El Papa Francisco ha presidido esta mañana en la Plaza de San Pedro, acompañado por los nuevos cardenales y los miembros del Colegio cardenalicio, la Misa de apertura de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, en la que ha ofrecido a los 464 participantes en el Sínodo y a todos los fieles un perfil de la Iglesia que desea en estos tiempos, cuya característica central ha de ser una “Iglesia con la puertas abiertas a todos, a todos, a todos”, repitió hasta en tres ocasiones.
En la homilía del Papa, apoyado en la mirada de misericordia de Jesús y en las huellas de san Francisco de Asís, al que ha denominado “testigo de paz y de fraternidad”, sobresalen quizá dos o tres párrafos en los que traza de modo particular su visión de la Iglesia.
“Esta es la cuestión fundamental. Esta es la principal tarea del Sínodo”, ha señalado en un momento central de su reflexión: “volver a poner a Dios en el centro de nuestra mirada, para ser una Iglesia que ve a la humanidad con misericordia. Una Iglesia unida y fraterna, que escucha y dialoga; una Iglesia que bendice y anima, que ayuda a quienes buscan al Señor, que sacude saludablemente a los indiferentes, que pone en marcha itinerarios para instruir a las personas en la belleza de la fe”.
Disipar “temores”
“Una Iglesia que tiene a Dios en el centro y, por consiguiente, no crea división internamente, ni es áspera externamente. Es así como Jesús quiere a su Iglesia, su Esposa”. “La mirada de bendición de Jesús nos invita a ser una Iglesia que no afronta los desafíos y los problemas de hoy con espíritu de división y de conflicto, sino que, por el contrario, vuelve los ojos a Dios que es comunión y, con asombro y humildad, lo bendice y lo adora, reconociéndolo como su único Señor”.
Una idea que se completa con sus palabras finales en la homilía de la Celebración eucarística: “Y si el Pueblo santo de Dios con sus pastores, provenientes de todo el mundo, alimentan expectativas, esperanzas e incluso algunos temores sobre el Sínodo que comenzamos, recordemos una vez más que no se trata de una reunión política, sino de una convocación en el Espíritu; no de un parlamento polarizado, sino de un lugar de gracia y comunión”.
“El Espíritu Santo deshace, a menudo, nuestras expectativas para crear algo nuevo que supera nuestras previsiones y negatividades. Abrámonos e invoquemos al Espíritu Santo. Él es el protagonista. Y con Él caminemos, con confianza y alegría”, ha manifestado el Romano Pontífice.
Una Iglesia “que se hace coloquio” (san Pablo VI)
“La mirada acogedora de Jesús nos invita también a ser una Iglesia que acoge, no con las puertas cerradas”, ha señalado el Papa. “En una época compleja como la actual, surgen nuevos desafíos culturales y pastorales, que requieren una actitud interior cordial y amable, para poder confrontarnos sin miedo. En el diálogo sinodal, en esta hermosa “marcha en el Espíritu Santo”, que realizamos juntos como Pueblo de Dios, podemos crecer en la unidad y en la amistad con el Señor para observar los retos actuales con su mirada; para convertirnos, usando una bella expresión de san Pablo VI, en una Iglesia que “se hace coloquio” (Carta enc. Ecclesiam suam, n. 34)”.
Meditando sobre las palabras de Jesus en el Evangelio, Francisco ha añadido: “Se trata de una una Iglesia “de yugo suave” (Mt 11,30), que no impone cargas y que repite a todos: “vengan, todos los que están afligidos y agobiados, vengan ustedes que han extraviado el camino o que se sienten alejados, vengan ustedes que les han cerrado la puerta a la esperanza, ¡la Iglesia está aquí para ustedes!, la Iglesia de las puertas abiertas a todos, a todos, a todos”, ha reiterado de diversos modos.
Una Iglesia que “no es rígida ni tibia”
Los rasgos de la Iglesia según Francisco alertan también sobre algunas tentaciones que pueden aflorar. Así lo ha comentado el Papa. “Hermanos y hermanas, Pueblo santo de Dios, frente a las dificultades y los retos que nos esperan, la mirada de Jesús que bendice y que acoge nos libra de caer en algunas tentaciones peligrosas: la de ser una Iglesia rígida, que se acoraza contra el mundo y mira hacia el pasado; la de ser una Iglesia tibia, que se rinde ante las modas del mundo; la de ser una Iglesia cansada, replegada en sí misma”.
En este punto se ha referido al santo de la pobreza, san Francisco de Asís: “Caminemos siguiendo las huellas de san Francisco de Asís, el santo de la pobreza y la paz, el “loco de Dios” que llevó en su cuerpo las llagas de Jesús y, para revestirse de Él, se despojó de todo. San Buenaventura cuenta que, mientras rezaba, el Crucifijo le dijo: «Francisco, ve y repara mi casa» (Legenda maior, II, 1)”.
Armas del Evangelio: “humildad, unidad, oración, caridad”
“El Sínodo sirve para recordarnos que nuestra Madre Iglesia tiene siempre necesidad de purificación, de ser “reparada”, porque todos nosotros somos un Pueblo de pecadores perdonados, siempre necesitados de volver a la fuente, que es Jesús, y emprender de nuevo los caminos del Espíritu para que llegue a todos su Evangelio”, ha añadido el Santo Padre.
“Francisco de Asís, en un período de grandes luchas y divisiones entre el poder temporal y el religioso, entre la Iglesia institucional y las corrientes heréticas, entre cristianos y otros creyentes, no criticó ni atacó a ninguno, sólo abrazó las armas del Evangelio: la humildad y la unidad, la oración y la caridad. ¡Hagamos lo mismo también nosotros!”.
“Jesús no se deja vencer por la tristeza”
Al trazar este perfil, el Papa se ha apoyado de manera particular en un fragmento del Evangelio de san Mateo, con el fin de animar ante tristezas o desalientos. El Evangelio relata “un momento difícil de la misión de Jesús, que podríamos definir de desolación pastoral”, ha manifestado Francisco. Dudas de Juan Bautista, ciudades que no habían convertido, gente que le acusaba de ser un glotón y borracho… Sin embargo, “Jesús no se deja vencer por la tristeza, sino que levanta los ojos al cielo y bendice al Padre porque ha revelado a los sencillos los misterios del Reino de Dios”.
“Poner a Dios en el centro de nuestra mirada”
Francisco ha citado algunos predecesores suyos. Además de san Pablo VI, en la referencia a una Iglesia “que se hace coloquio”, también lo ha hecho con san Juan XXIII, en su discurso de apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II, el 11 octubre 1962, cuando señaló que “ante todo es necesario que la Iglesia no se aparte del sacro patrimonio de la verdad, recibido de los padres; pero, al mismo tiempo, debe mirar a lo presente, a las nuevas condiciones y formas de vida introducidas en el mundo actual, que han abierto nuevos caminos para el apostolado católico”.
Asimismo, al comienzo de su homilía, el Santo Padre ha mencionado a Benedicto XVI, quien, al dirigirse a la XIII Asamblea General del Sínodo de los Obispos en octubre de 2012, señaló: “La cuestión para nosotros es: Dios ha hablado, ha roto verdaderamente el gran silencio, se ha mostrado, pero ¿cómo podemos hacer llegar esta realidad al hombre de hoy, para que se convierta en salvación?”.
La respuesta se ha mencionado al principio de estas líneas, cuando Francisco ha señalado que “la cuestión fundamental”, “la principal tarea del Sínodo” es “volver a poner a Dios en el centro de nuestra mirada, para ser una Iglesia que ve a la humanidad con misericordia”.