Huyendo de la autorreferencialidad, su «caminito» sigue iluminando el camino de la Iglesia, señalando «la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado»: lo esencial a lo que dirigir nuestra mirada y nuestro corazón. Es el rostro de santa Teresa de Lisieux – «Teresita», como se llama a lo largo del documento a la monja carmelita (1873-1897), de la que este año se cumple el 150 aniversario de su nacimiento- el que propone el Papa Francisco en la exhortación apostólica a ella dedicada, publicada el domingo 15 de octubre. «C’est la confiance» («Es la confianza») es el título, que evoca las primeras palabras en el original francés de una frase tomada de los escritos de Teresa y que en su forma completa dice: «¡Es la confianza y nada más que la confianza lo que debe conducirnos al Amor!».
Para el Papa Francisco, «estas incisivas palabras de Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz lo dicen todo, resumen el genio de su espiritualidad y bastarían para justificar que fuera declarada doctora de la Iglesia». «Teresa -explica- no concibió su consagración a Dios sin buscar el bien de sus hermanos. Ella compartió el amor misericordioso del Padre por el hijo pecador y el del Buen Pastor por la oveja perdida, distante, herida. Por eso es patrona de las misiones, maestra de evangelización».
Evangelización sin proselitismo
Al recorrer su vida y su espiritualidad, el Pontífice subraya «su manera de entender la evangelización por atracción, no por presión o proselitismo». Y cita una de las últimas frases que dejó: «Esa es mi oración.Yo pido a Jesús que me atraiga a las llamas de su amor, que me una tan íntimamente a Él que sea Él quien viva y quien actúe en mí. Siento que cuanto más me abrase mi corazón el fuego del amor, con mayor fuerza diré: ‘Atráeme’; y que cuanto más se acerquen las almas a mí (pobre trocito de hierro, si me alejase de la hoguera divina), más ligeras correrán tras los perfumes de su Amado. Porque un alma abrasada de amor no puede estarse inactiva».
Francisco señala el «caminito» de Teresa como antídoto «contra una idea pelagiana de la santidad, individualista y elitista, más ascética que mística, que pone el acento principalmente en el esfuerzo humano». En cambio, ella «subraya siempre la primacía de la acción de Dios, de su gracia». «Nunca utiliza la expresión, frecuente en su época, ‘me haré santa’. Sin embargo, su confianza sin límites anima a quienes se sienten frágiles, limitados, pecadores, a dejarse llevar y transformar para alcanzar las alturas». Viviendo a finales del siglo XIX, «es decir, en la edad de oro del ateísmo moderno como sistema filosófico e ideológico», se siente «hermana de los ateos y se sienta, como Jesús, a la mesa con los pecadores. Intercede por ellos, mientras renueva continuamente su acto de fe, siempre en comunión amorosa con el Señor».
Santa Teresa y la Iglesia
Su vida resplandece en estas palabras suyas: «He encontrado mi lugar en la Iglesia y este lugar, oh Dios mío, eres tú quien me lo has dado: en el Corazón de la Iglesia, mi Madre, ¡seré Amor! Así lo seré todo…». «No es el corazón de una Iglesia triunfalista», observa Francisco, «es el corazón de una Iglesia amorosa, humilde y misericordiosa». Teresita nunca se pone por encima de los demás, sino en el último lugar con el Hijo de Dios, que por nosotros se hizo siervo y se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte de cruz. Este descubrimiento del corazón de la Iglesia es una gran luz también para nosotros hoy, para no escandalizarnos de las limitaciones y debilidades de la institución eclesiástica, marcada por las tinieblas y los pecados, y entrar en su corazón ardiente de amor, que se encendió en Pentecostés gracias al don del Espíritu Santo».
La contribución de Teresa de Lisieux como santa y Doctora de la Iglesia -añade el Papa Francisco- no es analítica, como podría ser, por ejemplo, la de santo Tomás de Aquino. Su aportación es más bien sintética, porque su genio consiste en llevarnos al centro, a lo esencial, a lo indispensable. Ella, con sus palabras y su itinerario personal, muestra que aunque todas las enseñanzas y normas de la Iglesia tienen su importancia, su valor, su luz, algunas son más urgentes y más constitutivas para la vida cristiana. En ellas fijó Teresa su mirada y su corazón. “Como teólogos, moralistas, estudiosos de la espiritualidad, como pastores y como creyentes, cada uno en su ámbito” -exhorta el Pontífice-, “necesitamos todavía reconocer esta genial intuición de Teresa y sacar de ella las consecuencias teóricas y prácticas, doctrinales y pastorales, personales y comunitarias. Necesitamos audacia y libertad interior para poder hacerlo”.
La actualidad del «caminito»
Francisco señala el precioso legado y la gran actualidad de Teresa de Lisieux. «En un tiempo que nos invita a encerrarnos en nuestros propios intereses, Teresa nos muestra la belleza de hacer de la vida un don», concluye el Papa.
«En un tiempo en el que prevalecen las necesidades más superficiales, ella es un testimonio de radicalidad evangélica. En un tiempo de individualismo, ella nos hace descubrir el valor del amor que se hace intercesión. En un tiempo en que los seres humanos están obsesionados por la grandeza y las nuevas formas de poder, ella nos muestra el camino de la pequeñez. En un tiempo en el que tantos seres humanos son descartados, ella nos enseña la belleza de cuidar, de hacerse cargo del otro. En un tiempo de complejidad, ella puede ayudarnos a redescubrir la sencillez, la primacía absoluta del amor, la confianza y el abandono, superando una lógica legalista y ética que llena la vida cristiana de obligaciones y preceptos y congela la alegría del Evangelio. En un tiempo de repliegues y cerrazones, Teresita nos invita a la salida misionera, conquistados por la atracción de Jesucristo y del Evangelio».