Vaticano

El testamento espiritual de Benedicto XVI

Benedicto XVI da las gracias a Dios por su familia, su patria, pedía y otorgaba perdón y marca un único camino: Jesucristo: "He visto y veo cómo de la maraña de hipótesis ha surgido y vuelve a surgir lo razonable de la fe".

Maria José Atienza·31 de diciembre de 2022·Tiempo de lectura: 3 minutos
benedicto XVI

El Papa Benedicto XVI en el exterior de la capilla de la Madonna della Salute en Lorenzago di Cadore. Julio de 2007 ©OSV News photo/Alessia Giuliani, Catholic Press Photo

La Santa Sede ha dado a conocer el testamento espiritual del Papa emérito. En unas sencillas palabras, la grandeza interior de Benedicto XVI queda patente. Un testamento en el que el Papa da las gracias por su familia, por la fe y por la entrega de muchos de sus amigos; pide perdón a quienes pudo hacer daño y hace una llamada, clara e inequívoca a poner la mirada sólo en Jesucristo y a no dejarse engañar por falsas certezas. ¡Manteneos firmes en la fe! es el legado espiritual de uno de los más grandes teólogos de la Iglesia.

Texto íntegro del testamento espiritual de Benedicto XVI

Si en esta hora tardía de mi vida miro hacia atrás y repaso las décadas por las que he pasado, veo en primer lugar cuántas razones tengo para dar gracias. 

En primer lugar, doy gracias a Dios mismo, dador de todo bien, que me dio la vida y me guió en diversos momentos de confusión; siempre me levantó cuando empecé a resbalar y siempre me devolvió la luz de su semblante.

En retrospectiva veo y comprendo que incluso los tramos oscuros y fatigosos de este camino fueron para mi salvación y que fue en ellos donde Él me guió bien.

Doy las gracias a mis padres, que me dieron la vida en una época difícil y que, a costa de grandes sacrificios, con su amor me prepararon un magnífico hogar que, como una luz clara, ilumina todos mis días hasta el día de hoy. 

La lúcida fe de mi padre nos enseñó a los niños a creer, y como señal siempre se ha mantenido firme en medio de todos mis logros científicos; la profunda devoción y la gran bondad de mi madre son un legado que nunca podré agradecerle lo suficiente. 

Mi hermana me ha asistido durante décadas desinteresadamente y con afectuoso cuidado; mi hermano, con la lucidez de sus juicios, su vigorosa resolución y la serenidad de su corazón, me ha allanado siempre el camino; sin este constante precederme y acompañarme, no habría podido encontrar la senda correcta. 

De corazón doy gracias a Dios por los muchos amigos, hombres y mujeres, que siempre ha puesto a mi lado; por los colaboradores en todas las etapas de mi camino; por los profesores y alumnos que me ha dado. Con gratitud los encomiendo todos a Su bondad. 

Y quiero dar gracias al Señor por mi hermosa patria en los Prealpes bávaros, en la que siempre he visto brillar el esplendor del Creador mismo. Doy las gracias al pueblo de mi patria porque en él he experimentado una y otra vez la belleza de la fe. Rezo para que nuestra tierra siga siendo una tierra de fe y os ruego, queridos compatriotas: no os dejéis apartar de la fe. 

Y, por último, doy gracias a Dios por toda la belleza que he podido experimentar en todas las etapas de mi viaje, pero especialmente en Roma y en Italia, que se ha convertido en mi segunda patria.

A todos aquellos a los que he hecho daño de alguna manera, les pido perdón de todo corazón.

Lo que antes dije a mis compatriotas, lo digo ahora a todos los que en la Iglesia están confiados a mi servicio: ¡manteneos firmes en la fe! No os confundáis. A menudo da la impresión de que la ciencia -las ciencias naturales, por un lado, y la investigación histórica (especialmente la exégesis de la Sagrada Escritura), por otro- es capaz de ofrecer resultados irrefutables en contradicción con la fe católica. 

He vivido las transformaciones de las ciencias naturales desde hace mucho tiempo, y he podido comprobar cómo, por el contrario, las aparentes certezas contra la fe se han desvanecido, demostrando no ser ciencia, sino interpretaciones filosóficas sólo aparentemente pertenecientes a la ciencia; del mismo modo que, por otra parte, es en el diálogo con las ciencias naturales como también la fe ha aprendido a comprender mejor el límite del alcance de sus pretensiones, y por tanto su especificidad. 

Hace ya sesenta años que acompaño el camino de la Teología, en particular de las ciencias bíblicas, y con la sucesión de las diferentes generaciones he visto derrumbarse tesis que parecían inamovibles, demostrando ser meras hipótesis: la generación liberal (Harnack, Jülicher, etc.), la generación existencialista (Bultmann, etc.), la generación marxista. 

He visto y veo cómo de la maraña de hipótesis ha surgido y vuelve a surgir lo razonable de la fe.

Jesucristo es verdaderamente el camino, la verdad y la vida, y la Iglesia, con todas sus insuficiencias, es verdaderamente su cuerpo. 

Por último, pido humildemente: rezad por mí, para que el Señor, a pesar de todos mis pecados e insuficiencias, me reciba en las moradas eternas. A todos los que me son confiados, día a día, va mi oración de corazón.

(Traducción no oficial)

Leer más
Newsletter La Brújula Déjanos tu mail y recibe todas las semanas la actualidad curada con una mirada católica
Banner publicidad
Banner publicidad