No hubo conclusiones, ni se pretendía que las hubiera. El objetivo era escucharse unos a otros, y llevar a la mesa de la Secretaría General del Sínodo una síntesis fiel de lo que había surgido de los trabajos de la asamblea.
Ni siquiera el documento final de la reunión sólo de obispos, celebrada al final de la asamblea a puerta cerrada, aporta conclusiones, ni líneas interpretativas. Sólo el compromiso por «una Iglesia más sinodal«, que confirma el documento final.
Sin embargo, entre los pliegues de las consideraciones de los obispos se encuentran varios temas que probablemente serán centrales en la próxima asamblea sinodal que se celebrará en octubre de 2023 y luego en octubre de 2024.
Por lo tanto, hay que entender cómo se está desarrollando el proceso, partiendo precisamente de lo que ha sucedido en Europa, uno de los continentes más diversos en cuanto a lenguas e historia.
La etapa continental europea
Transformando el Sínodo de un evento a un proceso, el Papa Francisco también estableció etapas continentales, es decir, momentos en los que las Iglesias de un área geográfica específica se reúnen para definir desafíos y posibilidades. Además de la etapa de Praga, se celebró una en Oceanía, está en curso una para América del Norte y otra en Oriente Medio para las Iglesias de rito oriental, mientras se preparan las etapas de Asia, África y América Latina.
Cada continente ha seguido su propia metodología, teniendo en cuenta la extensión y otros problemas prácticos. Europa decidió reunirse en presencia, pero manteniendo una amplia representación en línea, dejando a las 39 Conferencias Episcopales del continente la elección de los representantes de las delegaciones.
Del 5 al 9 de febrero se escucharon 39 informes nacionales y centenares de intervenciones breves, que ofrecieron una visión muy precisa de los retos de las Iglesias del continente.
El documento final aún no se ha publicado, pero ya ha sido aceptado por la asamblea. Redactado durante las jornadas de trabajo, y no preparado de antemano, el documento pretendía ser una instantánea lo más fiel posible de las intervenciones.
Se leyó a la asamblea, que hizo sus observaciones, y la razón por la que aún no se ha publicado es que hay que incorporar algunas observaciones y también editar el texto, hacerlo más homogéneo; un trabajo que tocará el estilo lingüístico, pero no el contenido.
De este documento, sin embargo, se dieron a conocer las consideraciones finales, que contenían algunos de los compromisos de los delegados europeos para crear una llamada «Iglesia más sinodal».
Algunos señalaron que, en los ocho puntos de compromiso, no se mencionaban en ningún momento los abusos en la Iglesia y su crisis. Pero no se trataba de abordar todas las cuestiones, sino de centrarse en las perspectivas que realmente surgían del debate.
El documento de trabajo de la etapa continental exigía, en su punto 108, que los obispos se reunieran después de la asamblea sinodal, y así ocurrió del 9 al 12 de febrero. Al final de esta reunión sólo para obispos, se publicaron las «consideraciones finales» de los obispos.
También en este caso se decidió no tratar cuestiones concretas, sino buscar un compromiso común. Temas como la guerra en Ucrania o la condena a 26 años de prisión del obispo nicaragüense Rolando Àlvarez quedaron fuera del documento de los obispos, con la intención de contar con documentos pastorales pero no políticos.
En este sentido, la declaración sobre la situación en Nicaragua del 14 de febrero del arzobispo Gintaras Grušas, arzobispo de Vilnius y presidente del Consejo de Conferencias Episcopales Europeas, debe considerarse como una continuación de la asamblea.
La declaración, que habla con dureza de una lesión del Estado de derecho y pide a los presidentes de las Conferencias Episcopales de Europa que se posicionen ante sus gobiernos, es un mandato surgido de la reunión posterior a la asamblea sinodal.
Los temas del debate
Los documentos tienen un carácter puramente pastoral. El documento debatido en la asamblea, de unas 20 páginas, recibió varias sugerencias de la asamblea: la petición de especificar mejor la posición sobre la guerra en Ucrania; la petición de evitar un lenguaje demasiado sociológico (como progresistas y conservadores) y utilizar un lenguaje más eclesial; la necesidad de definir mejor el papel de la mujer en la Iglesia; la especificación de que el camino sinodal debe ir «con Cristo», no sin él.
Se trata de un documento de cuatro párrafos, cuyas conclusiones se hicieron por la noche. Leemos en él que «una vez más hemos sentido el dolor de las heridas que marcan nuestra historia, comenzando por las infligidas a la Iglesia por los abusos perpetrados por algunas personas en el desempeño de su ministerio u oficio eclesial, y terminando por las causadas por la monstruosa violencia de la guerra de agresión que ensangrentó Ucrania y el terremoto que asoló Turquía y Siria.
En cualquier caso, hay una acogida positiva de la asamblea, considerada «una forma de Pentecostés», y se asume el compromiso de «profundizar en la práctica, la teología y la hermenéutica de la sinodalidad», y de «abordar las tensiones en una perspectiva misionera», experimentando formas para un «ejercicio sinodal de la autoridad», cuidando «una formación a la sinodalidad», y escuchando el «clamor de los pobres».
A veces parecen consideraciones vagas, pero se pueden encontrar algunas de las cuestiones que surgieron en la asamblea. Entre ellos, la brecha entre el Este y el Oeste de Europa, a la que hay que añadir también la inexplorada entre el Norte y el Sur, las diferencias en la gestión de los carismas, incluso el papel y la autoridad del obispo y del sacerdote.
Y llamaba la atención, en una asamblea que también parecía querer ser una exaltación del papel de los laicos, cómo era precisamente en los lugares más secularizados donde se pedía reinterpretar el papel del sacerdote, volver a ponerlo en el centro, empezar de nuevo desde la misión.
El documento de los obispos
El documento final de los obispos también debe leerse con matices. Los obispos han meditado sobre los resultados de la asamblea. Sus consideraciones finales «acompañan» a la asamblea, pero no sustituyen ni comentan el texto.
Hay, en estas consideraciones, un compromiso de «apoyar las indicaciones del Santo Padre, sucesor de Pedro, para una Iglesia sinodal alimentada por la experiencia de la comunión, la participación y la misión en Cristo». Pero también es un texto que vuelve a poner en el centro el papel de los obispos, llamados a guiar al pueblo de Dios.
Uno de los temores subyacentes era precisamente que el proceso sinodal diluyera el papel de los obispos. Por esta razón, antes de la etapa continental, los cardenales Mario Grech y Jean-Claude Hollerich, secretario general del sínodo y relator del sínodo respectivamente, enviaron una carta reafirmando la importancia del papel de los obispos. Como era de esperar, la carta se imprimió en varios idiomas y se dejó a disposición de los delegados en Praga.
Se trata, en cierto modo, de un nuevo camino, lleno de baches como todas las cosas nuevas. Lo que es seguro es que la pertenencia común a Cristo, establecida desde el principio de la asamblea, permanece firme. Y éste es un hecho que no hay que subestimar.