España es un país oficialmente envejecido. Atendiendo a los últimos datos que publica el Instituto Nacional de Estadística (INE), casi el 20 % de la población española supera los 65 años, esa cifra en la que “oficialmente” entramos en la tercera edad. De éstos, más del 6% tiene más de 80 años. Por hacernos una idea de hacia dónde vamos, en 2020 la edad media de la población supera los 43 años, cuando, en 1975, era de diez años menos. El envejecimiento de la población española crece, anualmente una media de 0,2 puntos, siguiendo el curso natural de la esperanza de vida pero que, significativamente, no se compensa con una renovación de la población.
Más allá de estos datos, no sólo es preocupante el panorama envejecido en el que ya nos movemos, sino la constatación del rechazo que la presencia, y también los cuidados de los mayores, genera en gran parte de nuestra sociedad. Una invisibilización que tiene su reflejo en medidas políticas como la aprobación de la ley de eutanasia o la indiferencia mediática hacia los mayores excepto ciertas concesiones morbosas generalmente encuadradas en la crónica de sucesos.
Juan Ignacio Vela, Hermano Franciscano de la Cruz Blanca y presidente de Lares Federación -que reúne a más de 1000 centros de atención a personas mayores, dependientes, con discapacidad y en riesgo de exclusión social- señala la gravedad de esta discriminación a las personas mayores por razón de su edad: el conocido como “edadismo”. Se trata de una postergación que conlleva, en el campo social, político o cultural, “que todo aquello que este relacionado con los mayores juegue en desventaja”. Una forma delicada de calificar la completa ignorancia que, en muchos casos, preside las medidas y políticas de las administraciones públicas con respecto a las personas mayores, en especial, aquellas que se encuentran en situación de dependencia. En este punto, Vela apunta que “ni la opinión de las personas mayores, ni de las entidades del tercer sector parecen tener cabida para la Administración en el desarrollo de medidas que les afectan directamente”.
«Nuestra sociedad sufre de “edadismo”: una postergación que conlleva que todo aquello que este relacionado con los mayores juegue en desventaja”
Juan Vela
Un ejemplo lo encontramos en la concepción que, desde muchas administraciones, se tiene del modo de atención a las personas mayores: “Cuando preguntamos a una persona mayor dónde quiere pasar el resto de su vida, más del 90% subraya que quiere vivir en su casa o, si no es posible, en un entorno lo más parecido a su hogar. En cambio, las administraciones públicas no cesan de poner normas que hacen que las residencias se parezcan más a hospitales que a hogares, desde arquitectónicamente, hasta el tipo de atención que se presta en ellas”.
El presidente de Lares es consciente de que, cuando se habla de mayores, existe una enorme diferencia de situaciones: desde aquellas personas que son completamente autónomas hasta otras necesitadas de ayuda casi integral por enfermedad o dependencia; por eso señala: “hay que hacer un esfuerzo para que al ciudadano se le escuche, que esté en el centro de las políticas y no sea, simplemente, un mero consumidor de esos servicios. A todos nos gustaría que los recursos estuvieran mejor adaptados a las necesidades de las personas. Eso implica una variedad amplia de estos recursos. Un modelo único para todos, como el que se impulsa, casi siempre, desde la administración pública, no vale”.
Valorar a los que cuidan
En la actualidad, el sector de los cuidados en España, tanto los formales como informales son uno de los menos valorados socialmente. Sueldos bajos, pocas ofertas de formación… constituyen “elementos que convergen en una fragilidad del sector”, señala Vela, que defiende un cambio de mentalidad que lleva a “poner el sector de los cuidados en la primera línea de nuestra sociedad, más aún cuando, en los últimos meses, la pandemia nos ha hecho caer en la cuenta de la importancia de los cuidados y de las personas que cuidan”.
Desde la Federación Lares se denuncia, ya desde hace tiempo, que el sector de los cuidados no es prioritario para las administraciones políticas. Un dato escalofriante: hay comunidades autónomas en las que el gasto presupuestado por la administración para la atención a una persona mayor no llega a 50 euros o apenas los supera: “se paga más por un día de estacionamiento en un parking que por la atención a las personas mayores”, denuncia Juan Vela, que apunta que “si realmente es importante cuidar a los demás, los profesionales de los cuidados deberían ser los más valorados en nuestra sociedad”.
La hora terrible de la pandemia
La pandemia ha sido una verdadera “prueba de fuego” para el sector de los cuidados. Los últimos meses han dejado al descubierto muchas de las carencias que sufren quienes dedican su vida a cuidar de los mayores o dependientes. Quienes atienden a nuestros mayores han vivido los últimos meses con sentimientos encontrados. “Nos hemos encontrado con normas impuestas desde la Administración que, quizás llevados por el pánico, no lo dudo, han olvidado el trato humano. La salud no es sólo no tener el coronavirus, sino vivir los últimos momentos junto a tus familiares. No podemos perder el trato humanizante”.
Mayores… y solos
Más de dos millones de personas mayores de 65 años viven solas en nuestro país, sobre todo mujeres. Una realidad que, durante el confinamiento dio lugar a situaciones realmente dramáticas. Para Juan Vela, este dato refleja “uno de los grandes problemas de nuestra sociedad y una forma, también, de maltrato”. Desgraciadamente, apunta Vela “el individualismo está ganando territorio en el modelo de vida que estamos proponiendo en nuestro país. Nuestra sociedad, que ha sido siempre muy comunitaria vive ahora situaciones en las que no conocemos al vecino de puerta o no preguntamos cómo está”.
En este punto el presidente de Lares recuerda que países como Japón o Reino Unido, han tenido que tomar medidas gubernamentales contra la soledad y subraya que las soluciones pasan por un cambio de paradigma social: “tenemos que implicarnos todos, preocuparnos por los otros, estar atentos de las situaciones que viven nuestros vecinos. Crear redes en barrios, centros de escucha para las personas que se sienten solas, estar atento al otro, decir al otro que me importa…Somos personas que vivimos en un contexto comunitario y nuestra vida tiene que ir en racimo”.
Necesidad de conexión intergeneracional
“Yo tengo muchos amigos jóvenes y eso me hace mucha ilusión. Me encanta que una nieta venga a desayunar a mi casa o que un chaval me pare por la calle y me diga que le gustó mucho tal o cual entrevista que ha leído sobre mí”. Quien se expresa así es Leopoldo Abadía, de 87 años. Este Doctor Ingeniero Industrial e ITP Harvard Business School, escritor y conferenciante es un ejemplo de la valiosa aportación que las personas mayores hacen a nuestra sociedad, “aunque sea porque, con la edad que tengo, la capacidad de poder decir lo que uno piensa, prácticamente sin cortapisas, es una actitud que atrae, especialmente a los más jóvenes” apunta con cierta sorna.
«Tenemos que saber escuchar, jóvenes a viejos y viejos a jóvenes. Eso lo podemos hacer todos y seremos útiles si no despreciamos a los demás”
Lepoldo Abadía
Abadía defiende que “en una sociedad somos todos importantes. Cada uno aporta lo que puede. Los mayores podemos caer en la tentación de despreciar a los jóvenes y esto no lleva a nada. Tenemos que saber escuchar, jóvenes a viejos y viejos a jóvenes. Eso lo podemos hacer todos y seremos útiles si no despreciamos a los demás”.
De manera similar piensa Juan Vela: “El problema es que estamos sectorizando la vida por edades: los niños sólo se relacionan con niños, los jóvenes con jóvenes y los mayores sólo con mayores en centros de mayores… es una situación terriblemente empobrecedora socialmente. Necesitamos programas intergeneracionales que enriquezcan la sociedad y nos lleven a conocer y cuidar a nuestros vecinos”.