El Papa Francisco ha animado en la audiencia general a pedir a san José, que nos ayude a “ser apóstoles fieles y valientes, abiertos al diálogo, y dispuestos a afrontar los desafíos de la Evangelización”, a la que todos los bautizados estamos llamados por nuestra vocación cristiana.
Tras formular la petición al Señor por intercesión de san José, el Papa argentino ha agradecido “de una manera especial a todas las personas pertenecientes a los partidos políticos y referentes sociales de mi país, que se han unido para firmar una carta de saludo con motivo del décimo año del pontificado. Gracias por este gesto”, manifestó.
A continuación, el Santo Padre añadió que “así como se han unido para firmar esta carta, qué lindo que se unan para hablar, para discutir, y llevar la patria adelante. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide”.
La mención a san José y a los responsables políticos y sociales de Argentina tuvo lugar al referirse a los fieles y peregrinos de lengua española. Poco más tarde, al dirigirse a los de lengua italiana, el Papa manifestó su “cercanía a la población de Malawi, que ha sido golpeada por un ciclón en los últimos días. El Señor sostenga a las familias y a las comunidades golpeadas por esta calamidad”.
Asimismo, como es habitual en prácticamente todas las audiencias y en el Ángelus, el Papa ha realizado un llamamiento en relación a la guerra de Ucrania. En esta ocasión se ha dirigido a los responsables políticos para “que se respeten los lugares de culto”.
Vocación cristiana, una llamada al apostolado
En la audiencia, que por segunda vez este año, en un día soleado, ha tenido lugar en la Plaza de San Pedro, el Papa Francisco prosiguió las catequesis sobre la pasión de evangelizar, “y en la escuela del Concilio Vaticano II, tratemos de entender mejor qué significa ser “apóstoles” hoy”, afirmó.
“La palabra “apóstol” nos trae a la mente el grupo de los Doce apóstoles elegidos por Jesús. A veces llamamos “apóstol” a algún santo, o más en general a los obispos. Pero ¿somos conscientes que el ser apóstoles se refiere a cada cristiano, y por tanto también a cada uno de nosotros? En efecto, estamos llamados a ser apóstoles en una Iglesia que en el Credo profesamos como apostólica”.
Sus primeras palabras se refirieron a la misión, y a la llamada. “Por tanto, ¿qué significa ser apóstol? Significa ser enviado para una misión. Ejemplar y fundacional es el acontecimiento en el que Cristo Resucitado manda a sus apóstoles al mundo, transmitiéndoles el poder que Él mismo ha recibido del Padre y donándoles su Espíritu. Leemos en el Evangelio de Juan: ‘Jesús les dijo otra vez: “La paz con vosotros”. Como el Padre me envió, también yo os envío”. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo”» (20,21-22)”
“Otro aspecto fundamental del ser apóstol es la vocación, es decir la llamada”, subrayó el Papa Francisco. “Ha sido así desde el principio, cuando el Señor Jesús «llamó a los que él quiso; y vinieron donde él» (Mc 3,13). Les constituyó como grupo, atribuyéndoles el título de “apóstoles”, para que estuvieran con Él y para enviarles en misión. San Pablo en sus cartas se presenta así: «Pablo, llamado a ser apóstol» (1 Cor 1,1) y también: ‘Pablo, siervo de Cristo, apóstol por vocación, escogido para el Evangelio de Dios’ (Rm 1,1). E insiste en el hecho de ser «apóstol, no de parte de los hombres ni por mediación de hombre alguno, sino por Jesucristo y Dios Padre, que le resucitó de entre los muertos» (Gal 1,1); Dios lo ha llamado desde el seno de su madre para anunciar el evangelio en medio de las gentes (cfr Gal 1,15-16)”.
Sacerdotes, consagrados, fieles laicos
Enseguida, el Papa comenzó a extraer consecuencias de las Escrituras. “La experiencia de los Doce y el testimonio de Pablo nos interpelan también a nosotros hoy”, dijo. “Todo depende de una llamada gratuita de Dios; Dios nos elige también para servicios que a veces parecen sobrepasar nuestras capacidades o no corresponder a nuestras expectativas; a la llamada recibida como don gratuito es necesario responder gratuitamente.
Dice el Concilio: «La vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado» (Decr. Apostolicam actuositatem [AA, 2)”.
“El testimonio de los primeros cristianos ilumina también nuestro apostolado en la Iglesia de hoy. Su experiencia nos muestra que es Dios quien nos elige y nos da las gracias para la misión”, señaló.
“Se trata de una llamada que es común, ‘como común es la dignidad de los miembros, que deriva de su regeneración en Cristo; común la gracia de la filiación; común la llamada a la perfección: una sola salvación, única la esperanza e indivisa la caridad’”, añadió, citando el número 32 de la Lumen Gentium (LG) del Concilio Vaticano II.
“Es una llamada que se refiere a todos, tanto a aquellos que han recibido el sacramento del Orden, como a las personas consagradas, como a cada fiel laico, hombre o mujer”, subrayó el Santo Padre. “Y es una llamada que capacita para desempeñar de forma activa y creativa la propia tarea apostólica, en el seno de una Iglesia en la que ‘hay variedad de ministerios, pero unidad de misión. A los Apóstoles y a sus sucesores les confirió Cristo el encargo de enseñar, de santificar y de regir en su mismo nombre y autoridad. Mas también los laicos hechos partícipes del ministerio sacerdotal, profético y real de Cristo, cumplen su cometido en la misión de todo el pueblo de Dios en la Iglesia y en el mundo’ (AA.2)”.
Colaboración laicos y jerarquía: igual dignidad, sin privilegios
“En este cuadro, ¿cómo entiende el Concilio la colaboración del laicado con la jerarquía? ¿Se trata de una mera adaptación estratégica a las nuevas situaciones emergentes?”, se fue preguntando el Papa. Y respondió acentuando que no hay “categorías privilegiadas”.
No se trata de adaptaciones estratégicas, señaló el Papa. “En absoluto, hay algo más, que va más allá de las contingencias del momento y que mantiene su propio valor también para nosotros. «La Iglesia –afirma el Decreto Ad gentes– no está verdaderamente fundada, ni vive plenamente, ni es signo perfecto de Cristo entre las gentes, mientras no exista y trabaje con la Jerarquía un laicado propiamente dicho» (n. 21)”.
“En el cuadro de la unidad de la misión, la diversidad de carismas y de ministerios no debe dar lugar, dentro del cuerpo eclesial, a categorías privilegiadas; ni puede servir de pretexto a formas de desigualdad que no encuentran cabida en Cristo y en la Iglesia. Esto se debe a que, aunque ‘algunos, por voluntad de Cristo, han sido constituidos doctores, dispensadores de los misterios y pastores para los demás, existe una auténtica igualdad entre todos en cuanto a la dignidad y a la acción común a todos los fieles en orden a la edificación del Cuerpo de Cristo’ (LG, 32).” «¿Quién tiene más dignidad, el obispo, el sacerdote…? No, todos somos iguales», agregó.
“Así planteada, la cuestión de la igualdad en dignidad nos pide repensar muchos aspectos de nuestras relaciones, que son decisivas para la evangelización”, fue concluyendo el Papa Francisco. “Por ejemplo, ¿somos conscientes del hecho de que con nuestras palabras podemos dañar la dignidad de las personas, arruinando así las relaciones? Mientras tratamos de dialogar con el mundo, ¿sabemos también dialogar entre nosotros creyentes? ¿Nuestro hablar es transparente, sincero y positivo, o es opaco, equívoco y negativo? ¿Hay voluntad para dialogar directamente, cara a cara, o mandamos mensajes a través de un tercero? ¿Sabemos escuchar para comprender las razones del otro, o nos imponemos, quizá también con palabras suaves?”
“Queridos hermanos y hermanas, no temamos plantearnos estas preguntas”, terminó el Papa. “Nos pueden ayudar a verificar la forma en la que vivimos nuestra vocación bautismal, nuestra forma de ser apóstoles en una Iglesia apostólica”.