiento no hace perder al enfermo esa dignidad que le es intrínseca e inalienablemente propia, sino que puede convertirse en una oportunidad para estrechar los lazos de una mutua pertenencia y para tomar mayor conciencia de la preciosidad de cada persona para toda la humanidad. Ciertamente, la dignidad de la persona enferma en estado crítico o terminal exige un esfuerzo adecuado y necesario por parte de todos para aliviar su sufrimiento mediante cuidados paliativos adecuados y evitando cualquier obstinación terapéutica o intervención desproporcionada […]. Pero tal esfuerzo es totalmente distinto, diferente, incluso contrario a la decisión de eliminar la propia vida o la de los demás bajo el peso del sufrimiento. La vida humana, incluso en su condición dolorosa, es portadora de una dignidad que debe respetarse siempre, que no puede perderse y cuyo respeto sigue siendo incondicional». Conceptos similares para el cuidado de las personas discapacitadas y vulnerables, para quienes «se debe fomentar en la medida de lo posible la inclusión y la participación activa en la vida social y eclesial de todos aquellos que de alguna manera están marcados por la fragilidad o la discapacidad».
Ideología de género
Una condena explícita se refiere a la teoría de género. Al tiempo que reafirma el respeto debido a toda persona y la condena de toda discriminación basada en la orientación sexual, con un llamamiento a despenalizar la homosexualidad en los países donde sigue siendo un delito, la Declaración «recuerda que la vida humana, en todos sus componentes, físicos y espirituales, es un don de Dios, que debe acogerse con gratitud y ponerse al servicio del bien. Querer disponer de sí mismo, como prescribe la teoría de género, independientemente de esta verdad básica de la vida humana como don, no significa otra cosa que ceder a la antigua tentación de que el ser humano se convierta en Dios y entre en competencia con el verdadero Dios de amor que nos revela el Evangelio». La diferencia sexual, por tanto, es «no sólo la mayor imaginable, sino también la más bella y la más poderosa […], el respeto por el propio cuerpo y el de los demás es esencial frente a la proliferación y las reivindicaciones de nuevos derechos avanzadas por la teoría de género […]. Todos aquellos intentos que oscurezcan la referencia a la ineliminable diferencia sexual entre hombre y mujer son, por tanto, rechazables». En este contexto, «cualquier intervención para cambiar el sexo, por regla general, corre el riesgo de amenazar la dignidad única que la persona ha recibido desde el momento de la concepción. Esto no excluye la posibilidad de que una persona que sufra anomalías genitales ya evidentes al nacer o que se desarrollen posteriormente pueda optar por recibir asistencia médica con el fin de resolver dichas anomalías».
Violencia digital
Por último, el documento examina la violencia digital, advirtiendo contra la creación de un mundo en el que crecen la explotación, la exclusión y la violencia, facilitadas por el progreso tecnológico: «Tales tendencias representan un lado oscuro del progreso digital. Desde esta perspectiva, para que la tecnología esté al servicio de la dignidad humana y no la dañe, y para que promueva la paz en lugar de la violencia, la comunidad humana debe ser proactiva a la hora de abordar estas tendencias respetando la dignidad humana y promoviendo el bien».
Respondiendo a una pregunta durante la presentación, el cardenal afirmó finalmente que el infierno es compatible con la libertad humana, que Dios respeta, pero entonces queda la pregunta que el Papa Francisco plantea a menudo sobre la posibilidad de que el infierno esté vacío.
-Roma