Traducción del artículo al italiano
Hace unas semanas, Omnes anunció en la edición digital el tema del próximo Jubileo de la Iglesia universal que se celebrará en 2025, Peregrinos de la Esperanza. La información, poco difundida por otros medios, había surgido en una audiencia privada que el Papa Francisco mantuvo con el presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización, Rino Fisichella.
A mediados de febrero, fue el propio Pontífice quien lo anunció, comunicando públicamente por primera vez algunos detalles y deseos sobre el próximo Año Santo, en una carta dirigida al propio obispo Fisichella y hecha pública por la Oficina de Prensa de la Santa Sede.
En nuestra anticipación, pusimos de manifiesto que, además del tema y del aspecto logístico de la preparación de un acontecimiento que verá converger a millones de fieles de todo el mundo en Roma, centro de la cristiandad, era necesario reflexionar también sobre el camino de preparación espiritual que lo acompañará.
El precedente más inmediato, el Gran Jubileo del año 2000, había sido preparado de hecho por san Juan Pablo II seis años antes, en 1994, con la famosa Carta Apostólica Tertio Millenio Adveniente.
El texto recientemente publicado por el Papa Francisco va precisamente en la dirección de salvaguardar y potenciar la dimensión espiritual del Jubileo, un acontecimiento que debe ser vivido “como un don especial de gracia, caracterizado por el perdón de los pecados y, en particular, por la indulgencia, expresión plena de la misericordia de Dios”, como siempre ha sido desde el primer Año Santo de 1300 convocado por el Papa Bonifacio VIII.
Fe, esperanza y caridad
Precisamente por ello, el Santo Padre sugiere que el Dicasterio para la Evangelización encuentre el modo y las formas más adecuadas para vivir la tan esperada experiencia “con fe intensa, esperanza viva y caridad operante”.
El lema general será, como también anticipó Omnes, Peregrinos de la esperanza, y pretende ser el signo -escribe el Papa en su carta a Fisichella- “de una nueva renovación que todos sentimos como urgente”. Precisamente porque venimos de dos años caracterizados por una epidemia que también ha alterado el bienestar espiritual de las personas, trayendo muerte, incertidumbre, sufrimiento, soledad y limitaciones de todo tipo. Francisco también cita como ejemplos las iglesias que se ven obligadas a cerrar oficinas, escuelas, lugares de trabajo e instalaciones de ocio.
“Debemos mantener encendida la llama de la esperanza que nos ha sido dada, y hacer todo lo posible para que cada uno recupere la fuerza y la certeza de mirar al futuro con mente abierta, corazón confiado y amplitud de miras”, es la perspectiva que propone el Santo Padre. Una visión de apertura y de esperanza, en efecto, que sólo puede alcanzarse redescubriendo una fraternidad universal efectiva, que se materializa en primer lugar escuchando a los más pobres y desfavorecidos, que deberían ser el público privilegiado del Jubileo de 2025.
“Estos aspectos fundamentales de la vida social” deberán combinarse, por tanto, con la dimensión espiritual de la “peregrinación”, que no debe descuidar la belleza de la creación y el cuidado de la casa común, a través de los cuales -como demuestran muchos jóvenes en muchas partes del mundo- también es posible mostrar la esencia “de la fe en Dios y de la obediencia a su voluntad”.
Las cuatro del Concilio Vaticano II
En este punto, el Papa Francisco propone tomar como modelo para el camino de preparación las cuatro constituciones del Concilio Vaticano II, Dei Verbum sobre la revelación divina, Lumen Gentium sobre el misterio y la conformación de la Iglesia y el Pueblo de Dios, Sacrosanctum Concilium sobre la liturgia y Gaudium et Spes sobre la proyección de la Iglesia en el mundo contemporáneo, enriquecidas por toda la aportación magisterial de las últimas décadas con los sucesivos pontífices, hasta la actualidad.
Una gran sinfonía de oración
A la espera de la lectura de la bula con las indicaciones específicas para la celebración del Jubileo, que se publicará más adelante, el Papa sugiere que el año que precede al acontecimiento jubilar se dedique “a una gran ‘sinfonía’ de oración”, porque antes de ponerse en marcha hacia el lugar santo hay que “recuperar el deseo de estar en presencia del Señor, de escucharlo y adorarlo”.
En definitiva, la oración debe ser el primer paso en la peregrinación de la esperanza, a través de un año intenso “en el que los corazones puedan abrirse para recibir la abundancia de la gracia, haciendo del ‘Padre Nuestro’, la oración que Jesús nos enseñó, el programa de vida de cada uno de sus discípulos”.
Un primer balance del viaje sinodal
En cuanto a la escucha y a la implicación universal de toda la Iglesia, el camino del proceso sinodal, que en este primer año está implicando a las iglesias locales, avanza con satisfacción. Una nota reciente de la Secretaría General del Sínodo de los Obispos afirma que el 98 % de las Conferencias Episcopales y de los sínodos de las Iglesias orientales de todo el mundo han nombrado a una persona o a un equipo dedicado al proceso sinodal.
Según los datos recogidos en varios encuentros online con los responsables del sínodo, también hay un gran entusiasmo por parte de los laicos y de la vida consagrada. “No es casualidad”, se lee en la nota, “que se hayan llevado a cabo innumerables iniciativas para promover la consulta y el discernimiento eclesial en los distintos territorios”. Muchos de estos testimonios se recogen puntualmente en el sitio web www.synodresources.org.
También está siendo un éxito la iniciativa multimedia dedicada a la oración para el Sínodo – www.prayforthesynod.va – que se ha puesto en marcha junto con la Red Mundial de Oración del Papa y la Unión Internacional de Superiores Generales, que también utiliza una app llamada Click to Pray: se proponen intenciones de oración escritas por las comunidades monásticas y de vida contemplativa, sobre las que cualquiera puede meditar.
No faltan desafíos en el camino sinodal, entre ellos “los temores y reticencias de algunos grupos de fieles y del clero” y una cierta desconfianza entre los laicos “que dudan de que su contribución sea realmente tenida en cuenta”. A ello se suma la persistente situación de pandemia, que sigue sin favorecer los encuentros presenciales, que son sin duda mucho más fructíferos para compartir e intercambiar. No es casualidad, reflexiona el Secretariado del Sínodo, que la consulta al Pueblo de Dios “no pueda reducirse a un simple cuestionario, ya que el verdadero reto de la sinodalidad es precisamente la escucha mutua y el discernimiento comunitario”.
Esto recuerda también cuatro aspectos que no deben subestimarse: la formación específica en la escucha y el discernimiento, que no siempre es la norma; la necesidad de evitar la autorreferencialidad en las reuniones de grupo, valorando en cambio las experiencias de cada bautizado; una mayor implicación de los jóvenes, así como de los que viven al margen de las realidades eclesiales; tratar de superar la desorientación expresada por una parte del clero.
En definitiva, además de la alegría y el dinamismo que sin duda inspira la novedad del proceso sinodal, hay que trabajar con paciencia todo el proceso, para que cada bautizado pueda redescubrirse realmente como miembro esencial del Pueblo de Dios.