El domingo 9 de octubre de 2011, Benedicto XVI viajó a la cartuja de Serra San Bruno; su predecesor, san Juan Pablo II, ya había estado allí el 5 de octubre de 1984. El nombre de esta población perteneciente a la provincia italiana de Ancona, en la región de las Marcas, proviene de san Bruno, quien fundó el monasterio en 1091.
En su visita, Benedicto XVI se refirió a la vida contemplativa: “La comunión eclesial necesita una fuerza interior, esa fuerza que hace un momento el padre prior recordaba citando la expresión ‘captus ab Uno’, referida a san Bruno: ‘aferrado por el Uno’, por Dios, ‘Unus potens per omnia’, como hemos cantado en el himno de las Vísperas. El ministerio de los pastores toma de las comunidades contemplativas una savia espiritual que viene de Dios”. Y más adelante: “Esta vocación, como toda vocación, encuentra su respuesta en un camino, en una búsqueda que dura toda la vida”.
San Bruno y la sobriedad de los Cartujos
San Bruno fundó la Orden de los Cartujos, que está considerada como la más estricta dentro de la Iglesia católica. La sobriedad de los cartujos se refleja no sólo en su estilo de vida, sino también en su liturgia, basada en la elaborada por san Bruno y sus compañeros. Esta liturgia incluye muchos tiempos de silencio y carece de instrumentos musicales, aunque incorpora el canto cartujano, similar al canto gregoriano pero más austero.
En la página web oficial “chartreux.org“ se dice del fundador: “Maestro Bruno, ‘hombre de corazón profundo’, después de haber dirigido largo tiempo la escuela catedral de Reims, respondiendo al llamado divino de una vida exclusiva por Dios solo, se introdujo en el macizo de Chartreuse en 1084 con seis compañeros para hacer revivir en Occidente el espíritu de los Padres del Desierto. Luego fundó otro monasterio en Calabria, donde murió en 1101”. Su muerte ocurrió el 6 de octubre, fecha en que la Iglesia católica celebra su memoria.
Nacimiento de la Orden
Bruno nació hacia el año 1030 en Colonia, en la actual Alemania, y desde joven destacó tanto por su intelecto como por su piedad. Estudió en Reims, donde luego se desempeñó como maestro y canónigo respetado. Su lucha contra la simonía, la compra de cargos eclesiásticos, lo marcó profundamente, llevándolo a buscar una vida apartada de la política eclesiástica y los bienes materiales.
La perfección cristiana que anhelaba la encuentra, junto a un grupo de compañeros, en una vida dedicada plenamente a la oración y la contemplación: en 1084, el obispo Hugo de Grenoble, antiguo alumno de Bruno, les cedió un terreno inhóspito y rocoso en los Alpes franceses. Allí fundaron La Grande Chartreuse, el monasterio madre de la Orden de los Cartujos. Este monasterio se convirtió en un modelo de vida monástica centrado en el silencio, la oración y el trabajo manual.
Los monjes cartujos viven en un retiro casi absoluto, pasando gran parte de sus días en soledad, dentro de sus propias celdas, donde oran, meditan y realizan labores manuales. Las reuniones comunitarias son escasas y las conversaciones, limitadas. Una vez a la semana se les permite hablar durante un paseo comunitario, y el resto del tiempo se comunican a través de señas.
Corte papal y últimos años de san Bruno
Sin embargo, Bruno no pudo disfrutar plenamente de su retiro durante muchos años. En 1090, el Papa Urbano II, otro antiguo alumno suyo, lo llamó a Roma. Aunque deseaba profundamente vivir en soledad, Bruno obedeció, pero pronto descubrió que la vida en la corte papal no era compatible con su espíritu ascético. Rechazó el ofrecimiento de ser nombrado arzobispo de Reggio en Calabria, optando por regresar a la vida solitaria en un lugar aún más remoto, donde fundó su segundo monasterio en La Torre, Calabria.
Pasó sus últimos años en este eremitorio, rodeado de laicos y clérigos que compartían su búsqueda de la vida perfecta en la contemplación y el silencio. Su muerte, el 6 de octubre de 1101, marcó el fin de una vida dedicada a Dios, pero también el inicio de una veneración que perduraría a lo largo de los siglos.
A pesar de la austeridad de su vida, la influencia de Bruno fue profunda y duradera. Su legado se extendió rápidamente a través de la Orden de los Cartujos, que se expandió por Europa y alcanzó su apogeo en el siglo XVI, con alrededor de 5.600 monjes y monjas distribuidos en 198 monasterios.
A diferencia de otras órdenes religiosas, los cartujos no buscaron la canonización formal de su fundador durante siglos. Sólo en 1514, bajo el papado de León X, se reconoció oficialmente la santidad de Bruno mediante un decreto papal que confirmaba su veneración, sin necesidad del tradicional proceso de canonización. Más tarde, en 1623, su fiesta fue extendida a la Iglesia universal, consolidando así su lugar en la historia de la espiritualidad católica.
La Orden de los Cartujos hoy
El impacto de Bruno en la espiritualidad cristiana reside en su rechazo a las tentaciones del poder y la riqueza, y en su búsqueda de una vida dedicada exclusivamente a la oración y el servicio a Dios. En una época marcada por la corrupción y la ambición de poder dentro de la Iglesia, Bruno destacó por su pureza de corazón e integridad, cualidades que inspiraron a sus contemporáneos y que continúan sirviendo de modelo para los monjes cartujos de hoy.
Actualmente, la Orden de los Cartujos sigue existiendo, con 23 cartujas (18 de monjes y 5 de monjas) en todo el mundo, donde unos 270 monjes y 60 monjas siguen los preceptos de su fundador. Los cartujos continúan viviendo de según las estrictas normas establecidas por Bruno hace más de 900 años, manteniendo la práctica del silencio, la oración constante y el trabajo manual, y abrazando el lema de la orden: ”Stat crux dum volvitur orbis” (“La cruz se mantiene firme mientras el mundo gira”). Un lema extendido sostiene que la orden cartujana no ha sido nunca reformada porque nunca se ha deformado (“Nunquam reformata, quia nunquam deformata”).