La primera vez que pude saludar al Papa, en junio de 2013, a 3 meses de haber empezado a trabajar en el Vaticano, fue en Santa Marta después de haber participado en la Misa matutina, con el resto de mis compañeros del entonces Consejo Pontificio para los Laicos. Y ayer, pude, también en Santa Marta, saludarlo por última vez y rezar, junto a su cuerpo yacente, por el eterno descanso de su alma.
Muchos trabajadores de la Santa Sede y nuestros familiares pudimos acercarnos a la capilla de la residencia de Santa Marta para saludar por última vez a quien había guiado nuestro trabajo durante 12 años.
Fueron momentos emocionantes, porque uno sabe que está viviendo un momento histórico. Al entrar, reconocí a Massimiliano Strappetti, el enfermero del Papa con quien he jugado en muchas ocasiones en el equipo de fútbol del Vaticano. Massimiliano no se ha despegado de Francisco desde hace 4 años y ahora tampoco. Le estreché la mano y le di las gracias por todo lo que ha hecho por el Papa.
Arrodillado en uno de los bancos de la capilla, solo se oía el paso de la gente que, por el pasillo central de la capilla, se acercaba a rezar un momento ante sus restos mortales. Reconozco que era difícil rezar en esos momentos. Una multitud de pensamientos me venían a la cabeza, en particular cómo mi vida ha cambiado en estos últimos 12 años.
Recuerdos del Papa Francisco
Y muchos recuerdos. Muchos. Desde esa primera vez solo, a las múltiples ocasiones que pude saludarle con mi mujer y mis hijos, que el Papa ha visto literalmente crecer. Recuerdo con cariño todas las veces que nos agradeció el trabajo que hacíamos y también esa mirada cariñosa con los niños… siempre tenía un comentario perspicaz, a veces irónico, pero siempre con el objetivo de arrancarte una sonrisa. Era en esos momentos donde se veía claramente su sentido de padre, de pastor.
Intenté quedarme con muchas imágenes mentales de este momento para luego poder contárselo a mi familia y amigos. Francisco, vestido con la casulla roja, tenía puestos sus típicos zapatos negros gastados, que han recorrido el mundo entero y entre sus manos el rosario que utilizaba a diario para dirigirse a la Virgen. Muchas personas traían flores y emocionados le mandaban un beso. A los lados, la guardia suiza en traje de gala, rendía honores. Y otros guardias y oficiales de la Gendarmería Vaticana dirigían el flujo de personas dentro y fuera de la capilla para poder vivir este momento con la solemnidad y al mismo tiempo la sencillez que el Papa deseaba.
Al salir, a eso de las 22 horas, una fila serpenteante de personas, en la plaza de Santa Marta, continuaba esperando en silencio la posibilidad de saludar por última vez al Papa Francisco. Una multitud de personas que lo hemos conocido más allá de lo que cuentan los medios de comunicación y las redes sociales. Hay un sentimiento de orfandad y tristeza por un lado. Pero al mismo tiempo una gran esperanza y serenidad por saber que el Señor es quien gobierna la Iglesia y nos dará un pastor según su corazón.
Oficial del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida (2013-2025)