Cuando estaba en el segundo año de educación primaria, nos mudamos de nuestra ciudad natal a HHH (gran urbe de China) y cambiamos de escuela. Recuerdo que cada fin de semana, el padre Tang (nombre ficticio), un sacerdote que tenía más de 60 años, se montaba en una bicicleta plegable y luego cogía el metro para ir a las casas de los fieles católicos de la ciudad para celebrar la Misa.
Nuestra casa era uno de esos puntos de encuentro a los que acudía la gente para participar en la Eucaristía. El sacerdote se ponía sus vestiduras litúrgicas, la mesa del comedor se cubría con un mantel blanco, se encendían dos velas, se colocaba una cruz… y así se preparaba un altar. Entre veinte y treinta fieles llenaban la sala de estar. Los padres y los niños servían como monaguillos y lectores, y si no había nadie para estas funciones o no sabían leer, el mismo sacerdote se encargaba de todo.
Cuando alguien quería confesarse, los dormitorios se convertían en confesionarios. El sacerdote esperaba sentado en la esquina de una cama, dando la espalda a la puerta y al fiel que entraba. La fila de personas esperando a recibir el sacramento se alargaba por el pasillo desde la puerta de la habitación.
Las Misas en almacenes y estadios
En ocasiones especiales, como la Pascua o el Domingo de Ramos, las Misas se celebraban en el negocio de algún fiel que tenía un almacén, lo que permitía reunir a unas cien o doscientas personas. Con los años, debido al aumento de la vigilancia gubernamental, los lugares y horarios de las Misas se comunicaban de boca a boca. También se usaba “WeChat” (una aplicación similar a “WhatsApp”), pero no se escribía de manera clara, sino que se usaban palabras en clave para referirse a la Misa. Por supuesto, nunca se hacían fotos del sacerdote ni se publicaba nada en las redes sociales.
En Navidad, se alquilaba un lugar más grande para albergar a todos los fieles de la Iglesia clandestina de HHH, unos cuatro o cinco centenares de personas. Hemos alquilado teatros, estadios y hasta centros vacacionales. Los gastos eran considerables, pero siempre son cubiertos por los fieles que tienen los medios económicos para afrontarlos.
Recuerdo una situación embarazosa en una Nochebuena, ocasión para la que habíamos alquilado un estadio, al precio de 25.000 RMB. Poco antes de que comenzara la Misa, por razones que desconozco, llegó la policía. Para proteger al sacerdote, la Misa no se celebró, y solo quedaron las actuaciones navideñas preparadas por los fieles. A partir de ese año, todas las Misas de Navidad comenzaron a celebrarse a medianoche, y no sé si fue debido a ese incidente.
La situación durante la pandemia
Cuando me casé me mudé a WWW (ciudad china mediana). Durante esos años, la pandemia nos obligó a cancelar las Misas, pero cada dos semanas, los católicos nos reuníamos en un parque para recibir la Eucaristía y confesarnos.
El sacerdote que nos atendía vestía ropa normal y no se distinguía de los transeúntes. Para no levantar sospechas, cada persona que se acercaba a él para confesarse o recibir la comunión fingía que estaba paseando.
Durante los años de pandemia había ocasiones en las que llegábamos a pasar un mes sin recibir la Eucaristía. Por suerte, tras el fin del confinamiento, las Misas volvieron a celebrarse en las casas de los fieles.
Acudir a Misa a diario
Teniendo esto en cuenta, se entiende que sintiera mucha envidia cuando leía las biografías de los santos. Muchos contaban que asistían a Misa todos los días, algo que en mi familia no nos podíamos permitir. Ahora que estamos en España y tenemos la oportunidad de acudir a Misa a diario, no puedo hacer más que dar gracias a Dios.