Arquitecto y teólogo, Steven Schloeder busca responder a los retos contemporáneos a la hora de construir iglesias católicas basándose en la simbología que las ha acompañado a lo largo de la historia. En su libro Architecture in Communion (Ignatius Press), aún no traducido al español, habla de tres símbolos principales en el lenguaje de la arquitectura: el cuerpo, el templo y la ciudad.
¿Cómo simboliza y representa la arquitectura la importancia de lo que se celebra?
-Principalmente, construimos iglesias para la celebración de la liturgia, que es necesariamente un evento comunitario de creyentes en Cristo reunidos. La liturgia manifiesta el Cuerpo de Cristo. La Iglesia es el Cuerpo de Cristo, y la continuación del Cuerpo de Cristo en la Tierra. Es una realidad física y espiritual, eterna y temporal, celestial y terrenal.
Dios se revela a través de símbolos, y Cristo nos ha revelado el significado de símbolos específicos: el símbolo del cuerpo, la sangre, de su crucifixión. Son símbolos sacramentales, eficaces, la verdadera realidad en la que participamos. La liturgia es tanto material como espiritual, comunitaria y jerárquica.
Cuando nos acercamos a una iglesia desde fuera, en la calle, ayuda si tiene aspecto de iglesia. No todas las iglesias contemporáneas parecen iglesias, y ese es un problema que hay que abordar. Cuando nos acercamos a una iglesia, nos acercamos a la Jerusalén celeste, la Ciudad de Dios, el Cuerpo de Cristo, el Templo del Espíritu santo, y creo que la parroquia local o la catedral deberían pensarse como la presencia de la Jerusalén celeste en nuestra ciudad. Es una interrupción en el entramado de la ciudad, el lugar donde algo sagrado está ocurriendo. En el Apocalipsis aparece esta imagen de la Jerusalén celeste descendiendo, Dios viviendo entre los hombres, y eso es lo que deberíamos ver realmente cuando vemos una iglesia y lo que los arquitectos deberíamos expresar de alguna manera.
Una vez estamos dentro de la Iglesia y nos acercamos al altar, el lenguaje del altar nos ayuda a entender que estamos entrando en un evento y un lugar sagrados. Es muy significativo el crucifijo como el icono central de la liturgia, como dijo el cardenal Ratzinger.
Esto no es solo una comida, no es solo una mesa, no es solo una reunión de gente, sino de la gente en la Tierra y la de la Jerusalén celeste, la Iglesia triunfante. Creo que la formalidad del lenguaje de la arquitectura y cosas como la simetría, altura o materiales de calidad son fundamentales, porque estamos intentando expresar algo que es tremendamente importante. Expresamos la importancia y la dignidad a través del valor y el modo en que tratamos a las cosas en nuestra cultura material.
Un altar, por ejemplo, no es solo una tabla de madera, como una mesa para comer. Usar vestiduras buenas, objetos litúrgicos valiosos, como el cáliz o el ciborio, buen lino y piedra de buena calidad nos ayuda a entender la importancia de lo que se está diciendo. Luego, por supuesto, están los textos litúrgicos mismos, las plegarias del sacerdote y las respuestas. Eso es lo que transmite la intención de la iglesia: ofrecer este sacrificio perfecto en la misa.
Ese es el motivo de que haya una disciplina litúrgica: ayunar antes de recibir la Comunión, estar en estado de gracia antes de recibir la Comunión, vestirse adecuadamente, tener un sentido de verdadera dignidad en lo que respecta al escenario material de la iglesia. Creo que esa es una de las cosas importantes de las generaciones previas de la arquitectura, que la iglesia era muy deliberada e intencionada en su cultura material y arquitectónica.
Mostraba que era algo de gran importancia y que merecía toda nuestra atención.
¿Cómo han evolucionado las iglesias a lo largo del tiempo? ¿Cuáles han sido los puntos de inflexión más importantes?
-Sabemos que al principio las comunidades se reunían en casas. Muy pronto, a mitad del s. II, comienza a haber vestigios de iglesias consagradas. No tenemos pruebas arqueológicas de esto, porque se han perdido. Las primeras iglesias que se conservan son de aproximadamente un siglo más tarde, pero tenemos evidencias a través de documentos escritos de que había iglesias unos cien años antes, edificios visibles que podían identificarse como lugares de culto. Los cristianos se habían establecido en comunidades que podían tener un terreno en propiedad y construir. Esto ocurre muy pronto en la historia de la cristiandad. Antes de Constantino, durante las persecuciones, a finales del s. III-principios del IV, Lactancio, por ejemplo, el historiador, habla sobre grandes edificios que eran destruidos como parte de la persecución. Así que la Iglesia estaba teniendo una identidad sólida a la hora de dejar su impronta en la ciudad o el poblado.
Eusebio tiene un pasaje fantástico en su Historia sobre la dedicación de la catedral de Tiro que habla sobre el simbolismo, la belleza y la importancia del edificio. Creo que Eusebio no se está inventando este lenguaje de arquitectura eclesial, sino que ya había un conocimiento bien asentado sobre lo que debía ser una iglesia, porque escribe a principios del s. IV y tiene una teología completamente formada sobre arquitectura que no creo que se le ocurriese de repente, sino que está expresando lo que la Iglesia ya había cultivado. Así que ya había edificios monumentales que eran importantes e identificables.
Quizá bajo Constantino, que es el jefe de Eusebio, la Iglesia adoptó probablemente una formalidad imitando la corte real por considerarla adecuada para el Rey de Reyes, el Señor de Señores. En ese momento se adopta la planta basilical, la forma tradicional de la iglesia, que aparece en el s. III y probablemente algo antes. A partir de aquí hay una serie de innovaciones estilísticas: la arquitectura bizantina, el Románico, el Gótico…
La cuestión es que cada uno de esos estilos siguen un patrón. Encontramos una comunalidad en el lenguaje formal de la arquitectura. En primer lugar hay un lenguaje relacionado con el cuerpo: simétrico y jerárquico (tenemos cabeza, pecho, piernas…). Y esto es algo precioso que creo que tenemos que recuperar tanto en la arquitectura como en el arte: reencontrarnos con nuestro cuerpo en un sentido sacramental.
En una iglesia en forma de cruz, la cabeza es el ábside, donde está la sede del obispo, porque representa a Cristo gobernando la Iglesia, el crucero es el pecho, donde está el altar, el corazón; de ahí salen los brazos, y los pies son la entrada, porque entras caminando en la Iglesia. Hay una forma simbólica de pensar relacionada con el cuerpo.
También creo que esto hace referencia a la Encarnación y la defiende como el “logos”, que es comunicativo, formativo y crea realidad. La Encarnación de Cristo en un cuerpo humano es siempre nuestro modelo para comprender quiénes somos como personas y como Iglesia. Inmediatamente recordamos a san Pablo (1 Co 12, 12).
También hay un lenguaje relacionado con el templo, con la Tienda del Encuentro y el templo de Salomón. Cristo mismo habla de su cuerpo como “el templo”. Él mismo establece estas relaciones. San Pablo desarrolla esto, y también habla de ello Eusebio. Siempre pensamos en la forma simbólicamente. Con la arquitectura, buscamos expresar una verdad más profunda.
En Apocalipsis, 21-22, vemos que el tabernáculo luego se transforma en la Ciudad. Si miramos una iglesia gótica, es brillante el modo en que se representa: cada parte de la construcción, el ciborio o el baldaquino sobre el altar, es un pequeño edificio. Los contrafuertes fuera del edificio son pequeños santuarios y todos los santuarios son pequeñas casas que constituyen una ciudad. Los pasillos y corredores son como calzadas. Hay analogías directas que nos ayudan a entender esta interconexión entre el cuerpo, el templo y la ciudad.
A lo largo de los siglos, independientemente del estilo de la iglesia, este es el lenguaje principal, que de alguna manera hace referencia al hecho de que somos cuerpo y vivimos en edificios, casas, que es la casa familiar, la iglesia doméstica. Esto es fundamental para la importancia de la familia como núcleo central de la sociedad. Y también subyace el concepto de que somos seres sociales y tenemos que vivir en comunidad para crecer. La iglesia como edificio y la teología de la arquitectura deberían de alguna manera representar todo esto. Son conceptos fieles al modo en que Dios se nos ha revelado: el Cuerpo de Cristo y la Iglesia como templo, como la ciudad celestial.
Luego llegamos al s. XX, que es una ruptura radical. Especialmente, surge en Alemania, a través del trabajo de Rudolf Schwarz, por ejemplo, y la Bauhaus. Muchas otras personas que no eran parte de la Bauhaus estaban haciendo cosas similares, pero hablamos de arquitectura modernista en general.
Las iglesias dejan de ser jerárquicas, y comienzan a tener formas circulares. Los luteranos alemanes y los católicos comienzan a jugar con otras formas más centralizadas. Y en ese punto creo que hemos perdido la unidad de la iglesia como presentación simbólica de la realidad celestial. No es que esté completamente divorciado de lo anterior, pero la forma centralizada, que generalmente tiene algún tipo de bajada en picado, como si fuese la forma de una tienda, es una ruptura decisiva en la continuidad que había los 1900 años anteriores. Se convierte en la forma principal de la arquitectura sagrada en Europa y América, especialmente después de la Segunda Guerra Mundial y el auge del modernismo. Muchas de las ciudades de Europa que habían sido bombardeadas se reconstruyeron con formas modernistas.
¿Cuál ha sido la evolución del baptisterio y su simbolismo?
-Lo principal del bautismo es que es uno de los sacramentos de iniciación, que nos introduce en el Cuerpo de Cristo. En el rito anterior, antes de las revisiones de los sesenta, había un lenguaje muy interesante relacionado con pasar de la región de las tinieblas al reino de la vida. Había una serie de oraciones mientras la persona entraba por primera vez en la iglesia, porque estabas siendo introducido en el Reino. El baptisterio en aquel entonces estaba cercado, con una verja alrededor o algún tipo de artilugio de protección, porque había un sentido de ser devuelto a la inocencia y justicia primigenias, y las puertas del Paraíso se abrían para nosotros. El bautismo es una entrada en la Iglesia, en el Reino de Dios, saliendo de la oscuridad y el caos, y la luz se convierte en un elemento muy importante.
Ahora habitualmente el baptisterio se coloca en la entrada de la iglesia, que no es que esté mal, es de hecho una entrada en la Iglesia, pero a menudo se coloca alineado con el altar, al menos en Estados Unidos. Porque en Estados Unidos en los cincuenta un liturgista alemán publicó un libro en el que decía que lo más importante era el altar y, después, el baptisterio, y todos se reúnen alrededor de ambos. Así que se alinean y todo el mundo tiene que esquivar el baptisterio, no se puede hacer una procesión recta. Esto se convirtió en un motivo estilístico.
El símbolo que se ha perdido es que el baptisterio es también un lugar de muerte, en el que morimos a nuestros pecados y nos convertimos en un hombre nuevo. El baptisterio es el vientre en el que nacen los cristianos, pero también la tumba donde morimos y nacemos en Cristo. Es posible que los antiguos modelos ya no estén vigentes: si vemos algunos de los baptisterios famosos, como el de Pisa, Florencia o Rávena, suelen ser de forma octogonal, basados en el mausoleo romano. Pero tenemos que recuperar una forma de expresar los diferentes significados del baptisterio: agua, vida, muerte, ser incorporado en el Cuerpo de Cristo. Los arquitectos jugamos con un lenguaje rico en simbolismo con el que intentamos transmitir y respaldar lo que la Iglesia intenta enseñarnos, y el baptisterio es un microcosmos en este sentido.
En arquitectura, creo que en los últimos veinte años hemos estado trabajando para recuperar la dimensión sacramental del edificio.
¿Y el confesionario?
-Lo que sabemos de la confesión es que antiguamente, cuando los asesinos iban camino de su ejecución, gritaban: “He pecado, rezad por mí”. Tenemos algunos documentos de eso. Luego, en la iglesia primitiva podías confesarte una vez en la vida, así que generalmente se hacía hacia el final de la vida. Tenías que ponerte en los escalones de la iglesia y confesabas tus pecados al obispo. Y todo el mundo lo sabía. Así que creo que ha sido razonable el desarrollo de la confesión privada desde una perspectiva más pastoral, que fue especialmente desarrollada a través de los monjes de Irlanda.
Hoy en día, he visto confesionarios que tienen unas casetas de cristal, como un espacio de oficina, con una mesa para el penitente y el confesor. Es muy transaccional. Creo que tenemos que recuperar el sentido de la confesión como un sacramento que merece su propio espacio, como el confesionario barroco, donde tienes al sacerdote en el centro y espacio para los penitentes a cada lado. Se convierte en un objeto en el espacio, en el lugar del sacramento.
Durante los últimos veinte años ha habido una revisión sobre la importancia de la confesión privada, discreta y anónima, tanto para el sacerdote como para el penitente. Es un encuentro con Cristo, mediante el ministro y las palabras del sacerdote de Cristo. Estamos en un tiempo interesante en el desarrollo de la arquitectura sagrada, en el que tenemos al sacerdote cara a cara y nos familiarizamos con él, y lo mismo ocurre en la confesión.
Como teólogo y arquitecto, lo que busco es dar cuerpo al lenguaje de la disposición y forma arquitectónicas, para que secunde lo que la Iglesia hace sacramentalmente.
¿Qué características tienen que tener los elementos del santuario y qué hay que tener en cuenta a la hora de construirlos?
-El altar es lo central y prevalente, y el ambón es el lugar de la proclamación. En la época de san Juan Pablo II se desarrolló el concepto de “las dos mesas”: la mesa del sacrificio y la mesa de la Palabra. Creo que es importante establecer una relación entre la Palabra proclamada y la Palabra como pan (Mt 4, 4). Son dos elementos que deberían estar relacionados arquitectónicamente.
Luego, tenemos también el lugar de la reserva eucarística, el tabernáculo. No sé cuál es la situación en España, pero hace unos años hubo un gran movimiento en Estados Unidos que buscaba separar el tabernáculo en una capilla aparte. Era, de alguna manera, impuesto por los liturgistas. Actualmente, la tendencia es a restablecer el tabernáculo en el templo, y creo que con razón. Porque uno de los argumentos era que, puesto que el sacerdote ahora está de cara a la asamblea, está dando la espalda al sagrario.
Pero el lenguaje del sagrario ya resuelve eso. Es la Tienda del Encuentro. Lo apropiado es que sea opaco y sólido, y cubierto, así que es su propia habitación, su propio espacio sagrado, cuando está construido adecuadamente. Es el mismo lenguaje de “ocultar” o “velar” que hay en la Tienda del Encuentro o en el templo de Salomón. Cuando las puertas están cerradas, la vida puede continuar. Cuando están abiertas, vemos al Señor en su gloria, en la shejiná. Esto nos permite vivir nuestras vidas en presencia de Dios. Porque, si vemos a Dios cara a cara, ¿qué podemos hacer más que caer de rodillas en adoración?
Creo que el punto en el que estamos ahora, devolviendo el tabernáculo a su lugar original, funciona, porque, cuando entramos en una iglesia, nos arrodillamos ante el Señor que está en el sagrario, no necesitamos buscar alrededor para encontrarlo.
En cuando a la sede, en los documentos de la Iglesia se señala que recalca la presencia del ministro como Cristo presidiendo entre su pueblo. El sacerdote está representando al obispo. Es un lugar de dignidad, un lugar de presidere, “sentarse al frente”, pero es un problema arquitectónico. La Iglesia no nos dice mucho sobre ella. En algunos de los documentos más antiguos, se habla de que la sede se colocaba en el vértice, el punto más alto del santuario, pero no debería parecer un trono. Pero si observas cualquier trono real, siempre está en el lugar más alto, en el centro. Así que hay mensajes contradictorios en el lenguaje de la sede. Es un lugar de servicio, un lugar para presidir, pero no debe ser un trono ni una cátedra.
Después, está el propio crucifijo. En palabras del cardenal Ratzinger, es el icono central de la liturgia, porque todo tiene que ver con la madera de la Cruz y la crucifixión de Cristo y su muerte en la Cruz. ¿Así que cuál es el mejor sitio para situarlo? ¿Qué representa? No rezamos a la Cruz, ni estamos rezando a Cristo, estamos participando con Cristo en su ofrenda al Padre, y esa es la teología del crucifijo, ese es el mensaje central de la misa en su sentido sacramental, sacerdotal y sacrificial.
Cristo el Sumo Sacerdote ofreciéndose a sí mismo en la Cruz. En La fiesta de la fe, Ratzinger decía que el crucifijo se convierte en un iconostasio abierto al que mira tanto el sacerdote como la asamblea. Está en medio, sobre el altar, y creo que es un lugar precioso y razonable, se convierte en un punto de referencia compartido por toda la iglesia en oración, el sacerdote ministerial y el sacerdocio real, del bautismo, ofreciendo nuestras vidas unidos con el ministro en un único sacerdote.
Esa es la dinámica de la liturgia, que el crucifijo debería secundar. Tiene la importancia de desarrollar la teología de los laicos como miembros del sacerdocio bautismal. Y ese fue un mensaje muy claro en los documentos del Concilio Vaticano II, que realmente hay un sacrificio que nosotros como laicos estamos llamados a ofrecer, y es el sacrificio de la carta de san Pablo a los romanos: presentaos como “sacrificio vivo, santo, agradable a Dios” (Rm 12, 1). Así que creo que estamos llamados a tomar toda nuestra vida y llevarla al altar. Mientras presentamos las ofrendas del pan y el vino, estamos presentando nuestro corazón para que Cristo lo sane y estamos ofreciendo también nuestras propias vidas.