El peregrino, en sentido amplio, es un hombre de camino. Es propio del peregrino, en primer lugar, el no sentirse dueño de la tierra que pisa, pues, apenas retira sus pies de ella, tiene que preocuparse del terreno que le falta por recorrer. El peregrino va adelante por el camino, en orden a la consecución de una meta.
En sentido estricto, en cambio, es quien va o vuelve de Santiago. Dante Alighieri distinguía entre quienes se ponían en camino hacia Santiago de Compostela, y los “Palmeros”, que se encaminaban a la Tierra Santa. Ambos se distinguían de los “Romeros”, que se dirigían a Roma, para visitar los sepulcros de los Apóstoles San Pedro y San Pablo. Solo consideraba “peregrinos” a los que iban o volvían de Santiago.
Ciertamente en tiempos de Dante, el Camino de Santiago de Compostela era un camino espiritual, un camino de penitencia, en busca de un determinado perdón, fuera este civil o religioso.
Camino de Santiago, camino del espíritu
Precisamente Juan Pablo II, en su primera peregrinación a Santiago, en 1982, se fija en la visión trascendente del camino de Santiago. Dirigió desde allí unas palabras a Europa, pidiéndole que no se olvidara de sus raíces, sino que recuperara aquellos valores que hicieron gloriosa su historia y benéfica su presencia en otros continentes. Con esas palabras le llama a reconstruir su unidad espiritual.
Por eso el arzobispo de Santiago, en su Carta Pastoral “Sal de tu tierra”, con la que quiso preparar el Año Santo de 2021, dice que el Camino de Santiago es un camino del espíritu de la persona humana, que se rebela contra el peligro de desaparecer bajo la esfera del materialismo.
El comienzo de las peregrinaciones a Santiago
El comienzo de las peregrinaciones tiene lugar en el siglo IX, a poco de descubrirse la tumba con los restos del apóstol y de Atanasio y Teodoro, dos de sus discípulos. Apenas se enteró el rey Alfonso II el Casto, por la embajada del obispo de Iria Flavia Teodomiro, el rey se dirigió a Santiago con su familia, constituyéndose así en los primeros peregrinos.
En los siglos X y XI aumenta el número de peregrinos, y en esa línea continúan durante los siglos XIII y XIV. Sin embargo, en los años previos al Covid 19, el número de los que llegan a la tumba del apóstol Santiago el Mayor era mucho mayor de lo que había sido a lo largo de la historia.
Motivaciones de los peregrinos tradicionales
El camino está destinado a dejar una seria impronta en el peregrino, hasta el punto de influir en su interioridad, para llevarle a la reflexión y, de ese modo, hacerle encontrarse consigo mismo.
Como consecuencia, el cambio que se realice en el peregrino ha de ser tal que le convierta en un hombre hondamente renovado. Es la conversión lo que le hace cambiar no solo en los pensamientos que alberga en su mente, sino también en orden a ser consecuente en la propia vida. Aunque la dificultad del camino le hiciera a uno llegar triste, el retorno, una vez vivida aquella experiencia, es una explosión de verdadera alegría.
Normalmente se buscaba en la peregrinación a Santiago el perdón de los propios pecados, a la vez que se pedía la intercesión del apóstol para conseguir el perdón de las culpas de los familiares de quien peregrinaba. En otras ocasiones lo que se buscaba era cumplir la pena civil que les había sido impuesta. No faltaban tampoco los que cumplían, al realizar el camino, un voto que habían hecho. Finalmente, había quienes llegaban a Santiago sustituyendo a quien tenía la obligación de hacerlo. Los que así hacían, se denominaban “peregrinos por comisión”.
El camino de Santiago hoy
Desde el año 1993 se ha hecho una gran propaganda desde el mundo civil, en orden a conseguir que un número elevado de personas lleguen a Santiago y visiten la ciudad. De ahí que el sentido religioso de la peregrinación no sea común a todos los que a Santiago llegan, y sobre todo a los que allí se encaminan.
No faltan, entre los que inician su andadura, los que intentan cambiar el sistema de vida ordinaria que habían vivido hasta entonces. Otros buscan el encontrarse con personas que tengan los mismos deseos de poner en común sus experiencias. No faltan los que, con una preocupación semejante a la de su pareja, desean encontrarse con esta a lo largo del camino.
Actitudes más propias del verdadero peregrino, son las de aquellos que intentan contemplar los testimonios de los que fueron dejando su huella en el camino, e intentan vivir su espiritualidad, estimulados por esa vivencia, en relación con el Creador y Señor de la humanidad, que ha hecho todo lo que en el camino encuentran.
Otros sienten nostalgia del amor que tenían a Jesús y a la Virgen cuando eran niños, y desean recuperarlo, abriéndose a las llamadas de Dios, que se deja sentir más bien en la soledad que en el bullicio. Por ello, esperan conseguirlo a lo largo del Camino de Santiago.
Destino: libertad interior
Finalmente, la mejor actitud del peregrino de hoy es la de aquel que vive su fe, recibida de Dios, y, teniendo en cuenta que Santiago ha sido uno de los discípulos preferidos de Jesús, quiere peregrinar hasta donde se encuentran los restos del apóstol, en la esperanza de que le ayude a imitarlo a él e imitar de ese modo al Maestro.
Decía hace unos años el Papa Juan Pablo II, en una Carta dirigida a Mons. Julián Barrio Barrio, a las puertas del Año Santo, con motivo de la apertura de la Puerta Santa: “El peregrino no es simplemente un caminante: es, más que nada, un creyente, que, gracias a la experiencia de la vida, y con la mirada puesta en la intrepidez del apóstol Santiago, quiere seguir a Cristo con fidelidad”.
El arzobispo de Santiago, por su parte, dice en su Carta Pastoral “Sal de tu tierra”, con motivo del Año Santo Compostelano 2021, que, aunque el final geográfico de la peregrinación sea la Casa de Santiago, la meta de la peregrinación es la libertad interior, la libertad de los hijos de Dios, a la que Dios Padre nos llama.
Los símbolos del peregrino
Dice el “Liber Sancti Jacobi” o “Códice Calixtino” que el camino de la peregrinación es bueno, pero arduo. Por eso al comenzar el camino, el peregrino recibe la mochila y el bastón.
La mochila es el símbolo de “una pequeña despensa, siempre abierta”. Para seguir de verdad al Señor, los bienes que se empleen en la peregrinación han de servir para ayudar a los pobres. En un sentido todavía más espiritual, deberíamos acompañarnos de “la mochila de nuestra vida en nuestro camino hacia Dios, que quiere seguir siendo para nosotros el compañero del camino de nuestra existencia terrena.
Otro objeto que recibe el peregrino antes de comenzar el camino es el bordón o bastón, para apoyarse en terrenos irregulares y en la subida y bajada de las montañas, así como para que el peregrino se defienda de los lobos y de algunos perros que puedan salirle al paso a lo largo de su andadura. En el ámbito espiritual, simboliza la defensa de quien camina, para vencer las dificultades y tentaciones que se le presenten en el camino.
La calabaza se muestra de ordinario colgada del bordón del caminante. Este encontraría en algunas ocasiones fuentes para satisfacer su sed; pero en otras, como no le ayudara a resolver su problema una persona del lugar por el que transitara, dándole un poco de agua, tendría que soportar la sed en cuantiosas ocasiones… En la calabaza, el agua se mantiene fresca, de suerte que, si se presenta el caso, puede serle útil además para ofrecer agua en buenas condiciones a un compañero de camino. Tiene además la calabaza un sentido espiritual. En la tradición bíblica significa la vida interior, que transmite un cierto olor a perfume, que indica la pureza de corazón de quien vive su fe.
Finalmente, la concha de vieira que el peregrino lleva a su casa, le sirve para beber agua en el viaje de retorno, y se convierte además en un testimonio de haber realizado la peregrinación.
Dice el “Liber Sancti Jacobi” que las dos valvas del molusco le sirven al peregrino como corazas para la propia defensa del cristiano. Son como los dos aspectos de la caridad: el amor a Dios y el amor al prójimo, un fruto excelente de la peregrinación.
Peregrinación y Jubileo
El Jubileo Compostelano está íntimamente relacionado con la peregrinación. Cierto que, aun sin ser tiempo de Jubileo, la peregrinación puede resultar en extremo útil.
El Papa Calixto II fue el primero en otorgar un Jubileo a la Diócesis compostelana, con el cual concedió el año 1122 muchas indulgencias para quien peregrinara a Santiago. En Roma también habían concedido Jubileos ocasionales, al menos en los años 1000, 1100 y 1200, como el que llegó a conceder Calixto II. Sin embargo, lo de Calixto II, lejos de extrañarnos, parece muy lógico, pues, cuando era arzobispo de Vienne del Delfinado, habrá visitado Santiago en más de una ocasión. De hecho, su hermano Raimundo de Borgoña era Conde de Galicia; y el propio Guido de Borgoña, conocido desde 1119 como el Papa Calixto II, asistió al entierro de Raimundo, cuyos restos se encuentran hoy en la Capilla de las Reliquias de la Catedral.
En el año 1181, mediante la Bula “Regis Aeterni”, el Papa Alejandro III dio estabilidad al Jubileo Compostelano, convirtiendo en años de Jubileo todos aquellos en los que la fiesta de Santiago del día 25 de Julio, cayera en domingo.
Mirando a la realización práctica del Jubileo Compostelano, a lo largo de la historia se ha tenido siempre con normalidad, incluso cuando coincidía con el Jubileo romano y la Santa Sede acostumbraba a suspender las indulgencias locales, para que participaran del Jubileo de la Ciudad Eterna. Sin embargo, Sixto V estableció que, aunque de ordinario se suprimieran las indulgencias locales, el Jubileo compostelano se celebraría siempre. Otro tanto ha querido ratificar León XIII, en su Bula “Deus Omnipotens”: que lo establecido por Alejandro III no debía ser nunca cancelado ni derogado, sino siempre válido y perpetuamente eficaz. Así pues, se han celebrado siempre los Años Santos ordinarios, en períodos de 5, 6, 5 y 11 años, y también se han tenido otros Extraordinarios.
El camino de Santiago, paradigma del camino de la vida
Siendo el camino de Santiago un camino de fe, hemos de buscar todo lo que signifique una ayuda para el creyente que recorre esa senda que conduce al encuentro con el hijo de Zebedeo y Salomé, y hermano de Juan.
En primer lugar, el creyente, sensible desde la fe a lo que percibe en la naturaleza, se vuelve especialmente receptivo, e incluso sublima lo que significa la fragancia de los campos, la riqueza del agua que fluye de la montaña, la belleza y el perfume de las flores, y el alegre movimiento de los animales que gozan de libertad,
Por otro lado, el peregrino encuentra a lo largo de los días de su recorrido algunos compañeros que comparten su propio camino, con los que se cruza en más de una ocasión. Es lógico desear que, tanto a lo largo del camino como al declinar el día, se vuelvan a encontrar en los albergues. Si la relación más estrecha viene requerida por un problema físico, el peregrino debe ver en ello una llamada de Dios, para que ayude al compañero necesitado.
Por otra parte, si dos o más personas de las que realizan el Camino, se encuentran en el mismo albergue, ese momento es el más indicado para intercambiar experiencias. El Espíritu Santo será quien suscite en cada peregrino la respuesta de la fe y una viva esperanza.
A lo largo del camino irán encontrando los que por él transitan expresiones de fe, a menudo acompañadas de exquisiteces artísticas. Arquitectos o bien hombres de menor categoría, fueron edificando iglesias, donde gente del lugar o forasteros tuvieron la oportunidad de vivir y expresar su fe. Las pisadas de los peregrinos, a lo largo de la historia, dejaron también allí sus huellas.
Hoy el caminante deberá indagar a qué horas abren los templos, y en qué momentos de la jornada celebran la Eucaristía, para fortalecer su espíritu con la participación en el memorial de nuestro Señor Jesucristo, y, de ese modo, recibir en su corazón al propio Jesús.
Además de la importancia de participar en la Santa Misa, el peregrino tiene tiempo suficiente para vivir la soledad y mirar hacia lo alto. Entre los Santos, que gozan de la presencia de Dios, ocupa un lugar preferente la Virgen María, madre de Jesús y madre nuestra. A ella podemos dirigir el Avemaría, e incluso rezar el Rosario, para meditar los misterios de la vida de Cristo y de su santísima madre. Esa Virgen María, que ha dado ánimos a Santiago en momentos de flaqueza, acompaña también al peregrino cuando se dirige al sepulcro del Apóstol Santiago.
Escuchar al Señor durante el Camino
El hombre creyente que camina hacia esa meta, tiene mucho tiempo hábil para estar a la escucha del Señor. Precisamente Dios aprovecha esos momentos de apertura para hacer las oportunas llamadas. Si en el libro del Apocalipsis, precisamente dirigiéndose a una Iglesia poco fiel, como la de Laodicea, dice Jesús que está a la puerta y llama; y que, si alguno le abre, entrará a donde él y comerá con él, cuánto más si se dirige a una persona en búsqueda, que trata de ser fiel a Dios y a los hombres.
En una ocasión, a poco de morir Jesús, cuando dos discípulos volvían a su casa de Emaús, desilusionados por la muerte de Aquél en quien habían puesto toda su esperanza, Él se les apareció y conversó con ellos, hasta que se dio a conocer. El Señor querrá entrar en la interioridad del peregrino, para orientarlo en su vida. Eso será factible, porque el Señor no nos ha dejado solos, sino que nos ha enviado su Espíritu, de modo que, como dice San Pablo a los Efesios, clamemos por Dios llamándole Padre, conozcamos la esperanza a la que nos llama, y comprendamos cuál es la riqueza de gloria que Dios da en herencia a sus Santos.
Ya, al final del camino, procederá entrar en el santuario jacobeo y participar allí en la liturgia que se celebre. Llega el peregrino con espíritu de humildad, e intentando orar con el corazón, fortalecido por los encuentros con el Señor en el camino recién concluido. Si recibe el Sacramento de la Penitencia, encontrará la paz del Espíritu; y, en los Años Santos, la indulgencia plenaria, que le hará salir renovado, por la gracia divina.
El tiempo posterior a la peregrinación
La experiencia pascual del peregrino a lo largo del camino de Santiago, quedará confirmada por el testimonio del Apóstol, el amigo del Señor, junto a su sepulcro. Como consecuencia, el que antes fue peregrino de esperanza, deberá dar testimonio en el futuro, de su fe en Cristo resucitado, que es fundamento de nuestra esperanza; y tendrá especial interés en ejercitarse en el amor a Dios y al prójimo.
El arzobispo de Santiago de Compostela, en su Carta Pastoral “Peregrinos de la fe y Testigos de Cristo resucitado», con motivo del Año Santo de 2010, manifestó con toda claridad lo que pensaba al respecto. Intentando llevar adelante su cometido, el peregrino, que dejó que el Señor purificara su corazón, dará testimonio en el futuro de lo visto y oído en su interioridad.
Para ello, sin más dilación, deberá intentar poner en práctica lo que ha vivido en el camino, y estar siempre a la escucha de la palabra que el Señor quiera dirigirle, y recibir a menudo en comunión al propio Cristo, que es prenda de la inmortalidad futura.
Deán de la Catedral de Santiago de Compostela