El jueves 14 de mayo de 1987 no faltó ningún senador a la reunión de la Cámara, en el Palacio Legislativo de Montevideo. Los respectivos partidos políticos habían dejado en libertad a sus representantes, para que cada uno votara en conciencia sobre este tema realmente crucial: aprobar o no la ley, para que permaneciera en su lugar la cruz que, poco más de un mes atrás, había presidido la Misa del Papa Juan Pablo II en la capital uruguaya.
La sesión tuvo un alto nivel de intervenciones: hablaron 21 de los 31 miembros del senado. Algunos se confesaron bautizados, pero no practicantes; otros, agnósticos; otros, buscadores de la verdad sin haberla encontrado… En pocas palabras, todos debieron manifestarse frente a la Cruz. Fue un debate histórico, como lo calificaron varios senadores, sorprendidos ellos mismos de estar debatiendo sobre un tema tan inusual.
¿Qué es la laicidad del Estado?
La intervención del senador Jorge Batlle despertó un particular interés, por dos motivos: primero, porque si ciertamente los tiempos habían cambiado, su apellido evocaba enseguida el furor anti Iglesia de su tío abuelo, José Batlle y Ordóñez; pero sus palabras interesaban especialmente, porque ya era conocido que, por lo que se refería al laicismo y la laicidad, Jorge Batlle pensaba “distinto”.
El punto de partida de su extensa intervención fue, como otros senadores ya lo habían manifestado, responder negativamente a esta cuestión clave: el artículo 5º de la Constitución dice: “todos los cultos religiosos son libres en el Uruguay. El Estado no sostiene religión alguna”. Aprobar la permanencia de la Cruz del Papa, ¿sería una violación de dicha disposición constitucional?
Partiendo de este principio, Batlle recordó, primero, que “si hay algo que existe con fuerza y vigencia en la sociedad uruguaya, es un sentimiento auténtica y esencialmente laico, en cuanto laicidad significa, entre otras de sus muchas acepciones, el respeto de todos por el pensamiento de los demás y la libertad de poder decidir sin estar sujetos a ningún dogma o creencia que nos obligue a pensar de determinada manera o a actuar en función de ellos.”
El problema es que, con el correr del tiempo, “ese sentimiento de laicidad, que prevalece en la vida nacional, se ha transferido o transformado en una actitud que, extendida a todas las formas de la actividad, no creo que haga bien ni que sea buena para ninguna sociedad. La laicidad consiste, para algunos, en limitar su manera de pensar, en no exhibir su forma de sentir o de creer”. A continuación, no tiene inconveniente en subrayar las consecuencias de esa actitud: “En realidad, a lo largo del tiempo las filosofías que han prevalecido y las ciencias y tecnologías que las han acompañado, han transformado a la laicidad en un profundo escepticismo y por ello la laicidad se ha vuelto un instrumento de carácter, digamos, negador de la fuerza espiritual, de la razón o de la raíz espiritual de cada uno de nosotros”.
No a la inhibición
Destaco esas palabras porque, a mi entender, reflejan bien una actitud bastante común entre los católicos uruguayos. Si nos preguntamos por qué se ha llegado a esa inhibición, a ese no exhibir la propia forma de pensar o de creer, en mi opinión habría que responder que fueron muchos los años de laicismo estatal durante los cuales, con el pretexto de “neutralidad” frente a la religión, los católicos fueron injustamente tratados y discriminados.
A su vez, educados la inmensa mayoría en la escuela estatal, en la que, como ya se vio, no se puede hablar de religión, coaccionada así la natural expresión de su fe con el pretexto de la “laicidad”, el “uruguayo medio” no sabe cómo responder a las preguntas básicas de la persona: ¿de dónde vengo, adónde voy?, ¿existe Dios?, ¿cuál es el sentido de la vida?… En una palabra, es escéptico.
Desde otro punto de vista, Batlle insistía en su planteo: “Considero que le ha hecho bien a la Iglesia Católica, y a todas, que el Estado no profese ninguna religión. Me parece que eso es lo mejor y lo más sano para la Iglesia Católica como para todas las demás, pero también entiendo que no es bueno que quien tenga un sentimiento, no lo exprese. Por tanto, estimo que la laicidad tiene que tener, en ese sentido, un significado de respeto, pero no de negación, una actitud con la que y desde la que se exprese la manera de pensar”.
Estos y otros argumentos se escucharon aquel histórico día en la cámara de senadores del Palacio Legislativo. Jorge Batlle confesó también en su disertación: “Ni mis hermanos ni yo hemos sido bautizados; tampoco mis padres iban a la iglesia. Ni mi hermana ni yo nos casamos por la iglesia. Pero reconozco que en la vida del país prevalece un sentimiento cristiano y si algún símbolo de espiritualidad nos puede representar, no para confrontarnos sino para reclamar por esa y otras vías que esos temas vuelvan a tener presencia en la vida de los pueblos, quizá éste es el más apropiado”…
A la hora de votar, el proyecto de ley recibió 19 votos en 31, a favor de que quedara la Cruz como recuerdo permanente de la visita del primer Papa al Uruguay.
El laicismo progresista
Cinco veces debió intentar Jorge Batlle ser elegido como presidente. Lo consiguió finalmente y empezó su gobierno el 1º de marzo del año 2000. Dos años más tarde debió enfrentar una gravísima crisis económica que, en las siguientes elecciones, fue el factor principal de la derrota del Partido Colorado y del ascenso al poder del Frente Amplio, un conglomerado de partidos de izquierda que, bajo el común denominador de “progresismo”, acoge diversas ideologías: comunismo, marxismo, socialismo… Desde el 2005 hasta el 2020, durante tres periodos electorales, el Frente Amplio ha gobernado el Uruguay.
Los tiempos, sin duda, han cambiado mucho; el laicismo estatal ya no es el mismo que conoció el país en los albores del siglo XX, pero la laicidad del Estado y su interpretación práctica es, hasta hoy, objeto de no pocas discusiones. De hecho, la laicidad es la religión cívica que aúna a los uruguayos.
Tabaré Vázquez, masón, fue el primer presidente del Frente Amplio. El 14 de julio de 2005, apenas cuatro meses después de comenzar su mandato, visitó la Gran Logia de la Masonería del Uruguay y dio una conferencia, precisamente, sobre la laicidad. Afirmó que ella “es un marco de relación en el que los ciudadanos podemos entendernos desde la diversidad pero en igualdad. La laicidad es garantía de respeto al semejante y de ciudadanía en la pluralidad. O dicho de otra manera: la laicidad es factor de democracia”. Y más adelante: “la laicidad no inhibe al factor religioso. ¡Cómo va a inhibirlo si, al fin y al cabo, el hecho religioso es la consecuencia del ejercicio de derechos consagrados en tantas declaraciones universales y en tantos textos constitucionales!”.
No es así: el hecho religioso es muy anterior a cualquier declaración. No obstante, es interesante su afirmación, adelantada por Batlle, de que la laicidad no inhibe, ¡no debe inhibir!, al factor religioso. ¿Qué entendía por “factor religioso”? No lo aclaró.
Cuando termina su gobierno (nobleza obliga recordar que Vázquez, médico oncólogo, tuvo el valor de vetar en 2008 el proyecto de despenalización del aborto, aprobado por el parlamento, “porque la vida empieza con la concepción”), es elegido José Mujica, antiguo guerrillero, marxista de corazón, santón devenido en “filósofo” popular. Durante su gobierno se legalizará el aborto y el llamado “matrimonio” homosexual (2012). Dos años más tarde, Mujica promulga la ley de regulación de la marihuana. Asimismo, en esos años la ideología de género es impuesta en la enseñanza, con el consiguiente ataque a la Iglesia Católica, “represora” de los “derechos” de las mujeres: las manifestaciones del 8 de marzo lo expresan arrojando bombas de tinta contra la parroquia de Nuestra Señora del Carmen, que se encuentra en su recorrido por la principal avenida de Montevideo.
Un NO a la Virgen
Sí, los tiempos han cambiado y, aquí como en casi todo el mundo, el cambio ha sido muy rápido. Los obispos, en las distintas circunstancias, siempre hemos levantado su voz tratando de hacer entender la verdadera libertad que enseña la Iglesia, pero en medio del vocinglerío apenas se oye su voz. En las redes sociales y en otros medios de información se multiplican los debates… (Actualmente la atención está centrada en el proyecto de legalización de la eutanasia, presentado por el diputado Ope Pasquet, masón, del Partido Colorado).
Un episodio ocurrido durante la segunda presidencia de Tabaré Vázquez (2015-2020) es indicativo de cómo están las cosas en el tema “laicidad del Estado”. Desde 2011, en Montevideo, en un predio público frente al mar, en el mes de enero comenzaron a reunirse cientos de personas, que han llegado a ser miles, para rezar el Rosario. Seis años más tarde decidieron pedir a la Intendencia de Montevideo la autorización para instalar en ese lugar, de manera permanente, una imagen de la Virgen. Según el trámite previsto, la petición fue elevada a la Junta Departamental, el organismo legislativo de la Intendencia, compuesto en ese momento, año 2017, por 31 ediles, de los cuales 18 eran del Frente Amplio y 13 de la oposición. Para que la Junta aprobara la instalación de la imagen necesitaba 21 votos positivos.
Se volvió a revivir el clima que, treinta años antes, había dominado el ambiente político y social uruguayo, con motivo de la Cruz del Papa: por todos los medios se oyó hablar de laicidad, de laicismo, de jacobinismo, de laicidad positiva… Pero el Frente Amplio mandató a todos sus ediles a votar en contra del proyecto. Obedecieron la orden y, con 17 votos en contra y 14 a favor, se le dijo que no a la Virgen. ¡Hay que sobrevivir!, me había advertido el papa Benedicto XVI. ¿Será posible? Lo analizamos en la próxima y última entrega.
Obispo emérito de Minas (Uruguay).