“Flow”, de Gints Zilbalodis, no es el tipo de película que exige atención con espectáculo o sonido. No se basa en grandes oleadas orquestales ni en diálogos rápidos para atrapar al público. En su lugar, se mueve como una fábula susurrada, una historia contada con gestos y miradas más que con palabras. Y, sin embargo, perdura, mucho después de que la pantalla se funda en negro, y te deja con la sensación de haber presenciado algo sagrado.
Viendo “Flow” en un teatro lituano junto a mi novia y unos amigos, no pude evitar reflexionar sobre sus temas más profundos. La película, que recientemente recibió el Óscar a la mejor película de animación, ha sido celebrada en los países bálticos como un gran logro artístico. Pero más allá de su maestría técnica, “Flow” late con algo más, una espiritualidad elemental que parece tan antigua como el propio mito.
“Flow” es un viaje elemental: agua, viento, tierra y las criaturas atrapadas entre ellos, arrastradas por fuerzas que no pueden controlar. En el centro hay un gato sin nombre, observador convertido en participante de un mundo que parece desvanecerse bajo la marea.
Sin diálogo ni exposición, “Flow” se basa en el movimiento, las miradas y los lazos tácitos que se forman entre sus personajes. El gato empieza solo, un carroñero andrajoso que navega por un paisaje en el que el peligro llega en forma de olas, estampidas, inundaciones y la silenciosa entropía de un mundo que se desmorona. El peso emocional de la película aumenta gradualmente a medida que el gato va coleccionando compañeros: un labrador, un carpincho, un lémur y, sobre todo, un pájaro secretario blanco cuya presencia sugiere algo más profundo que la mera camaradería.
Belleza meditativa
Al principio, el silencio de “Flow” puede resultar inquietante. No hay personajes humanos ni palabras que guíen la narración. Todo lo que hay son animales, moviéndose, interactuando, sobreviviendo en un mundo que resulta familiar y extraño a la vez. Sin embargo, a medida que se desarrolla la historia, la ausencia de diálogos se convierte en su mayor virtud. Los ladridos, los graznidos y el susurro de las hojas llenan los espacios en los que, de otro modo, vivirían las palabras. Cada sonido parece intencionado, cada movimiento deliberado. Es como si la película te enseñara una nueva forma de escuchar, de ver, de experimentar. Para quienes estén dispuestos a rendirse a su ritmo, “Flow” ofrece una profunda sensación de conexión, no sólo con las criaturas de la pantalla, sino con el mundo natural en su conjunto.
Me dio la impresión de una especie de calidad meditativa. Un recordatorio de la quietud, donde la voz de Dios puede oírse con mayor claridad (Salmo 8). En la quietud de “Flow”, hay lugar para la reflexión, para el asombro, para una profunda apreciación de la obra del Creador. Al ver la belleza natural presente en la película, me hizo pensar al instante en la grandeza de Dios, en cómo hace que todos los elementos del mundo funcionen juntos.
La figura del Mesías: El pájaro como símbolo de Cristo
El arco del pájaro secretario blanco destaca como el símbolo más abiertamente espiritual de la película. Desde su primera aparición, el pájaro actúa como protector, salvando al gato de morir ahogado al atraparlo y soltarlo suavemente sobre el agua y, más tarde, ofreciéndole comida en un acto de caridad. Sin embargo, la bondad tiene un coste. Cuando la propia bandada del pájaro ve su compasión, la rechaza. Sin inmutarse, sigue defendiendo al gato, incluso cuando eso significa enfrentarse a los de su propia especie en una batalla. Lucha por misericordia y pierde. Herido y abandonado, es expulsado por aquellos a los que una vez perteneció. El pájaro secretario es, pues, una figura de sacrificio, castigado por su bondad.
Pero es más que un simple guardián, es un líder, un guía que dirige el barco y pone a prueba la determinación moral de los demás animales. Cuando el grupo encuentra a los perros varados, el carpincho y el labrador se lanzan inmediatamente a salvarlos, pero el pájaro no actúa de inmediato. Observa, espera, como si estuviera evaluando si los demás han aprendido a cuidar de los que están fuera de su círculo inmediato. Sólo cuando todo el grupo muestra su voluntad de ayudar, superando así la prueba, el ave cede el control del timón. Este momento, por sutil que sea, refuerza el papel del pájaro no sólo como protector, sino como maestro. Les orienta hacia la compasión, del mismo modo que Cristo se centró en la compasión y la ayuda a los pecadores de su tiempo (Marcos 2, 17).
Y entonces, en el momento más etéreo de la película, el pájaro asciende, no en muerte, sino en partida. En un espacio donde la gravedad deja de existir brevemente, un portal radiante se abre sobre ellos. El pájaro se eleva hacia la luz, dejando atrás al gato, anclado en tierra. Es una imagen sorprendentemente bíblica, reminiscente de los mitos de la ascensión que se encuentran en todas las culturas, pero particularmente evocadora de la partida de Cristo de la Tierra tras cumplir su propósito.
Virtud y transformación: El viaje de los animales
“Flow” es, en el fondo, una historia de transformación. El viaje no se limita a poner a prueba a los animales físicamente, sino que les obliga a evolucionar de forma que reflejen virtudes profundas y humanas. Cada personaje comienza con un defecto que lo define y, a través de la experiencia, lo supera:
El Gato comienza siendo una criatura solitaria y autosuficiente, reacia a confiar y rápida para huir. Sus instintos de supervivencia, aunque necesarios, lo mantienen aislado. Al final de la película, el gato ha aprendido el valor de la compañía y está dispuesto a arriesgar su propia seguridad para salvar al carpincho. Su último momento de quietud, mirando su reflejo en el agua, no es sólo una pausa, es una toma de conciencia. Ya no está solo.
Al principio, el Lémur es materialista y se aferra a sus pertenencias como si definieran su valía. Pero cuando llega el momento de actuar, se desprende, literal y figuradamente, dando prioridad al grupo sobre sus posesiones. Este cambio, del acaparamiento a la generosidad, es una de las transformaciones más silenciosas pero más humanas de la película.
El Labrador comienza como un seguidor, cómodo con la compañía pero carente de dirección. A lo largo del viaje, aprende la verdadera lealtad, no sólo hacia quienes le benefician, sino hacia quienes le necesitan. Elige a sus verdaderos amigos antes que a la egoísta manada de perros a la que una vez perteneció.
El Ave encarna el sacrificio. Protege, guía y, en última instancia, paga un precio por sus convicciones. Aprende, de la forma más brutal, que defender lo que es correcto a menudo significa estar solo.
El Carpincho es el centro moral. Desde el principio se muestra paciente, amable y dispuesto a ayudar. A diferencia de los demás, no tiene un defecto egoísta que superar, quizá porque toda historia necesita un personaje que represente simplemente la bondad. Pero su presencia no es pasiva, sino que mantiene unido al grupo, recordándoles el compañerismo y la bondad inquebrantable frente a la incertidumbre y el miedo.
El significado de “Flow”
“Flow” no sólo describe la pérdida, sino que te hace sentirla. Presenta un mundo en constante cambio, donde el agua sube y baja, donde las criaturas se unen y se separan. Pero bajo la superficie, trata de algo aún más universal: el proceso de aprendizaje de la empatía, el peso del sacrificio y los lazos que se forman ante la adversidad compartida.
En los momentos finales, cuando las aguas se retiran, el gato se encuentra mirando dentro de un charco, no sólo su propio reflejo, sino los rostros de aquellos que se han convertido en su familia. Es un momento de revelación silenciosa. Rodeado de su nueva familia, siente menos miedo y más curiosidad. Aunque la inminente inundación le depare un destino incierto, el gato ha llegado a aceptarlo, sabiendo que, venga lo que venga, no lo afrontará en soledad. La supervivencia, sugiere “Flow”, no consiste sólo en soportar las dificultades. Se trata de con quién eliges soportarlas.
A continuación, el tráiler de «Flow»:
Fundador de “Catholicism Coffee”