“Juan Cristóbal Federico Schiller (1759-1805) dice en una de sus cartas a Goethe: El Cristianismo es la manifestación de la belleza moral, la encarnación de lo santo y lo sagrado en la naturaleza humana, la única religión verdaderamente estética. Menéndez Pelayo dice que Schiller se mostró a cada paso cristiano por el sentimiento y la imaginación” (“Historia de las ideas estéticas en España”, T. IV, p. 53, Santander 1940).
Cita Menéndez Pelayo de Schiller estas palabras: “Vive con tu siglo (dice al artista), pero no seas hechura suya; trabaja para tus contemporáneos, pero haz lo que ellos necesiten, no lo que ellos alaben. No te aventures en la peligrosa compañía de lo real, antes de haberte asegurado en tu propio corazón un círculo de naturaleza ideal. Dirígete al corazón de tus semejantes: no combatas directamente sus máximas, no condenes sus acciones; pero destierra de sus placeres lo caprichoso, lo frívolo, lo brutal, y de ese modo los irás desterrando insensiblemente de sus actos, y, por último, de sus sentimientos. Multiplica en torno de ellas las formas grandes, nobles, ingeniosas, los símbolos de lo perfecto, hasta que la apariencia triunfe de la realidad, y el arte domine a la naturaleza”.
Su padre, Juan Gaspar (1723-96), era incansable en el trabajo, profundamente religioso y optimista. Su madre, Isabel Dorotea (1732-1802), hija de un posadero y tahonero.
La primera instrucción de Schiller la recibió del párroco de Loch, Moser, al cual dedicó el poeta un recuerdo en “Los bandidos”. De 1766 a 1773, estudió en la escuela de latín de Ludwigsburg. En 1773 entró en la escuela de instrucción militar de Solitüde, trasladada a Stuttgart en 1775 como Academia militar del ducado.
Schiller en un principio quiso estudiar Teología, pero renunció a ello, tras entrar en la Academia, y optó por el Derecho, abrazando más tarde la Medicina.
La primera inclinación a la poesía nació en Schiller con la lectura de la Mesíada, de Klopstock. Influyeron también en él los dramas de Klinger y el Gotz de Goethe. Pero más influyeron en él Plutarco y J.J.Rousseau.
Amigo en principio de la Revolución francesa se apartó de ella con honor después de la ejecución de Luis XVI. El 23 de agosto de 1794 dirigió una carta a Goethe en la que revelaba grandes conocimientos en materia de arte y en septiembre le visitó en su casa.
El 9 de mayo de 1805, entre las cinco y las seis de la tarde, una plácida muerte puso fin a la vida del poeta antes de que llegara a los 46 años de edad. En 1826 escribió Goethe el poema “Im ernsten Beinhares war´s wo ich erschante”, testimonio del buen recuerdo que tenía del noble amigo.
El rasgo más sobresaliente del espíritu de Schiller es el idealismo de su concepción del mundo. “Todo es inmoderado, enorme y monstruoso” en sus primeras obras como “Los ladrones” y “Cábala y Amor”: el idealismo domina a sus anchas (Menéndez y Pelayo). Es verdadera literatura de “asalto y de irrupción” (“Storm und Drang”), como la llaman en Alemania (Menéndez y Pelayo).
Posteriormente “Goethe dio a Schiller la serenidad y objetividad que le faltaba”. “¡Qué serie de obras maestras ilustró este último periodo de la vida de Schiller (1798 a 1805): Wallenstein, María Estuardo, Juana de Arco, La Novia de Messina, Guillermo Tell (1804), el Canto de la Campana”.
“Obra totalmente armónica y preferida por muchos a las restantes del poeta es Guillermo Tell… en la que se da una perfecta conveniencia entre la acción y el paisaje, una compenetración no menos perfecta del drama individual y del drama que pudiéramos llamar épico o de interés trascendental, y un torrente de poesía lírica, tan fresca, transparente y limpia como el agua que mana de las mismas cumbres agrestes.
La Campana sería la primera poesía lírica del siglo XIX si no se hubiese escrito en el penúltimo año del XVIII y no llevase impreso el espíritu de aquella era, aunque en su parte más ideal y noble, toda la poesía de la vida humana está condensada en aquellos versos de tan metálico son, de ritmo tan prodigioso y tan flexible. El que quiera saber lo que vale la poesía como obra civilizadora, lea la Campana de Schiller (Menéndez y Pelayo).
Schiller es el poeta del idealismo moral, del que Kant era el filosofo… El imperativo kantiano… se trueca al pasar por el espíritu de Schiller, en ternura y piedad inmensa, en caridad universal, que no merman ni debilitan, antes realzan el temple heroico del alma, señora de sí misma, obediente a los dictados de la ley moral… para salir triunfante de todo conflicto de pasión”.
En noviembre de 1785, Schiller compuso La Oda a la Alegría (“An die Freude”, en alemán), composición poética lírica que se publicó por primera vez en 1786.
Según una leyenda del siglo XIX la oda iba a ser originariamente una “Ode an die Freiheit” (oda a la libertad cantada en la época revolucionaria por los estudiantes con la música de La Marsellesa), pero luego se convirtió en la “Ode an die Freude” definitiva, para ampliar su significado: aunque la libertad es fundamental, no es un fin en sí misma sino sólo un medio para alcanzar la felicidad, que es fuente de alegría.
En 1793, cuando tenía 23 años, Ludwig van Beethoven conoció la obra y enseguida quiso musicalizar el texto, surgiendo así la idea que acabaría siendo con los años su novena y última sinfonía en Re menor, Op. 125, cuyo movimiento final es para coro y solistas sobre la versión definitiva de la “Oda a la Alegría” de Schiller. Esta pieza musical ha pasado a ser el Himno Europeo.