Vaticano

«Si la libertad no está al servicio del bien corre el riesgo de ser estéril y no dar fruto»

El Papa Francisco ha destacado en la catequesis de este miércoles que "somos libres en el servir; nos encontramos plenamente en la medida en la que nos donamos; poseemos la vida si la perdemos". Además, un niño sorprendió al Pontífice durante la audiencia, subiendo al estrado e interesándose por su solideo.

David Fernández Alonso·20 de octubre de 2021·Tiempo de lectura: 4 minutos
papa y niño

Foto: © 2017-2021 Dicasterium pro Communicatione.

El Papa Francisco ha reflexionado en la catequesis de la audiencia general de este miércoles 20 de octubre sobre el núcleo de la libertad según el apóstol Pablo. «El apóstol Pablo, con su Carta a los Gálatas, poco a poco nos introduce en la gran novedad de la fe. Es realmente una gran novedad, porque no renueva solo algún aspecto de la vida, sino que nos lleva dentro de esa “vida nueva” que hemos recibido con el Bautismo. Allí se ha derramado sobre nosotros el don más grande, el de ser hijos de Dios. Renacidos en Cristo, hemos pasado de una religiosidad hecha de preceptos a la fe viva, que tiene su centro en la comunión con Dios y con los hermanos. Hemos pasado de la esclavitud del miedo y del pecado a la libertad de los hijos de Dios».

«Hoy», comenzaba el Pontífice, «trataremos de entender mejor cuál es para el apóstol el corazón de esta libertad. Pablo afirma que libertad está lejos de ser «un pretexto para la carne» (Gal 5,13): la libertad no es un vivir libertino, según la carne o según el instinto, los deseos individuales o los propios impulsos egoístas; al contrario, la libertad de Jesús nos conduce a estar – escribe el apóstol – «al servicio los unos de los otros» (ibid.). La verdadera libertad, en otras palabras, se expresa plenamente en la caridad. Una vez más nos encontramos delante de la paradoja del Evangelio: somos libres en el servir; nos encontramos plenamente en la medida en la que nos donamos; poseemos la vida si la perdemos (cfr Mc 8,35)».

«¿Pero cómo se explica esta paradoja?» preguntaba retóricamente Francisco. «La respuesta del apóstol es tan sencilla como comprometedora: «mediante el amor» (Gal 5,13). Es el amor de Cristo que nos ha liberado y aún es el amor que nos libera de la peor esclavitud, la del nuestro yo; por eso la libertad crece con el amor. Pero atención: no con el amor intimístico, de telenovela, no con la pasión que busca simplemente lo que nos apetece y nos gusta, sino con el amor que vemos en Cristo, la caridad: este es el amor verdaderamente libre y liberador. Es el amor que brilla en el servicio gratuito, modelado sobre el de Jesús, que lava los pies a sus discípulos y dice: «Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros» (Jn 13,15)».

«Para Pablo la libertad no es “hacer lo que me apetece y me gusta”. Este tipo de libertad, sin un fin y sin referencias, sería una libertad vacía. Y de hecho deja el vacío dentro: cuántas veces, después de haber seguido solo el instinto, nos damos cuenta de quedar con un gran vacío dentro y haber usado mal el tesoro de nuestra libertad, la belleza de poder elegir el verdadero bien para nosotros y para los otros. Solo esta libertad es plena, concreta, y nos inserta en la vida real de cada día».

«En otra carta, la primera a los Corintios, el apóstol responde a quien sostiene una idea equivocada de libertad. «Todo es lícito», dicen estos. «Mas no todo es conveniente», responde Pablo. «Todo es lícito» – «Más no todo edifica», responde el apóstol. Y añade: «Que nadie procure su propio interés, sino el de los demás» (1 Cor 10,23-24). A quien está tentado de reducir la libertad solo a los propios gustos, Pablo le pone delante de la exigencia del amor. La libertad guiada por el amor es la única que hace libres a los otros y a nosotros mismos, que sabe escuchar sin imponer, que sabe querer sin forzar, que edifica y no destruye, que no explota a los demás para su propia conveniencia y les hace el bien sin buscar su propio beneficio. En resumen, si la libertad no está al servicio del bien corre el riesgo de ser estéril y no dar fruto. Sin embargo, la libertad animada por el amor conduce hacia los pobres, reconociendo en sus rostros el de Cristo. Por eso el servicio de los unos hacia los otros permite a Pablo, escribiendo a los Gálatas, subrayar algo de ninguna manera secundaria: hablando de la libertad que le dieron los otros apóstoles para evangelizar, subraya que le aconsejaron solo una cosa: acordarse de los pobres (cfr Gal 2,10)».

«Sabemos sin embargo que una de las concepciones modernas más difundidas sobre la libertad es esta: “mi libertad termina donde empieza la tuya”. ¡Pero aquí falta la relación! Es una visión individualista. Sin embargo, quien ha recibido el don de la liberación obrada por Jesús no puede pensar que la libertad consiste en el estar lejos de los otros, sintiéndoles como molestias, no puede ver el ser humano encaramado en sí mismo, sino siempre incluido en una comunidad. La dimensión social es fundamental para los cristianos, y les consiente mirar al bien común y no al interés privado».

«Sobre todo en este momento histórico», concluía el Papa, «necesitamos redescubrir la dimensión comunitaria, no individualista, de la libertad: la pandemia nos ha enseñado que necesitamos los unos de los otros, pero no basta con saberlo, es necesario elegirlo cada día concretamente. Decimos y creemos que los otros no son un obstáculo a mi libertad, sino la posibilidad para realizarla plenamente. Porque nuestra libertad nace del amor de Dios y crece en la caridad».

Un particular suceso ocurrió cuando, durante la audiencia, un niño subió al estrado del Aula Pablo VI y se aproximó para saludar al Papa. El Pontífice, como acostumbra a hacer en estas ocasiones, le animó a quedarse sentado en una silla junto a él. El niño parecía interesarse por el solideo de Francisco. Finalmente, tras un rato en el estrado, bajó de nuevo a su sitio.

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