Corría 1968 y en Italia, como en muchos otros sitios del mundo, las causas sociales animaron e inspiraron a muchos a tomar las calles para ayudar a los necesitados y crear un cambio positivo en las comunidades. Jóvenes y adultos se sintieron llamados a servir a sus paisanos y a las mujeres. Unos protestaban, otros ayudaban a promulgar nuevas leyes y algunos buscaron las guías para actuar en el Evangelio.
Andrea Riccardi, un joven estudiante de secundaria italiano con tan solo 18 años, tuvo la idea de “reunir a las personas alrededor del Evangelio”. Creía que “el Evangelio puede cambiar nuestras vidas y la vida del mundo”. Como resultado, él y muchos otros que fueron llamados a formar La Comunidad, hoy conocida como la Comunidad de San Egidio, lograron el objetivo y siguen dedicándose a ello.
A finales de la década de los 60 y principios de los 70, había muchos movimientos en los que uno podía participar. Había un deseo por el cambio y, desde luego, también era una necesidad. “Pero lo nuestro era distinto porque era cristiano”, señala Paola Piscitelli, que se unió a la Comunidad de San Egidio en 1974, cuando era estudiante de secundaria en Roma. Y, junto a su marido Andrea Bartoli y sus dos hijos, Anna y Pietro, sirve a los más vulnerables de Nueva York.
Alrededor del Evangelio
Paola habla de los orígenes humildes de la Comunidad y de la iniciativa de Andrea Riccardi. Andrea “tenía esta idea de reunir a las personas alrededor del Evangelio”. Él y sus amigos se reunían en un antiguo convento en Trastevere (un barrio romano), leían el Evangelio y rezaban. “Andrea sentía intriga por esas primeras reuniones y las conversaciones que tenían sobre la soledad y sus reflexiones sobre el Evangelio”. Además, se sentían “llamados a rezar juntos”. Pero no en el sentido tradicional, como el del clero y los religiosos. Era algo que nacía del Concilio Vaticano II y, desde entonces siempre vieron la Comunidad “como un fruto de la renovación del Concilio”.
Muchos católicos, como los primeros miembros de la Comunidad de San Egidio, aceptaron esa “invitación” de la Iglesia a ser partícipes activos y a tener un papel más significativo y vital dentro de la Iglesia. Entendieron lo que significa “ser llamado a la misión”. En definitiva, los laicos son Iglesia y son corresponsables de la propagación del mensaje de Jesucristo en el mundo. Por tanto, las palabras, el Pueblo de Dios, tenía que tomarse en serio. Esta forma de empoderamiento inspiró a los primeros miembros de la Comunidad de San Egidio.
La comunidad
Paola recuerda que “al principio se sintieron inspirados para rezar, leer la Biblia juntos y vivir ese compañerismo los unos con los otros”. También había un deseo para ayudar a los pobres. Paola comparte que “no podían referirse a sí mismos como cristianos sin conectar y servir a los pobres”. Señala además que ese aspecto de “comuna” estaba y sigue vigente en el ADN de la Comunidad. Después de todo, nadie puede salvarse solo.
Tal vez estos jóvenes hombres y mujeres que se reunían todos los días a las 8:30 para rezar y leer el Evangelio, ignoraban la misión que tenían en ese momento. Dios les había dado una vocación antes de que les fuera desvelado. Pero, con el tiempo, Paola se dio cuenta de que “era mucho más grande de lo que habíamos imaginado y, antes de que pudiéramos darnos cuenta, había un plan para la comunidad en la Iglesia”.
Aunque hubo un par de nombres antes de que se convirtiera en la Comunidad de Sant’Egidio, recuerda Paola, «…nos llamábamos ‘Comunidad de Amigos’ y ‘Comunidad del Evangelio'». El deseo de rezar juntos y servir a los pobres estaba claro desde el principio. Paola continúa: «Pero necesitábamos tomarnos en serio el Evangelio en nuestras vidas, y no debíamos separarnos del mundo».
San Egidio en Nueva York
En su aclamado libro “Cómo vive la otra mitad”, Jacob Riis escribe: «La mitad del mundo no sabe cómo vive la otra mitad». Y para muchos de los miembros originales de Sant’Egidio, esto era cierto. Paola recuerda lo «impactada» que se quedó al descubrir un mundo tan diferente al suyo y que, sin embargo, estaba «a la vuelta de la esquina». Recuerda que fue a las afueras de Roma para ayudar a los niños necesitados y fue testigo de un mundo muy distinto al suyo. Eso fue en 1974, y Paola y su marido se han mantenido firmes en su fe y su compromiso con el Evangelio.
La familia Bartoli continuó su labor en Roma y participó en la ayuda a otras comunidades en otras partes del mundo. Con el tiempo se trasladaron a Estados Unidos, tuvieron dos hijos y fundaron una comunidad en Nueva York.
A su llegada, hicieron lo que siempre habían hecho: Reunirse, leer la Palabra y esperar la guía de Jesucristo. Paola comparte: «Sentíamos la oración diaria porque siempre necesitábamos recibir los sentimientos y las palabras del Evangelio».
La Comunidad de San Egidio de Nueva York ha escuchado los gritos de innumerables vidas de muchas maneras. Cada semana, muchos de sus cuarenta voluntarios preparan comida, salen a las calles de Manhattan y dan a quienes carecen de cobijo comidas, bebidas calientes, mantas y otros artículos de primera necesidad. Cada semana se sirven quinientas comidas. Además, la Comunidad de San Egidio, N.Y, y Caridades Católicas de Nueva York, ofrecen duchas públicas frente a la Iglesia de Nuestro Salvador todos los martes por la noche para las personas sin hogar. La comunidad también visita residencias de ancianos en Brooklyn y se compromete a entablar relaciones con las personas con las que se encuentran.
Amistad
Algunos de sus otros programas de son: «School of Peace», que trata de ayudar a educar a los niños para que convivan pacíficamente; «English With Friends», que es online, y algunos de los voluntarios escriben cartas a los presos, entre otras cosas. Paola habla de la informalidad de la relación entre los necesitados y los voluntarios. «Nuestras funciones son informales, lo que nos permite entablar amistades… es relacional».
Se hacen amigos de quienes encuentran, creando así una relación que genera confianza y permite un auténtico compañerismo. Son los buenos samaritanos de Nueva York.
Paola concluye: «No tenemos el objetivo de resolver todos los problemas… porque entendemos que somos pequeños, pero creo que siempre se puede hacer algo».
La oración era y sigue siendo primordial entre los «discípulos» de la Comunidad de San Egidio, que se ha multiplicado y sirve a los necesitados en más de setenta países de todo el mundo. Su página web afirma: «La oración, basada en la escucha de la Palabra de Dios, es la primera acción de la Comunidad: acompaña y guía la vida».