El informe de la Comisión Independiente sobre Abusos Sexuales en la Iglesia (Ciase), compuesta por una veintena de expertos y presidida por Jean Marc Sauvé, ha dictaminado hace unos días que en el país galo 216.000 menores fueron víctimas de abusos sexuales por parte de sacerdotes, religiosos y religiosas en un periodo de 70 años (1950-2020).
El estudio ha sido promovido por la Iglesia católica en Francia, y Sauvé ha calificado “las violencias sexuales” como “una bomba de fragmentación en nuestra sociedad”. Inmediatamente, el Papa Francisco manifestó desde Roma su “tristeza y dolor por las víctimas”, añadió que “por desgracia, las cifras son considerables”, sin entrar en detalles, y pidió que “dramas como éste no se repitan”.
Aunque se hubiera producido un solo caso, hay que compartir el dolor, la tristeza, y hasta el asco por este drama de los abusos. Sin embargo, conviene recordar que la cifra es “una estimación estadística”, producto de una investigación del Instituto Nacional de Salud e Investigación Médica (Inserm), a partir de una encuesta realizada por Ifop (instituto referente en sondeos y estudios de mercado). Y que solo un 1,25 % de las víctimas se manifestaron a la Ciase. Ahora, la Iglesia en Francia lleva desde 1990 trabajando en la prevención de abusos sexuales, y con mayor intensidad desde 2010.
¿Choque Estado-Iglesia?
El trabajo de la comisión Sauvé y los abusos sexuales en menores de edad en países como Australia, Bélgica, Holanda, Chile, Estados Unidos, Irlanda o Reino Unido, también en España, cometidos o encubiertos por miembros del clero, han producido dos movimientos: 1) por parte de la Iglesia, “tolerancia cero”, con normas y orientaciones para perseguir los delitos y colaborar con las autoridades estatales, emanadas por el Papa Francisco y la Iglesia católica; y 2) por parte de algunas autoriddes administrativas, recomendaciones, e incluso presiones para que los miembros del clero se constituyan en denunciantes obligatorios de estos abusos, vulnerando el sigilo sacramental de la confesión, bajo pena de sanción.
Así lo ha analizado el catedrático Rafael Palomino en Ius Canonicum, quien en 2019 informaba ya de normativas en Australia y otros países que eliminan la protección jurídica del secreto de confesión, y que presagiaban un choque, incluso frontal, entre leyes estatales, y normas canónicas de la Iglesia relativas al sigilo de confesión.
Y esto mismo acaba de suceder en Francia, donde el arzobispo de Reims y presidente de la Conferencia Episcopal, Mons. Éric de Moulins-Beaufort, ha declarado a la emisora France Info que “nos debemos al secreto de confesión y, en ese sentido, éste es más fuerte que las leyes de la República”. Ha faltado tiempo para que el presidente francés, Emmanuel Macron, pidiera explicaciones al arzobispo Eric de Moulins-Beaufort, y el ministro del Interior, Gérald Darmanin (“nada está por encima de las leyes de la República”), le convocara esta semana para aclarar sus palabras.
Para hacerse una idea del perfil del arzobispo Moulins-Beaufort, algunas de sus primeras palabras como presidente de la Conferencia episcopal francesa, en 2019, fueron las siguientes: “Nunca volveremos a la sociedad de aldea de 1965, donde la gente iba a Misa por deber. Hoy día es la búsqueda de placer lo que gobierna las relaciones sociales, y éste es el mundo que debemos evangelizar”.
El sacramento de la confesión
En el fondo de esta polémica, no sólo late un cierto pulso de un Estado de tejido laico con la Iglesia, que tuvo ya un reflejo en las limitaciones de aforo en los templos durante la pandemia, sino quizá un desconocimiento del sacramento de la Penitencia en la fe católica.
Este sacramento fue instituido por Jesucristo cuando la tarde de Pascua se mostró a los apóstoles y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Jn 20, 22-23).
Jesús ilustró el perdón de Dios, por ejemplo, con la parábola del hijo pródigo, donde Dios nos espera con los brazos extendidos, aunque no lo merezcamos, como reflejan los conocidos lienzos de Rembrandt o Murillo. Estas son las palabras actuales de la absolución que pronuncia el sacerdote: “Dios, Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y la resurrección de su Hijo y derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados, te conceda, por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz. Y yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Es Dios quien perdona, quien no se cansa de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón, dijo el Papa Francisco en su primer Ángelus (2013).
Este encuentro personalísimo con Dios, la confesión, tiene lugar con absoluto sigilo, el denominado sigilo sacramental. Se trata de “un tipo particular de secreto que obliga al confesor a no revelar jamás, por ninguna razón y sin excepción, al penitente ni los pecados que éste le haya manifestado en el sacramento de la confesión”.
El sigilo sacramental es «un tipo particular de secreto que obliga al confesor a no revelar jamás, por ninguna razón y sin excepción, al penitente ni los pecados que éste le haya manifestado en el sacramento de la confesión”.
“Lo que se escucha en el fuero de Dios siempre debe permanecer en el fuero de Dios. Jamás puede haber razón, ni siquiera gravísima, que permita la manifestación en el fuero humano de los pecados que el penitente haya confesado a Dios en el fuero sacramental. Por eso se trata de un secreto inviolable. Y no se trata de una ley humana eclesiástica, sino divina, de tal modo que no puede ser dispensada”, señalan los profesores Otaduy, Viana y Sedano citando la doctrina sobre el sacramento de la Penitencia en el Diccionario General de Derecho Canónico.
Cardenal Piacenza: “Solo para Dios”
El cardenal Mauro Piacenza, Penitenciario Mayor de la Iglesia, ha manifestado recientemente estas mismas ideas: “El penitente no habla al confesor hombre sino a Dios. Tomar posesión de lo que es de Dios sería sacrilegio. Se protege el acceso al mismo sacramento, instituido por Cristo, para ser puerto seguro de salvación para todos los pecadores”.
“Todo cuanto se dice en la confesión, desde el momento en que comienza este acto de culto, con la señal de la cruz, hasta el momento en que termina con la absolución o con la negación de esta, está bajo sigilo absolutamente inviolable”, ha señalado en ACI Stampa. Incluso en el caso específico en que “durante la confesión, un menor revele por ejemplo haber sufrido un abuso, el diálogo debe permanecer siempre, por su naturaleza, bajo sigilo”, ha resaltado el cardenal.
Sin embargo, aclaró, “esto no impide que el confesor recomiende vivamente al mismo menor que denuncie el abuso a sus padres, educadores y a la policía”. Según el cardenal, “el acercamiento a la confesión, por parte de los fieles, podría colapsar si se pierde la confianza en el sigilo, con gravísimo daño para las almas y para toda la obra de la evangelización”.
Argumentos de una controversia
Frente a estas consideraciones, alertar de un caso de pederastia es una “obligación imperiosa” incluso para los sacerdotes, ha argumentado el ministro de Justicia galo, Éric Dupond-Moretti. Y si no lo hace, agregó en la cadena LCI, pueden ser condenados por ello. “Se llama no impedir un crimen o delito”, subrayó.
Sin embargo, en una entrevista concedida a la revista francesa L’Incorrect, citada por Die Tagespost, el obispo de Bayona, Marc Aillet, ha salido al paso de las respuestas de varios ministros, y ha apelado a la esfera religiosa, que está fundamentalmente separada del Estado, que no tiene autoridad sobre la Iglesia.
El sacerdote no tiene la sartén por el mango en esta relación de conciencia de la persona que se dirige a Dios en su petición de perdón. Por lo tanto, no se puede tocar, dice el obispo Aillet. El sacerdote no es el amo en esta relación; es el siervo, el instrumento de esta relación tan especial del hombre con Dios.
El sacerdote no tiene la sartén por el mango en esta relación de conciencia de la persona que se dirige a Dios en su petición de perdón.
Monseñor Aillet ha recordado que la República Francesa ha respetado siempre el secreto de confesión, que “afecta a la libertad de conciencia”. Es el mismo argumento que esgrime el catedrático Rafael Palomino. A su juicio, “es a través del derecho fundamental de libertad religiosa como se puede otorgar un fundamento y también un argumento de peso cara a una eventual valoración, jurisprudencial o de política legislativa, frente a las restricciones estatales que se cifran en el delito de omisión del deber de denuncia de los abusos”.
El obispo Aillet ha destacado, por otra parte, según Die Tagespost, que en una sociedad cada vez más laica, la mayoría de la gente ya no entiende lo que es un hecho religioso: “El informe sobre los abusos crea un revuelo en el que la gente ya no entiende el principio del secreto de confesión, que asocia con la ley del silencio o la del ‘secreto de familia’, y cree que la Iglesia sigue intentando ocultar las cosas, cuando es la Iglesia la que ha encargado este informe”.
Quedan dos cosas por añadir: “la extendida e históricamente demostrada fidelidad del clero católico al sigilo de confesión”, anota Rafael Palomino, y la audiencia del Papa al primer ministro francés, Jean Castex, con su mujer, precisamente este 18 de octubre.