El Papa Francisco ha remitido una carta al Secretario de Estado, Card. Parolin con ocasión del 40º aniversario de la Comisión de las Conferencias Episcopales de la Unión Europea (COMECE), el 50º aniversario de las relaciones diplomáticas entre la Santa Sede y la Unión Europea y el 50º aniversario de la presencia de la Santa Sede como Observador Permanente ante el Consejo de Europa.
Tres aniversarios que coinciden en el tiempo y que son la base de la actual situación de la Santa Sede en Europa. Con este triple motivo, el Papa Francisco ha querido reflexionar sobre el significado de Europa en el mundo y la importancia de su historia, sus raíces y, sobre todo, el trabajo de futuro en un momento de incertidumbre como el que atraviesa el mundo entero.
Las raíces cristianas de Europa
El Papa ha defendido la identidad cristiana innegable, incluso en la conformación de las diversas iniciativas de unidad europea y ha querido recoger las palabras que «san Juan Pablo II pronunció en el Acto europeo en Santiago de Compostela: Europa, «vuelve a encontrarte. Sé tú misma»». porque, como ha querido subrayar el Santo Padre «En un tiempo de cambios repentinos se corre el riesgo de perder la propia identidad, especialmente cuando desaparecen los valores compartidos sobre los que se funda la sociedad».
A estos valores se ha referido concretamente el Papa Francisco apelando a la «historia milenaria, que es una ventana abierta al futuro» del continente europeo, y ha lanzado una llamada a no traicionar «tu anhelo de verdad, que desde la antigua Grecia abrazó la tierra, sacando a la luz los interrogantes más profundos de todo ser humano; de tu sed de justicia, que se desarrolló con el derecho romano y, con el paso del tiempo, se convirtió en respeto por todo ser humano y por sus derechos; de tu deseo de eternidad, enriquecido por el encuentro con la tradición judeo-cristiana, que se refleja en tu patrimonio de fe, de arte y de cultura».
Defensa de la vida
El Papa ha sido muy claro en la Europa que «sueña» para el futuro lanzando una meridiana defensa de la vida en todas sus etapas, para que Europa sea . «Una tierra donde sea respetada la dignidad de todos, donde la persona sea un valor en sí y no el objeto de un cálculo económico o una mercancía. Una tierra que cuide la vida en todas sus etapas, desde que surge invisible en el seno materno hasta su fin natural». Tampoco ha dejado atrás la importancia de la familia, próxima y común, en el sentido de una comunidad: una «familia de pueblos, distintos entre sí, pero sin embargo unidos por una historia y un destino común». En esta línea, como viene haciendo repetidamente en sus últimas intervenciones, ha recordado que «la pandemia, han demostrado que nadie puede salir adelante solo».
Tierra de acogida y solidaridad
Esta concepción de familia común, ha destacado el Papa, se ha de reflejar en la solidaridad como «expresión fundamental de toda comunidad «que «exige que cada uno se haga cargo del otro» frente al individualismo muchas veces imperante. De manera especial ha querido subrayar «los numerosos temores que atraviesan nuestras sociedades actuales, entre los que no puedo callar el recelo respecto a los migrantes» recordando que «la necesaria acogida de los migrantes no puede limitarse a simples operaciones de asistencia al que llega, a menudo escapando de conflictos, hambre o desastres naturales, sino que debe consentir su integración para que puedan «conocer, respetar y también asimilar la cultura y las tradiciones de la nación que los acoge».
Laicidad, no laicismo
Partiendo de este entendimiento plural de la sociedad europea, el Papa Francisco ha recogido la idea de sus predecesores con una de las afirmaciones más claras de los últimos años en este sentido: la esperanza de que Europa sea una tierra «sanamente laica, donde Dios y el César sean distintos pero no contrapuestos. Una tierra abierta a la trascendencia, donde el que es creyente sea libre de profesar públicamente la fe y de proponer el propio punto de vista en la sociedad. Han terminado los tiempos de los confesionalismos, pero —se espera— también el de un cierto laicismo que cierra las puertas a los demás y sobre todo a Dios, porque es evidente que una cultura o un sistema político que no respete la apertura a la trascendencia, no respeta adecuadamente a la persona humana».